Mi ojo está rojo, me asusto un poco, creo que puede ser algo grave. Tengo un examen tedioso, de él depende mi vida, pero mi ojo está rojo, puede ser una buena excusa. Voy a clases, no me gusta mi carrera, tengo miedo, creo que la prueba va a estar difícil.
El Profesor se hace el loco, a pesar de llegar tarde (muy tarde)no se molesta, creo que ya se acostumbró, entro y cierra la puerta.
Dudo un momento antes de excusarme, quizá y ni se acuerde de la prueba, quizá si la doy ahora un alma piadosa me ayude, quizá no. La prueba se suspende, dice que es para el viernes, tengo tres días más para esforzarme, o para seguir confiando en mi suerte, no voy a aprender nada.
Salimos al receso, me pongo mis gafas negras, mi ojo está rojo y no quiero que lo vean. Ahora tengo que exponer, no quiero quitarme las gafas. Recibo un mensaje de mi enamorada, quiero verla. Termina la exposición, hablé estupideces, me alcanza para aprobar; un curso menos. Le respondo a mi amor, le digo que la extraño, que quiero verla, dudo que me crea, para ella soy un “antiromántico”, no le miento, quiero verla.
Llego a casa, sigo preocupado por lo de mi ojo, se lo digo a mamá:
- Mi ojo está rojo, parece que la pequeña hemorragia se está extendiendo.
Mi madre se preocupa, se asusta, cree que voy a morir.
Ya almorcé, comí poco, aún tengo hambre, me voy a dormir. Escucho mi nombre, alguien me llama – no jodan, estoy durmiendo – Es mi madre - Vamos al oculista – me dice aún preocupada.
Ella me acompaña, hace tiempo que no salimos juntos, me habla de Dios, dice que me he alejado mucho de Él. Yo tengo vergüenza, siento que la gente está aterrada al verme así, con mi ojo rojo. Me hago el chino, no abro bien mis ojos, no veo bien.
Llegamos al oculista, espero una hora. Miro a mi madre (todavía chino) y veo que ha envejecido. Ya es mi turno, mi madre se desespera, pregunta una cosa, se para a ver no sé qué. Se ha vuelto muy impaciente, cree escuchar mi apellido, se vuelve a parar.
Por fin entramos, mi madre me acompaña. El doctor se muestra afable, nos saluda cordialmente. Mi madre no se aguanta, le cuenta que su amiga Lula lo recomendó. El doctor se siente halagado, habla también de Lula, dice que es una mujer muy optimista, nada tonto, sigue la conversación. Han pasado unos minutos, siguen hablando, mi madre usa al oculista de psicólogo. Por fin me atiende, pone sobre mis delicados ojos aparatos raros, sólo es una luz, me dice que lo mío es normal. Mi madre interrumpe. Siguen los exámenes, empieza a probar mi vista. Pone letras de diferentes tamaños, me encanta el reto, trato de adivinar si no veo bien, fallo poco. Más pruebas, me hecha unas gotas, me introduce de manera sutil una pequeña herramienta al ojo. Dice que no duele dado a la anestesia. La anestesia no hizo efecto. Parece que terminó, me conversa, sigue conversando con mi mami, ya se aseguró una clienta. Me entrega unas gotitas, me dice que mi ojo seguirá rojo dos semanas más. La anestesia recién hace efecto. No siento mi ojo, le pregunto si podré usar la computadora con normalidad o debo de dejar los estudios, se ríe, - todo normal- me dice.
Salimos, aún siento vergüenza por mi pobre ojo, psicológicamente estoy mejor, ya no me duele nada.
Mi madre dice que se comprometió con Dios, que vayamos a rezar un rato. Si ella se comprometió ¿por qué voy yo? Acepto, vamos a orar un rato. Me engaña, me llevó a misa. Estoy enojado, no me gusta ir a misa, menos con engaños. Empieza la homilía, hablan de San Ignacio. Me aburro, veo a las señoras de edad sentadas bostezando; sus maridos las acompañan, ellos duermen. El padre habla mucho, nunca entiendo. Ya va a terminar, el otro curita se anima, el sermón se prolonga. Mi madre se da cuenta que estoy molesto, me dice que salgamos. Me llega un mensaje, mi amor me reclama. Por fin se acuerda de mí. Salimos de misa, tengo sueño. Mi madre parece complacida a pesar de la abrupta salida. Le comento que voy a ver a mi enamorada; se fastidia, no le cae muy bien. Se acuerda que la acompañé brevemente a misa, me la debe, acepta.
