martes, 23 de junio de 2015

Coral

Rarísimo. Que estemos tú y yo en mi habitación, en tan cálido ambiente, solos. Tu presencia femenina ha caído de mil maravillas en la casa y yo he empezado a cogerte un cariño desinteresado, sin maldad, inusual: rarísimo.  Si he de aprovecharme de algo en esta, nuestra soledad casera, es de tu confianza y nada más. – Te pido las disculpas del caso, por si es que ya has tenido la desafortunada experiencia, de verme rascándome los genitales en la casa, y no por encima del pantalón de turno, sino metiendo mis delicadas manos en la entrepierna, de manera tan desagradable e intuitiva. No sé qué me pasa, ni en qué momento adopté manía tan impropia, pero me he sorprendido varias veces, con personas ajenas al departamento, en tan incómodo ejercicio, disculpa, en serio. Si me ves en tal situación avísame con toda la confianza del mundo, recuérdame que no está bien y que si lo hago, me lave las manos, por favor, te lo agradeceré. Cuando dormimos juntos, ¿ronco? Yo creo que no, pero no puedo afirmar eso, ¿es ilógico verdad?, ¡estoy durmiendo! Ya pues, dime. O quizá peor, me muero de la vergüenza. Quizá y tiendo a lanzar flatulencias, eso si no tiene perdón. Es que no sé qué me pasa, ando rejodido con los gases. Me hincho como globo y el pantalón me empieza a apretar y siento estallar. Despierto guardo compostura y me despojo del mal con discretas ventosidades, obvio que en absoluta soledad. Pero supongo que en la noche, en estado de inconciencia total, despojo literalmente, lo peor de mí. Si fuera el caso, y recurriendo a la confianza que empezamos a tener y a tu sinceridad, despiértame. Yo abro la ventana, recurro a cualquier aromatizante y asisto a un lugar adecuado  para aliviar mi pesadez. A pesar de esos impases que espero corregir te veo bien. Con las pocas semanas que tienes por acá, veo que has tomado de manera natural posesión de la casa. Estoy feliz de que sea así. Más bien, déjame felicitarte. He visto pocas veces alguien tan limpia como tú. Todo en su lugar. Tu delicadeza me tiene encantado. Otra pregunta: ¿me ves viejo? ¿Qué edad me echas? Mejor no me respondas porque sé que por educación no me vas a decir la verdad. Yo me veo fatal. Compré y armé esa mueble para hacer deporte por gusto, ¿si recuerdas no?, yo en el piso haciendo mi mejor esfuerzo y tú dando vueltas, viendo con curiosidad. ¡Por gusto! Me resigno a ver como mi barriga gana terreno, se agiganta con el tiempo. Me veo desnudo en el espejo y me deprimo. Mi cabello también está fatal. Suerte que no nos conocíamos hace un par de meses, cuando una venezolana confianzuda arruinó mis expectativas y me cortó como cualquiera de esos peloteros confundidos: bien pegadito a los costados y en el medio, una mata de cabellos extravagante. Te hubieras matado de la risa. Yo me quería morir, matar a alguien. Como te comentaba, me veo gordo, cada vez menos cabello, y encima pedorriento. Cruel mi destino, no te parece. Estoy cediendo al tiempo. Ahora tomo energizantes para el trajín del día y relajantes para dormir. Yo que no tomaba ni pastillas cuando estaba enfermo. Otro síntoma de vejez prematura. En cambio a ti te veo saltando y corriendo, te veo bien. Aprovecha tu juventud, en verdad es un tesoro divino. Pero cuéntame algo: ¿Todo bien? ¿Qué te parece el vecindario? ¿Sientes frio en las noches? ¿Te molesta algo? ¿Soy muy espeso, no?  Nada. Ya no te fastidio con mis cosas. A veces es bueno conversar y tú tienes ese don que pocos tienen, el don de escuchar.  – Le confieso, le cuento mientras ella me mira, siempre reposando sobre mi cama. Sus ojos grandes, atentos a cualquier movimiento, con sus ojos preciosos cerrándose de rato en rato pero escuchándome. Siento incluso que lo haces con cariño. Gracias por tu compañía Coral.


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