martes, 1 de enero de 2013

El que se va


El año que se va corrió incansable hasta agotar sus días, como lo vienen haciendo los años nuevos. No fue un mal año, pero fue especial. Me compré un carro y con él aprendí a manejar. Nunca sentí tanto estrés como en aquellos primeros días frente al volante, con el terrible temor de lastimar a otras personas, chocando de vez en cuando. Me volví responsable de una familia disfuncional,  viendo temas de pagos y gastos a los cuales no estaba acostumbrado y sujetándome a fechas y montos que tenía que cumplir infatigable para dormir tranquilo. Terrible el hecho de convertirse en adulto pensando como niño y asumir costumbres y responsabilidades que no seducen nada pero son indispensables para que todo funcione y todos te quieran. Leí muy poco, y siento descontento por eso. Lamentablemente una consecuencia de no leer es que tampoco escribí todo lo que quise y postergué el libro que tengo en mi cabeza, que se va desvaneciendo como los mismos años que pasan. Engordé algo y ya siento que este cuerpo venido a menos está en un proceso de resignación y está cediendo a los caprichos del tiempo y a las desventajas que éste otorga. Besé algunos labios desconocidos que ahora prefieren desconocerme y visité algunos otros que esperaban mi retorno. Este año que se ha ido pasó como meditabundo, como calcino y pensativo. Conocí enemigos nuevos que estuvieron a la altura de las circunstancias e incluso sentí perder batallas que todavía están pendientes pero con altas posibilidades de victoria a mi favor. Conocí un rinconcito del paraíso fuera del país e incluso he decidido que mis restos hechos cenizas descansen por allá. Descubrí que el tequila puede convertirse en tu mejor aliado un fin de semana en una discoteca cualquiera. Bailé mucho y conocí señoritas que bailaron conmigo casi al mismo ritmo descompasado. Este año que se va cumplí veintiséis años y asimilé que ya estoy viejo y debo de hacer cosas que hacen las personas de mi edad, por lo tanto, cambié bastante de mis costumbres y renegué por eso. Pasé mi cumpleaños llorando desconsolado en medio de una fiesta que no disfruté. Este año que se ha despedido con una sonrisa, visité muy pocas veces a mamá y no frecuenté mucho las amistades. La salud gracias a Dios todavía no me ha jugado una mala pasada. Con algunas visitas a la clínica y algunas intervenciones antes no experimentadas, mi salud arroja todavía síntomas positivos y esperanzadores con respecto a un futuro incierto. Este año que se va dejó la promesa de un fin del mundo pendiente y por ende me expuso a tener que improvisar los días que vienen debido a una resignación complaciente. El año que nos deja, permitió que un ángel que pasaba a menudo se detenga a  hacerme compañía y aparentemente decida quedarse algunas primaveras más conmigo. Desde su presencia a mediados de año todo ha tomado color y forma y ha sabido inyectarme una dosis de optimismo que se viene prolongando. Los días que han partido me han confirmado que Dios me tiene una estima especial y que todavía me considera. He reído y llorado, no más que otros años. He recibido besos y desplantes, no menos que otros años. He bailado y dormido con las mismas ganas. He mirado por la ventana de mi sala unas cuantas veces. Este año que se despidió con amabilidad al parecer ha dejado todo encaminado para que el próximo sea uno lleno de alegrías y novedades. He recibido el año con la mirada de la chica que me está reeducando en el arte del amor. Estoy soñando con cosas que aparentemente pueden trascender y tratando de afianzar algunas otras que ya encaminan los días de un adulto forzado en esta condición pero consiente que ya es tiempo de cambios. Empezar el año escribiendo es un buen augurio. La tarea personal este año es vencer fantasmas que ganan fuerza por mis miedos, miedos que han sabido acogerse en esta cabeza tonta que cuando se muestra débil, pierde terreno. El problema de planear cosas es que suelo arruinarlas. Gracias 2012, he vivido. Bienvenido 2013, trátame con cariño.


No hay comentarios: