miércoles, 6 de febrero de 2008

Enemigos Íntimos

Llegar a Arequipa implica un alto grado de responsabilidad. Lejos del centro, vivimos mis primos y yo, los tres contemporáneos. La casa es un bodrio, un desbarajuste, un muladar; todo agradablemente desordenado, desaseado. A simple vista es la casa de tres varones solteros y despreocupados, sin ganas de salir de aquel estado dichoso y placentero. No recibimos visitas, no salimos, sólo para lo básico (comprar algo o botar la basura acumulada por días), no estamos sujetos a sermones, todo es agradable. Mi vida siempre se mostró desordenada, un tanto improvisada. Llegué a pensar que en esos campos nadie podría darme batalla, pensamiento del que me retracto enfático e incrédulo al ver a mis primos, quienes desecharon esta teoría al convertirse en poderosos e inalcanzables rivales. Junto con nosotros, y como la única engreída de Piero, mi primo mayor, se encuentra Misha, una gata pequeña de aspecto adorable. Desde mi primer día, me vigila sigilosa, sinuosa. Ordeno mis cosas (porque ni yo aguanto tanto desorden) y ella salta ágilmente asustándome a horrores, una y otra vez, todo el santo día. Me siento tranquilo, sosegado frente al televisor y ella, intranquila, rápida, intrépida; salta sobre mi tirando una especie de cocacho, yo lanzo un respingo. Mi cuerpo lleva consigo algunas marcas endemoniadas realizadas por su maldad, rasguños furtivos y violentos. Aquel animal goza viéndome irritado. Se escabulle entre las camas –que están próximas- saltando alegre con aquella actitud ácrata y libertina, envidiada desde todo punto de vista. En secreto, y cuando ésta se deja atrapar, cobro venganza, metiéndola entre las frazadas, en los cajones del ropero, esperando se asfixie. Ella se libera sin mayor problema, burlándose de mi torpeza. Me veo menoscabado por un animal que parece ser el más astuto de todos. Por las noches, al dormir, ella acompaña mi sueño reposando a mi costado, pues escoge mi cama para pernoctar. Duerme a mi lado en son de paz, como parte de una guerra que se santifica cada noche; en calidad de amante. Al percibir su presencia, la arrojo bruscamente, con temor ser arañado en la cara, ella regresa. Por ser la engreída de Piero no puedo darle mayor reprimenda. Gata techera que prefiere el hogar, nunca se escapa a pesar de contar con las ventajas del caso. Se echa a mis pies, reproduce un ronroneo que me encandila, me hipnotiza, me obliga a acariciarla, me somete a su felina voluntad. Llena de efugios, de artimañas, logra hacer lo que quiere en casa todo el tiempo. Gata maldita, por que eres tan astuta.

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