Acompaño a mamá a casa, quiere comprar café, también pan; mejor lo hago yo, no quiero que incite una de esas largas conversaciones con la señora de la tienda.
Se hace tarde, sólo veré a mi amor una hora y media, me parece poco tiempo. Mi ojo sigue rojo, aún tengo vergüenza. Me apuro, creo que voy a llegar muy tarde. La he querido ver todo el día.Testimonios de un tipo que no recuerda nada y lucha por no olvidarlo todo. Rastros de un camino recorrido, historias mal contadas. Prueba irrefutable de que viví.
martes, 21 de agosto de 2007
Mi ojo está rojo
Mi ojo está rojo, me asusto un poco, creo que puede ser algo grave. Tengo un examen tedioso, de él depende mi vida, pero mi ojo está rojo, puede ser una buena excusa. Voy a clases, no me gusta mi carrera, tengo miedo, creo que la prueba va a estar difícil.
El Profesor se hace el loco, a pesar de llegar tarde (muy tarde)no se molesta, creo que ya se acostumbró, entro y cierra la puerta.
Dudo un momento antes de excusarme, quizá y ni se acuerde de la prueba, quizá si la doy ahora un alma piadosa me ayude, quizá no. La prueba se suspende, dice que es para el viernes, tengo tres días más para esforzarme, o para seguir confiando en mi suerte, no voy a aprender nada.
Salimos al receso, me pongo mis gafas negras, mi ojo está rojo y no quiero que lo vean. Ahora tengo que exponer, no quiero quitarme las gafas. Recibo un mensaje de mi enamorada, quiero verla. Termina la exposición, hablé estupideces, me alcanza para aprobar; un curso menos. Le respondo a mi amor, le digo que la extraño, que quiero verla, dudo que me crea, para ella soy un “antiromántico”, no le miento, quiero verla.
Llego a casa, sigo preocupado por lo de mi ojo, se lo digo a mamá:
- Mi ojo está rojo, parece que la pequeña hemorragia se está extendiendo.
Mi madre se preocupa, se asusta, cree que voy a morir.
Ya almorcé, comí poco, aún tengo hambre, me voy a dormir. Escucho mi nombre, alguien me llama – no jodan, estoy durmiendo – Es mi madre - Vamos al oculista – me dice aún preocupada.
Ella me acompaña, hace tiempo que no salimos juntos, me habla de Dios, dice que me he alejado mucho de Él. Yo tengo vergüenza, siento que la gente está aterrada al verme así, con mi ojo rojo. Me hago el chino, no abro bien mis ojos, no veo bien.
Llegamos al oculista, espero una hora. Miro a mi madre (todavía chino) y veo que ha envejecido. Ya es mi turno, mi madre se desespera, pregunta una cosa, se para a ver no sé qué. Se ha vuelto muy impaciente, cree escuchar mi apellido, se vuelve a parar.
Por fin entramos, mi madre me acompaña. El doctor se muestra afable, nos saluda cordialmente. Mi madre no se aguanta, le cuenta que su amiga Lula lo recomendó. El doctor se siente halagado, habla también de Lula, dice que es una mujer muy optimista, nada tonto, sigue la conversación. Han pasado unos minutos, siguen hablando, mi madre usa al oculista de psicólogo. Por fin me atiende, pone sobre mis delicados ojos aparatos raros, sólo es una luz, me dice que lo mío es normal. Mi madre interrumpe. Siguen los exámenes, empieza a probar mi vista. Pone letras de diferentes tamaños, me encanta el reto, trato de adivinar si no veo bien, fallo poco. Más pruebas, me hecha unas gotas, me introduce de manera sutil una pequeña herramienta al ojo. Dice que no duele dado a la anestesia. La anestesia no hizo efecto. Parece que terminó, me conversa, sigue conversando con mi mami, ya se aseguró una clienta. Me entrega unas gotitas, me dice que mi ojo seguirá rojo dos semanas más. La anestesia recién hace efecto. No siento mi ojo, le pregunto si podré usar la computadora con normalidad o debo de dejar los estudios, se ríe, - todo normal- me dice.
Salimos, aún siento vergüenza por mi pobre ojo, psicológicamente estoy mejor, ya no me duele nada.
