viernes, 9 de agosto de 2013

Otra forma de morir


“Hay que vivir con intensidad y leer con frecuencia para escribir con pasión”. Y es como si hubiera matado a alguien y hubiera ocultado su cuerpo en el patio de mi casa. Es como si ese pedazo de tierra donde yace un difundo inquieto palpitara intentando que lo hallen. Me siento culpable, cochino. Siento un cargo de conciencia que corroe mi mente, mi alma, me mantiene en vilo. Me siento culpable de un crimen que he cometido sin escrúpulos, sin aspavientos. Tengo una sangre fría para enfriar otras cosas, otras personas. Siento que no lo he matado bien, que he dejado muchas huellas, muchas evidencias tontas que me van a delatar, que van declararme como culpable. Y es que tengo enterrado, en el patio de mi casa, decorado con mayólicas blancas, a un joven con aspiraciones a escritor. Este muchacho de prosa moderada ha sido víctima del desdén, del olvido.   Y él, como terco y aguerrido joven de sueños renuentes, se resistió al anonimato y prefirió  encontrar la muerte que vivir en el olvido. El criminal, con su poca experiencia ha intentado eliminar al aspirante a escritor con un golpe en la cabeza, con un mazazo en el cráneo. El golpe no fue tan violento como lo había imaginado, pero bastó para desplomar al adversario y liquidar sus aspiraciones. Por su falta de experiencia, no ha sabido distinguir si aún sigue con vida o no, no sabe si está respirando o liberando algunos gases propios de los muertos. Como esas dudas no lo matan a él, ha decidido enterrarlo así como está, muerto o dormido. Ha cavado un hueco no tan hondo (las fuerzas no le alcanzan). Lo ha arrastrado hasta el lugar que lo acogerá por la eternidad y ha intentado acomodarlo en aquella tumba improvisada. Ha demorado bastante en ingresar su cuerpo en ese hoyo mal hecho. Está ubicado de una forma poco ortodoxa pero al fin y al cabo ubicado dentro de su guarida. Ha intentado devolver toda la tierra que sacó para abrigar de esta manera el cadáver incómodo de un joven soñador. Ha emparejado el llano de su patio y ha revestido de manera chúcara con mayólicas escogidas con muy bien gusto todo el contorno de su víctima. A penas terminada su labor, ha ofrecido una pequeña oración con los ojos cerrados, los cuales cada fin de estrofa abría para revisar que todo siguiera en su sitio. El muerto por su parte, ha dejado un par de memorias escritas, las cuales se encuentran extraviadas en papeles, en la web, en el tiempo. Y es precisamente, por la falta de memorias, que ha sido sorprendido por la muerte, aquella a la que le dedicó algunas líneas. Entonces lo ha dejado, ha dejado al el cadáver en el hoyo y se ha ido. Lo ha olvidado con premura, intentando ocultar también su condición de sicario. El joven agraviado ha despertado de su letargo y ha salido con cierta facilidad de aquel cementerio improvisado y se ha encontrado con la cocina en su camino. Ha cogido una fruta y se la ha llevado a la boca. Como todavía es de noche, y él no sabe qué hora es, sale con delicadeza de aquella casa que lo ha acogido temporalmente. Ha llegado a su casa, no se ha bañado. Hace tiempo no le pasaba algo tan jocoso. Se ha tomado el tiempo para servirse un café. Ha encontrado su vieja computadora y se ha puesto a escribir. Lo hace como antes, con un cariño misterioso, sin saber por qué. No ha muerto, pero siente como si hubiera resucitado, revivido. Como si hubiera regresado del más allá.  – Hay otras maneras de morir – piensa mientras le da otro sorbo al café que ya está frio. Yo, el criminal sin sueldo, el asesino mediocre, he decidido enterarme de la verdad de las cosas mediante este relato, arrepentido de mis actos pecaminosos y avergonzado por ser tan ineficiente. Felizmente el escritor aparentemente no es tan rencoroso, y a la fecha no ha denunciado el intento nefasto de acabar con él. Su única venganza ha sido relatarlo, minimizando el acto y burlándose de torpeza.

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