miércoles, 5 de diciembre de 2012

No quería matarte

Sólo se hace un moño chapucero en el cabello y está lista para ajusticiar a aquellos que trasgreden los límites que ella ha establecido. Me ha dejado bien en claro que ella no mata por diversión, ella mata porque es inevitable y a veces hasta lamenta tener que hacerlo. No sé cuantas víctimas lleva en su haber, sólo sé que no miente y que obedece a una orden casi divina. Tiene una pequeña libreta negra donde deja entrever una escueta lista de futuros difuntos a los cuales no puede brindarles la dicha de la vida por muchos días más. No me permite husmear entre aquellos que enfriaran pronto, sólo me concede el gusto de enterarme de algunos pocos que incluso conozco. La primera en su lista es la Pequeña, mi compañera de departamento. La sicaria me explica que tendrá que matarla porque no sabe saludar. – Más de una vez me ha dejado con el “hola” pendiente de respuesta. Eso no se hace. – me explica. La matará porque no sabe saludar y encima porque se permite posturas que no le corresponden. Desde que la sicaria visita mi morada, tengo que admitir que no ha recibido el trato cordial que se merece, por lo tanto, y cumpliendo su destino asesino, procederá a aniquilar a mi compañera de departamento. Procurará que su final se rápido he indoloro. Ella no goza viendo a sus víctimas sufrir, le basta con saber que no volverá a verlas. Entonces, sutilmente incurrirá de puntillas en la habitación de su presa (la cual duerme todo el día), se cerciorará de que siga dormitando, tomará con delicadeza la almohada (instrumento que ha escogido para no desmerecer a su presa) y la asfixiará con denuedo. Lo hará con mucho cuidado y delicadeza, no quiere fracturar su cuello y dejar huellas. Es más fácil de lo que piensa, casi juraría que su víctima seguía durmiendo mientras procedía a quitarle la vida. No obtuvo ningún tipo de respuesta a su crimen. No hubo resistencia. Mira a su víctima ya convertida en cadáver y nota una leve sonrisa. – Maté a la desgraciada mientras soñaba algo bonito – se dirá a si misma antes de partir del lugar dejando todo intacto. Antes de descubrir el cuerpo de la Pequeña pasarán un par de semanas. Todos los que vivimos con ella pensaremos que sigue durmiendo y si no necesitáramos cobrarle el alquiler, no advertiríamos de su deceso. La número dos en su relación es amiga de la primera víctima. Nunca olvidará cuando entró a mi sala, y sin que sea advertida escuchó el comentario lapidario que hoy la lleva a cumplir su misión: - Leonardo, por fin llegaste. No habrás venido con esa… hola…” Enterándose de la peor de las maneras de la enemistad que ejercía sobre ella. No dudó ni tuvo que esperar otra señal, la muerte de Penélope era cosa de días. Para asociar la amistad de sus dos víctimas, escogerá el funeral de la Pequeña para dar muerte a Penélope. La arrojará en una de las cavidades del cementerio (cavidad que sospechosamente se encontrará disponible) Cuando ella pase desconsolada por la muerte de su amiga íntima, recibirá un ligero empujón, el cual la conducirá a su última morada. Casi ni gritará al momento de la caída, sólo levantará la mirada y antes de castigar la falta con algún otro comentario desatinado, recibirá la descarga de kilos de tierra que sepultarán cualquier acotación extra. – Cállate perro – musitará la asesina mientras se sacuda de una responsabilidad pendiente. Quién encontraría una víctima en el camposanto, donde reinan los que no viven. Jamás encontrarán el cuerpo de Penélope. Jamás le llevarán flores. – Si no te gusta saludarme, no te daré oportunidad de que te despidas de nadie – comenta la asesina mientras ensaya una sonrisa. Está a punto de contarme como mandará a mejor vida a su tercera víctima, una chica que procura hacerse de una fama de puritana, de señorita de implacables costumbres. En sus ojos veo un brillo especial, como si esta labor en especial le causara un placer superior a los otros dos encargos pendientes. Ella es una profesional en el arte del asesinato, pero podría jurar que en esta tarea hay una mezcla de placer. Mi mirada se fija tratando de escudriñar sus gestos, esto hasta que advierte de mis aspavientos y regresa a su estado más sereno. Sabe que ha hablado de más y entiende que su misión ha tomado un nuevo curso. No podrá llevar su misión a cabo si me entrometo en su camino. No quiere correr riesgos. Me mira esbozando una sonrisa y saca su pequeña libreta. Anota algo. Me dice que tiene hambre y que lamenta no proseguir con sus relatos salpicados de muerte. Me arroja una mirada que me desbarata todo, no sólo es de cuidado, es también preciosa. - Tu mirada me mata – le digo intentando encontrar algún tipo de respuesta. – Lo sé – me responde antes de aceptar una par de shots de tequila.





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