Mi madre dice que se comprometió con Dios, que vayamos a rezar un rato. Si ella se comprometió ¿por qué voy yo? Acepto, vamos a orar un rato. Me engaña, me llevó a misa. Estoy enojado, no me gusta ir a misa, menos con engaños. Empieza la homilía, hablan de San Ignacio. Me aburro, veo a las señoras de edad sentadas bostezando; sus maridos las acompañan, ellos duermen. El padre habla mucho, nunca entiendo. Ya va a terminar, el otro curita se anima, el sermón se prolonga. Mi madre se da cuenta que estoy molesto, me dice que salgamos. Me llega un mensaje, mi amor me reclama. Por fin se acuerda de mí. Salimos de misa, tengo sueño. Mi madre parece complacida a pesar de la abrupta salida. Le comento que voy a ver a mi enamorada; se fastidia, no le cae muy bien. Se acuerda que la acompañé brevemente a misa, me la debe, acepta.
Acompaño a mamá a casa, quiere comprar café, también pan; mejor lo hago yo, no quiero que incite una de esas largas conversaciones con la señora de la tienda.
Se hace tarde, sólo veré a mi amor una hora y media, me parece poco tiempo. Mi ojo sigue rojo, aún tengo vergüenza. Me apuro, creo que voy a llegar muy tarde. La he querido ver todo el día.jueves, 16 de agosto de 2007
Cuéntame qué hice
lunes, 6 de agosto de 2007
La Teoría Dosantos
Escribir la Teoría Dosantos no es tarea sencilla ni mucho menos. No goza de un orden ni una idea estricta, por el contrario, roza la rebeldía, el liberalismo, la
locura de ser feliz.
La vida está netamente hecha para disfrutarse, no para estar preocupándose por vicisitudes inoportunas y virulentas.
Porqué no puedo darme un gustito hoy, si mañana puede que ya no esté, que algún energúmeno al volante, interrumpa mí día a día; que algún accidente siniestro o negligencia (que puede ser propia) nos sometan a la temida muerte. Esto sería doloroso si estuviera ejerciendo esta Teoría tan poco comprometedora, de lo contrario hasta podría parecer un favor.
Es que en verdad, la vida es corta y la muerte eterna. Y si la vida es corta imagínense la juventud…
Ente los 18 hasta los 25 ó más años, uno está en la obligación de vivir a plenitud, a divertirse olímpicamente y a reunir experiencias para contarles algo a los nietos (si es que quieres tener hijos). Qué vergüenza llegar sin relatos, tener que inventarlos o peor aún, no saber que consejo dar a las futuras generaciones que confusas, busquen respuesta en tu persona. Pues en esta vida se aprende de todo, de lo bueno y también de lo malo, y de lo malo se aprende para no olvidar.
Uno puede hacer uso del libre albedrío a diestra y siniestra, siempre y cuando tratemos de no dañar a terceros, por lo menos no hacerlo irreparablemente, porque hablando con sinceridad, es difícil portarse mal y no agraviar a alguien.
La Teoría Dosantos roza de una manera coqueta y subliminal con el “alpinchismo”, con el no me importa”. Hay que ser un tanto escueto de conciencia para aceptar esta Teoría tan risueña y cándida, porque no se acepta el pensar mucho, sólo lo necesario y conciso, para no crear confusiones morales que dañen el propósito.
La Teoría Dosantos enaltece a la mujer, ya que gracias a ellas es que se ideó, porque la Teoría Dosantos es feminista. Pues una mujer es quien la inspiró, la aceptó, la condimento y ensalzó, brindando vida a un sin fin de hipótesis inconclusas y extravagantes.
La Teoría Dosantos aconseja: - Si la jodiste, jódela bien- y disfruta del incidente si es que se presenta para el goce.
La Teoría Dosantos no es para irresponsables, está orientada para gente inteligente que sepa asumir el precio de la despreocupación y la pizca de conchudez que requiere.
Quizá y esta Teoría sólo sea comprendida y aceptada por el hombre que la escribe (un Dosantos) porque él solo crea parámetros mediáticos al asunto.
La Teoría Dosantos puede ser flexible al gusto del que la use, sin omitir lo ya dicho.
Lo único que impide el uso de esta técnica de vida es el amor, aquel peligroso y fuertísimo adversario, aquel sentimiento infame y voraz que altera todo, que confunde, que ilusiona. Mientras este extraño e inefable sentimiento me sea esquivo, adoptaré mi Teoría con el mayor espíritu emprendedor e incansable. De lo contrario me someteré a él de una manera sumisa y cansinamente, me volveré su fiel esclavo. Porque La Teoría Dosantos no sólo se ve minimizada y esclavizada por el amor, sino que también lo respeta por ser este infinitamente poderoso.
