jueves, 31 de julio de 2014

Los años maravillosos

Un frío de mierda, así lo describo. Y es que hay cosas que no se recuerdan a pesar de haber sido tan tuyas, como el invierno en la ciudad en que viviste casi toda tu vida, allá bien al sur del país. Pero también hay otras, que parece no hubieran pasado nunca. Y lo he dicho antes, volver a mi terruño es regresar irremediablemente en el túnel del tiempo, sacudir recuerdos empolvados, leer de nuevo el mismo libro. No regresé por inercia, por cumplir con protocolos, porque no hayan más caminos. Volví porque tenía una cita con el amor, no el mío, un amor ajeno pero cercano, un amor del que tengo la obligación sentimental de celebrar como si fuera propio. Paulo y Milagros, amigos de siempre, van a contraer nupcias después de años de enamorados, de amigos; años en los que también hemos participado un buen grupo de personas, las cuales han agendado con todo el cariño del mundo coincidir bien al sur por estas fechas. Paulo, amigo del colegio y de la vida. Tengo el placer de que sea mi amigo desde los once años. En todo este tiempo, y en las diferentes etapas que nos ha tocado compartir, hemos disfrutado anécdotas y secretos sagrados que fortalecen cualquier tipo de lazo. En particular, me siento orgulloso de su amistad y de lo que con el tiempo ha logrado, siendo desde mi humilde punto de vista, el que se ha desarrollado mejor en todos los ámbitos. Milagros también existe en mi vida desde esa edad aproximadamente, once años; donde empezamos a frecuentar con ella y el grupo de sus locas amigas. Recuerdo con mucho cariño su casa, que paradójicamente está muy cerca de su nuevo hogar (la casita del amor con todos sus implementos del amor). Ese era el lugar de encuentro, el punto de partida para todo lo demás. Luego de once años, luego de tantísimo tiempo, los muchachos malos (ahora gordos y pelados) se encuentran con las chicas buenas (ahora malas) y parece que hubiera pasado tan sólo un par de días desde que nos juntamos la última vez. Nos sentamos a tomar un vino y todos empiezan a contar sus otras vidas, sus nuevas vidas, esas que parecen que se estuvieran inventando en el momento para hacer la conversación más amena. Obviamente recalamos en temas de antaño, todas convertidas en anécdota unas más vergonzosas que otras. Preparamos un baile especial para el matrimonio (“Grease”) y por fin puedo morir en paz, porque es un sueño cumplido, bailar aquella canción harto conocida. A pesar de estar al borde de la neumonía no quería dejar de verlos. Tertulia tras tertulia, sentía morir con alegría. En verdad nunca había sentido tanto frío, y estoy seguro de que los dinosaurios murieron por menos, pero la fascinación de tenerlos cerca, de compartir con ellos, de saber que quizá no se vuelva a repetir me invadía con tanto cariño, que decidí desfallecer en el intento de ser feliz  (porque con ellos fui feliz) y disfrutar de cada instante. El matrimonio fue un éxito rotundo, todo tan íntimo. Mi hermano del alma vestido de gala. La novia preciosa. La misa una sutileza. Los invitados, todos de la casa. Mi camisa que reventaba. Las fotos. La música. El baile. Mi mamá moviéndose al ritmo de “Candy” (Si, le gusta el sexo en exceso). El hipo de dos días. La hora loca. La chola y su violación en público. Los mariachis. Sus palabras. Mis amigos. Todo envuelto en un lazo de melancolía, bien empaquetado para llevármelo como recuerdo a todos lados. Para hacer bien el amor no sé si es necesario ir al sur, pero para sentirlo, parece que sí. Cómo ha pasado el tiempo, cómo nos hemos hechos viejos muchachos. El cuerpo no es el mismo de antes. Las cosas no son las mismas. Pero verlos me hace bien, y la ciudad aquella al sur del país se presta para emular viejos recuerdos. Supongo que con los años habrán otros matrimonios, sobrinos nuevos. Cambiaremos nuestros cuerpos caribeños por unos más modestos. No nos madrugaremos con tanta energía y quizá habrá nuevos personajes que se sentarán a escuchar las viejas historias. Y es que cada vez que nos reunamos bien al sur, todo quedará suspendido en el tiempo, como los años que compartí con ustedes, como los años que pasaron al lado suyo, como los años maravillosos que guardo conmigo.
P.D: ¡Qué vivan los novios! ¡Qué viva el amor!

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