martes, 12 de junio de 2012

Soy el remedio sin receta y tu amor mi enfermedad

Al parecer los mejores escritos no serán los mios. Un gusto poder publicar también tus memorias  Mr. "D"



Todo sucedió una fría mañana de otoño, casi primavera. La conocí en el lugar menos esperado y me gustó. Tengo que aceptar que en verdad me atrajo mucho su manera de pensar, de sonreír y de mirar. Sin embargo supuse que todo seguiría igual sin ninguna alteración en mi vida, ella haría la suya y yo la mía. - Fue bonito haberla conocido - dije y se acabó.

A los pocos meses me pregunté qué había sido de esa chica que conocí en ese congreso y me propuse encontrarla. En ese tiempo no existía el Facebook así que era imposible por un medio así. Realicé unos contactos y por fin la ubiqué. Me acuerdo que en nuestra primera cita nos fuimos a comer pizza de piñas y un mozo iracundo hizo derramar gaseosa sobre nuestra mesa. Cómo olvidarlo.

Después frecuentamos bastante. Nos veíamos siempre que podíamos. Yo viajaba, pero lo que más me gustaba del viaje era el regreso, por que sabía que ella me esperaría. Por esos días me sentía contento, no existía nada ni nadie que me pudiera detener, estaba dispuesto a conquistarla poco a poco. Así que un día me puse las pilas, me armé de valor (que no es muy común) y supuse que esa noche de fiesta se lo diría, pero no pude; o si pude no se lo dije bien, creo que ella no me entendió o yo no a ella; pero bueno, pensé que habrían otras oportunidades así que no me preocupé y dormí tranquilo. Días después me enteré que ella estaba en una relación con un chico, me dolió al principio y también después, sin embargo eso no me importó y siempre estaba pendiente de ella. No la acosaba ni cosas por el estilo pero estaba atento a sus dudas, a alguna ayuda que necesitase para las tareas o que sé yo, estaba ahí para ella.

Pasaron un par de meses más, como antes, nos seguíamos viendo frecuentemente y me agradaba pasar el tiempo con ella. No sé, era distinta a las demás chicas que había conocido, tenia un plus especial. Y la empecé a querer.

Pasaron dos años y ya no éramos unos chiquillos. Yo la seguía queriendo, con la dosis en aumento, me llenaba de alegría poder hablar con ella, jugar con ella, ver películas a su lado. Era perfecto. Entré a la universidad y nos separamos mucho tiempo, casi ni hablábamos por que un tiempo atrás me rompió el corazón (otra vez), ella de nuevo estaba con un chico que ni conocía.

Eran tiempos difíciles para mí porque traté de buscarla en otras mujeres y no la pude encontrar. Empecé a hablarle de nuevo y como siempre ella tan diplomática también lo hizo, así que fuimos amigos una vez más. Pasaron dos años más y ella aún seguía perdidamente enamorada de otra persona, así y con todo eso en mi contra yo la quería, y anhelaba algún día poder disfrutar de ella, de su compañía como algo más que unos amigos.

Pasó otro año y ella se fue a vivir a otra ciudad, dejó a su enamorado y se fue. Tenía que estudiar y seguir su camino, yo me quedé. Pero aun seguía muy enamorado de esa mujer, la quería tanto que viajaba seguido a verla, y lo curioso es que cuando quedábamos para salir a comer o tomar algo cerraba mis ojos cuando ella se agachaba o buscaba en la carta del bar y pensaba que no quería que se acabe ese momento nunca. Le pedía a la vida que se detenga, pero tenía que abrirlos sino se daría cuenta. Así fue pasando el tiempo, yo yendo y a veces ella viniendo.

Pasaron otros dos años y estábamos mejor que nunca, ella me quería mucho y por primera vez pensé en aclarar la situación, es decir, contarle que estaba perdidamente enamorado de ella y que la seguiría queriendo pase lo que pase. No se lo dije otra vez y cada oportunidad que tenia de verla me parecía el momento perfecto hasta que mi lengua me jugaba una mala pasada y se trababa.

En los años que siguieron ella volvió a estar en una relación y yo como de costumbre esperando a que terminase para intentar decírselo otra vez, cosa que sabía no podría hacer. Pero eso me mantenía vivo, las ganas de querer verla, las ganas que tenía de agarrar su mano y desearle las buenas noches con un beso en su frente era lo que me volvía loco.

Pasó un año más, ella cortaba su relación pero un mes después regresaba con la misma persona, típico en esa edad. Sin embargo a mi nadie me quitaría el gusto por quererla con mucha fuerza. Amaba a esa mujer con las fuerzas de mi alma, no me importaba lo que hizo, solo la amaba. Era tan puro lo que sentía por ella.

Solíamos frecuentarnos ya no tanto como antes y así como el agua del río pasó.

Fue una tarde de abril, un abril muy frío por cierto, cuando recibí en mi buzón de correspondencia una invitación. Leí y quedé estupefacto: mi mejor amiga, mi confidente, mi amor platónico, mi todo, se casaba el mes siguiente y yo por supuesto estaba cordialmente invitado. Esa noche lloré como un niño: no comía y a penas dormía.

Era de esperarse, no fui al matrimonio. Decidí dejar de pensar en ella pero no pude. Así que hice un viaje para una especialización en el extranjero, me fui seis meses, siempre entraba a internet para poder ver como iba ella, pero sin ningún motivo ella cerro su cuenta de Facebook y no volví a saber nada. Tampoco quería, pasaron dos años más.

Cuando ya vivía en la misma ciudad que ella y me iba bien, la vi caminando de la mano de un pequeño. La saludé. Me preguntó cómo estaba y yo no sabía que responder. Me preguntó por qué no había ido a su matrimonio. No le respondí y atiné a decir: - Un gusto, que te vaya muy bien- Le di un beso en la mejilla y me fui con una tristeza inmensa, mi corazón estaba dolido.

Poco después una amiga suya me contó que había tenido dos pequeños hijos y era feliz. Por un momento creí que nada de lo que hice sirvió, ni los paseos bajo la lluvia, ni las salidas, ni las películas que vimos juntos. Pensé que no había valido la pena esforzarme tanto. Al final comprendí que debí decírselo cuando pude, debí contarle todo lo que tenía que decirle, todo lo que sentía. Nunca lo hice y ahora me arrepiento. Ahora estoy viejo, tengo una esposa y dos hijos, un trabajo y un perro llamado “Santino”, pero aún así en el fondo de mi corazón, muy en el fondo, la sigo amando con las mismas fuerzas que antes. Sólo espero que cuando muera, mi alma no la ame tanto como la amó mi cuerpo y mi corazón.

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