El que no tiene un poco de loco no tiene nada de sano. Y para aceptar esta Teoría retorcida y un tanto confusa, hay que ser un orate comprometido, comprometido con la felicidad del momento, con la sonrisa pícara dibujada en la cara a pesar de adversidades, con la sinceridad del caso, con el eterno buen humor.
Es mejor arrepentirse de lo que hiciste a arrepentirte de lo que no llegaste a hacer, pues la curiosidad del supuesto, te atormentará toda la vida, mas aún cuando está no se vuelva a presentardomingo, 5 de agosto de 2007
Ellas dicen que soy un PUTITO...
El hecho de que me consideren un Putito es un honor para mí. Aquel tipo torpe, tonto, poco interesante (como suelo ser) se convertía literalmente en un pendejito con gracia. Todo esto en alusión al perrito de La Flaca, que era capaz de moverle la cola a cualquier ladrón furtivo que pudiera ingresar a casa de su dueña, y sin pensarlo dos veces, acompañarlo como cómplice del delito. Sin acotar algún comentario malintencionado, La Muñeca acompañaba lo dicho tan sólo con una sonrisa pícara y al mismo tiempo asertiva, corroborando de una manera dulce aquel adjetivo calificativo con el que me bautizaban. Aquella noche era sin duda, la noche de los apodos y apelativos; puesto que antes de calificarme como Putito (con mucho cariño), me hablaban de su jefa (que desde hace una semana atrás se había convertido en mi ex jefa) como la más perra de las perras. Este altísimo honor se lo había ganado, sin duda alguna, por el maltrato y abusos que brindaba a sus nobles trabajadores, y también, por la manera tan escandalosa de mover el rabo, regalando aquella sonrisita sospechosa y tratando de este modo, coquetear a cualquier hombre que goce de un poquito de gracia, y claro, tenga una billetera auspiciosa y generosa; como si éste fuera el amo y ella (como dicen mis ex compañeras y ahora amigas) La Perra. La Muñeca cumplía un mes más con su galán, con aquel baterista (desconocido para mí), que nunca dejaba ver su rostro cuando iba a recogerla en aquella ostentosa camioneta; aquel baterista que sumido en su profesión se encontraba lejos de ella en algún concierto importante haciendo gala de su arte. La Flaca por su lado, cotejaba un par de opciones para aquel fin de semana tan poco prometedor para mi persona. Mientras me deleitaba con los comentarios y ocurrencias tan graciosas e hilarantes que ellas disparaban sin reparo sobre su jefecita (a la cual le debió arder la oreja toda la noche), recibí una llamada de la última integrante que faltaba para concretar la aventura próxima de esa noche. La popular Perita se afiliaba al grupo, con aquella figura extremadamente lasciva, proporcionaba una dosis extra de adrenalina y la posibilidad de graduarme de “amante” o Putito como ya me habían bautizado. La invitación imprevista de La Flaca al cumpleaños de una “amiga”, repercutió en el interés de mi Muñequita y la Perita, quienes aceptaron gustosas. Yo pasé de ser un aburrido opositor a materia completamente dispuesta. Antes de asistir a la reunión era necesario engreír al estómago, degustar alguna merienda que garantice la fortaleza para las horas venideras. La Flaca nos llevo a comer unos anticuchitos de alpaca. Era realmente gracioso ver a la Muñequita sentadita, aún en traje de oficina y bajo ese look tan original y exótico, en aquella banquita, en aquella esquina, expuesta a aquel ambiente tan opuesto al acostumbrado. Linda ella, complaciente y cómplice del momento, sobrevivió al imprevisto, mientras que La Flaca y La Perita devoraban como fieras sus respectivos platos, ya acostumbradas y hechas caseritas del consumo de la pobre alpaca (que fácilmente pudo haber sido perro). La Perita desde que se unió al grupo apeló por el papel de hacerse la interesante, para lograr algún objetivo poco cándido que tenía en mente referido a mi persona. Llegar a aquella fiesta significó para mí, aterrizar en un planeta desconocido personalmente. Al ingresar me asaltó la duda sobre si nosotros (La Flaca, La Perita, Mi Muñequita y yo) éramos los normales o los diferentes; puesto que éramos los únicos heterosexuales. Salude a todo el mundo con respeto aunque también con mucha admiración. Había mujeres muchísimo más masculinas y varoniles que yo, y un tipo al que no sabía si darle la mano o brindarle un beso cálido en la mejilla para presentarme. Con mi figura delgada y con mi nuevo corte de cabello (al que todavía no me acostumbro) fácilmente podía ser confundido como colega de aquel tipo de anaranjado, aquel que me causó dudas al momento de saludar. Como en toda reunión concurrida, el alcohol se hizo presente y facilitó la comunión de los asistentes, quienes ya envueltos en el éxtasis de la noche, no dudaron en mostrar sus mejores pasos en la improvisada pista de baile. El acoso de La Perita no se hizo esperar, de una manera acelerada y vertiginosa dio rienda suelta a sus encantos (que no eran pocos) para inquietar mi tranquilidad, mi sosiego, y también mi morbo. Hizo de todo un poco, pero para mí, aquella noche extravagante no tenía otro foco de atención que no fuera mi Muñequita (digo mí por puro capricho, porque sólo yo puedo llamarla así, o por lo menos decirlo con ese cariñito especial) Ella es la amalgama perfecta entre dulzura, ternura, y rebeldía sin causa, locura elegante y cautivadora. Aquella mirada tan inexplicable, inefable, tan coqueta, tan peligrosamente inofensiva. El verla conversar, reír, caminar, tomar y bailar era un verdadero gustito, me inspiraba ser un tipo bonachón y querendón. Ella tan pequeña, tan linda (lindísima) tan dulce, me causaba una ternura enardecida, afiebrada. Sus comentarios tan perspicaces, acomedidos; como aquel que me hizo cuando vio a La Perita –Tiene bonito cuerpo, “la ley del pescado nomás”- y yo, muriéndome de la risa. La verdad nunca pensé salir con ella (por lo menos no pensé estar ahí), y ahora me sentía el hombre mas feliz de la fiesta (aunque también era el “único”) Todo estaba bien hasta que me sacó a bailar con ella, la poca habilidad que podía tener en el baile se perdió en mi nerviosismo. No atinaba ni un solo paso y era aún más torpe. Las manos me sudaban y me sentía aquel niño de doce años que tímido (o mejor dicho intimidado); no sabía que decir o hacer. Ella lindísima como siempre me dijo: bailas como mi papá. (espero que tu papi no baile tan mal) En la brevedad del baile, ella me nalgueo más veces de las que lo hizo mi madre, y yo, encantado, feliz de la vida hecho ya un putito. Ella ya inducida por el alcohol disfrutaba más que nadie de la tertulia. Aquella noche me hizo un juramento que prometo hacer respetar. Me juró que en la próxima vida, se casaría conmigo (una tentación al suicidio). No pretendo morir pronto, pero esperaré ansioso la próxima vida. Si no fuera por la presencia de La Perita, que me hostigo toda la noche, hubiera podido disfrutar con tranquilidad la compañía de La Muñequita, hasta me hubiera dado tiempo para reivindicarme con alguna otra pieza de baile. Lastima que lo de putito se me salió y termine mojando mis labios en los de La Perita, peor aún, La Muñequita fue el único testigo de aquel hecho tan escandaloso. Aquella noche, en medio de aquella fiesta gay, sumergido en el bullicio, adormecido por el alcohol (de una manera muy leve) viví momentos de romance (y no con el tipo de anaranjado que confesó que quería que yo le fuese prestado), momentos de profundo e inevitable encantamiento; por aquella Muñequita traviesa, rebelde, tierna. Aquella que no se cansa en afirmar que su jefa es una perra y que en sus tiempos fue brava. Aquella que me confesó que desea tener un hijo. Aquella que me dio el gustito en aquel juramento. Aquella que me nalgueo con destreza. Aquella que lamentablemente me vio en medio de mis pendejadas. Aquella que se ha ganado mi respeto y un cariñito sincero y muy especial. Por ahora no más noches gay (gente linda por cierto), no más alcohol barato ni romances imaginarios. Salimos de la fiesta juntos y dejamos a La Flaca primero, aquella que se bailó rico toda la noche. A La Muñequita que regenero al tipo de anaranjado con su encantadora presencia y me brindó momentos dulces (aunque no lo sepa). Y por último a La Perita que se cree la más rica del huerto. Llegué cansado a mi cama con la tonta idea de relatar esta maravillosa noche. Y cerré los ojitos, con una sonrisa pícara (como la de La Muñeca) dibujada en el rostro y la certeza de que era un PUTITO…
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