Alguna vez lidié con la loca idea de vivir de las letras, de vivir
de mi imaginación perturbada, del ocioso arte de escribir. Desde muy pequeño,
desde mis épocas más tiernas, me entregué a unos versos confundidos escondidos
en un cuaderno rojo que todavía guardo con la inútil esperanza de que en un
momento póstumo, sean más que recuerdo. Allá, en el lejano dos mil siete, cuando
era flaco y en el amor creía; inicié la recapitulación de mis historias
entreveradas, de la remembranza irónica y desordenada que almacenaba en mi
cabeza. Mis aires de escritor se afianzaron cuando un años después, por el dos
mil ocho, decidí escapar de casa y vivir solo, con la idea de dormir en un
colchón alojado en el piso, de almohadas mis libros piratas, libros que todavía
cobijan mis sueños extraviados entre sus párrafos. Caminaba muchas cuadras para
cortar la peluca rubia que llevaba en la cabeza, tratando de dar forma a mi
bisoñé bohemio, de izquierda a derecha, cubriendo mi frente, al mejor estilo de
Bayly. Y es que leía todos sus libros, miraba todos sus programas. Me parecía
genial la idea de ser como él. Sentarme dos horas, hablar de mí, siendo yo la
noticia y teniendo mis propias exclusivas. Burlarme de todos, especialmente de uno.
Decir un par de estupideces que diviertan a la gente y dormir hasta las tres de
la tarde todos los días. Todo este círculo vicioso estaría mantenido por un sueldo
nada despreciable que seguiría alimentando esta rutina fascinante. ¡Yo quería
ser como Bayly! Y en innumerables ocasiones he recibido el comentario halagador
de imitarlo muy bien. Entonces me dediqué a mal alimentar mis ganas de vivir
fácil, de ser el centro de la atención y de vivir de mi propio escándalo. Escribí
de manera afiebrada muchos años. Con el transcurrir del tiempo, este interés de
ser escritor pasó a segundo plano y la terapia sanadora de contar mis cosas y
burlarme de todo fue ganando terreno. Escribí sobre la rutina, lo cotidiano.
Escribí sobre varias amantes furtivas que recapacitaron en su idea de compartir
fluidos. Escribí sobre algunos amores que no prosperaron. Sobre el fútbol.
Sobre Dios. Sobre mi Madre. Ahora, tras haber recorrido varios caminos que
llevo en mi interior, he perdido el rastro de ese sueño infausto de ser escrito
y dedicarme a las letras. He perdido en ese camino azaroso la pluma mágica del
delirio y la brújula pícara de los recuerdos valiosos. Ya no seré como Bayly,
estoy convencido. Pero algunos párrafos afortunados encontrarán asidero en el
tiempo. Soy un muchacho frustrado por mil razones, una más será las ganas de
escribir aquel libro soñado, leído, expuesto en alguna vitrina de cualquier
librería en la sección de oferta por sus minúsculas ventas. Mi baúl de los
recuerdos ha sido saqueado por el tiempo y todo está desperdigado. Hago honor a
las memorias de un desmemoriado, ya sin ningún afán sádico de por medio. No sé
si baste para complacer la vanidad encomiable que albergaba mi corazón por
dejar algo antes de partir, pero me divertí mucho en el intento de ser
importante a mi manera. Saldré a caminar más, me esforzaré por grabar momentos
nuevos y me esforzaré el doble por recordar algunos otros. Compraré un boleto
al mundo de las letras y ultrajaré algún libro inocente. Todo por ser ese
personaje antojadizo que quise ser con poco éxito. Hoy empiezo la vigilia por
encontrarme. Buscaré a Bayly en los libros y en la tele. Quizá me
encuentre un poco a mí.
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