martes, 21 de diciembre de 2010

Algo ocultas

Dice que no la miraba a los ojos las pocas veces que le hablaba; que al resto de las chicas sí. Ella pensaba que me aburre, que prefiero andar con otras personas que en verdad me entretienen y me hacen reír. No la veo a los ojos y por lo tanto, algo le oculto, algún secreto o pensamiento misterioso guardo celoso dentro de mí. Estamos obligados a convivir casi un mes juntos y hay que tener cuidado de todo el mundo porque nadie conoce a nadie de verdad. Por eso, no podemos permitir dejar de observar a las personas e intentar sacar un perfil de ellas improvisando en sus gestos, palabras y movimientos. La capacitación del Banco ha reunido a gente de todo el Perú y los ha encerrado en el hotel Melodía (donde la noche se hace día). Todos entre mezclados, jóvenes, con cuartos que se prestan para descubrir sus bajos instintos, todos (o la mayoría) con las hormonas revueltas o por lo menos con ganas de romper las reglas y portarse mal. No la miro a los ojos y por lo tanto me muestro peligroso, lacerante. Laura me llamó la atención desde un principio porque se mostraba delicada y dulce, porque presenta un aire que inspira algo de curiosidad. No le hice conversación desde un principio porque conozco mis torpezas y por miedo a no caerle del todo bien, pues yo soy un poco loco y atolondrado, de comentarios inapropiados y de chistes nada chistosos. Las pocas veces que me aproximé a ella lo hice con cierta timidez, con cierto temor a fallar. Ella, con mucha naturalidad, me conversaba mientras yo, y dándome cuenta después de que me lo comentó, bajaba la mirada. Definitivamente algo le ocultaba, y no sabía bien qué era. Me enteré por conversaciones fugaces que tenía enamorado, cosa que complicaba mi situación de acercarme a ella sin el temor de que crea que soy un pillín desenfrenado y que me las doy de galán de circo. Rompió mis moldes el primer fin de semana en que todas las chicas de Trujillo (incluyéndola), se pusieron unas minifaldas que dejaban boquiabiertos a los más avezados (que no eran pocos). Laura cuenta con armas de temer debajo de ese vestido negro que le queda estupendo y con el cual, bailó como descocida toda la noche, incluso conmigo. Laura no sólo es metódica y aplicada en los curso, (la he visto concentrarse al leer sus textos con plausible seriedad) no sólo es un chica dulce y delicada; también es un bailarina de temer que con un par de pasitos coquetos provocaba reñidas disputas por sacarla a bailar. La pequeña Laura (y es que lo bueno viene en frasco pequeño), empezó a provocar comentarios desafiantes entre los varones de aquella capacitación putanesca. Al siguiente fin salió con un vestido color coral que también dejaba en manifiesto ese par de piernas gloriosas. Su carita de niña, su cuerpo de señorita y sus movimientos de mujer otra vez me encandilaron. Esa noche bailamos un par de salsas: yo la apretaba a mi pecho de gato, ella ponía su manito junto a la mía a la altura de mi hombro izquierdo. Yo intentaba mirarla, buscaba su mirada para ver si podía encontrar en alguna distracción suya un beso. La miraba a los ojos y quería mostrarle eso que en verdad ocultaba, ese pequeño (como ella) gustito que me provocaba y que me hacía ser torpe al hablar pero desafiante al bailar. Laura no me miraba a los ojos cuando bailábamos y yo pensaba que ocultaba algo; quizá y ocultaba las ganas de ir a sentarse y dejarme paradito allí, en medio de la pista de baile. Quizá y no se animaba a mandarme una cachetada por vivo dado a su educación. Quizá y pensaba en su enamorado y sentía un poco de culpa al bailar con un flaco atrevido y desconocido. Laura fue siempre muy señorita y bailó conmigo lo que tenía que bailar y siempre me dejó con ganas de bailar un poquito más, porque se dejaba llevar en la sala como mi escoba cuando bailo solo en mi cuarto; delicioso bailar con esa chata linda. Al siguiente fin y también en falda, se emborrachó (o la emborracharon) y se dejó llevar por la emoción del momento. Nunca faltan esos buitres maldadosos que aprovechan de esas oportunidades y seguro se pasaron de vivos con ella y quizá le robaron más de un beso y me da rabia saber que no pude hacer nada por sacarla de ahí y cuidarla como le prometí que lo haría. Aquel fin de semana dejé de verla con inmaculada dulzura. En el transcurso de las clases éramos dos seres extraños uno del otro y no cruzábamos ni una palabra concreta, quizá conversaciones esporádicas referidas a un curso o una broma casual producto de las circunstancias dadas. Todo cambió cuando fuimos su amiga, mi amigo, ella y yo al karaoke. Aquella noche canté como nunca he cantado y mi locura me dominó un poco y bailé y la vi linda como siempre y más todavía. La escuché cantar el millón de canciones que pidió y también revolcarse con su amiga por quitarle la cámara con la que nos habían tomado una foto besándonos. Nos besamos y fue uno de los besos más dulces que recuerdo en muy buen tiempo. Nos besamos y acariciamos como recién enamorados y la quise inmensamente esos momentos en que sentí me regaló su dulzura. Aquella noche fuimos al séptimo piso e hicimos en su brevedad un poco de travesuras, las hicimos hasta que sentí los pasos de uno de los botones y decidí que era hora de escapar cuando quizá debí ser menos cobarde y mejor amante. Días después volvimos a intimar y quizá también la decepcioné como hombre. Dormimos juntos los dos últimos días de aquella capacitación poco pueril. Ella cerquita mío, yo cerquita suyo. Ella durmiendo apenas su cabeza tocaba la almohada, yo amaneciéndome haciéndole cariños. Ella tapadita con las frazadas, yo congelándome de frio. Ella inconsciente de la noche, yo consiente de que no me quedaban muchas noches más. El tiempo pasó rápidamente. Los últimos días fueron arena entre mis manos y la vi partir de repente, cuando parecía que se quedaría una noche más conmigo.

No hay comentarios: