lunes, 14 de enero de 2008

El último día

Inés no se cansa de vender. Yo llego y como todas las tardes tomo asiento y espero que mi compañera esté inminentemente ocupada, y bajo esa ventaja, intentar vender un celular. Inés es excelente vendedora, prácticamente obliga de una manera sutil y educada, a comprarle el producto. A pesar de ser tan astuta vendedora, goza de una importante ayuda y ventaja, un pequeño ser que transforma su adusta mirada en un mohín elocuente y hasta agradable. Su nombre es Ricardo, la pareja de Inés, el que agazapado a las afueras del local, no se cansa de “jalar” clientes con frases atrevidas como: “celulares regalados”, sabiendo que mi jefa no regala ni un beso. Ambos son de la selva, ambos conservan ese dejo típico. Ricardo, a pesar de no tener una profesión o ser heredero de alguna fortuna importante, se siente superior, quizá sólo a mi lado (todos a mi lado se sienten superiores) jactándose con sus comentarios y relatos, los cuales escucho atento y amable. Cuenta que ha vivido cosas misteriosas, que conoce la verdad, que ha comido más de diez hongos afrodisíacos cunado el límite son siete, que ha probado un par de veces ayahuasca, un mate sagrado y que ha visto y conversado con Dios. Aquel petiso de metro sesenta se ha paseado por otras dimensiones, claro, con ayuda de medio litro de ayahuasca. Él ha visto cosas que nadie ve y seguramente nadie verá. Dice ser pintor, escultor, realiza manualidades (no las que se hace ha escondidas en el baño) y no gana plata. Ha sido gerente, prestamista, banquero y ahora sólo es celoso. Mientras él relata sus historias con afán impresionista, yo reposo sentado e Inés va vendiendo su sexto celular del día. Todos somos felices. Yo le pido emocionado a Ricardo, me traiga aquel mate alucinógeno, a lo que él me responde ofendido, recriminándome, que es un mate espiritual. Yo pienso que es un enano tacaño porque sólo él quiere hablar con Dios y pasear desnudo por otras galaxias. Los días pasan, Inés vende como loca, Ricardo me cuenta más historias alucinógenas y yo sigo reposando esperando ansioso fin de mes y el pago del mismo. Fin de mes llega, Inés batió record de venta y yo gozo del último día de trabajo. Aquel enano hediondo y drogadicto se ha quedado con mi puesto. Comprendo que el secreto de Inés es aquel estado narcótico, que las aspiraciones de Ricardo no sólo es conversar con Dios sino que también cobrar mi ínfimo sueldo; que yo, después de perder el empleo, voy a tener mucho tiempo libre y dormiré tranquilo.

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