martes, 13 de noviembre de 2007

Taxi de media noche

Estaba algo nervioso en aquel taxi. No quería que Rebeca conociera mi casa, viera como entro agazapado a mi hogar, menos con su madre en el mismo taxi. Salíamos de la verbena de su colegio. Andaba un poco melancólico porque no la pase como esperaba. Rebeca no se alejó de su mamá toda la noche. –Déjeme aquí nomás señito, no se preocupe- logré decir menoscabado por la circunstancia. La Sra. no puso mucha resistencia debido a que no era muy tarde, 12:20 a.m. -¿Estás seguro?- preguntó. –Si Sra., además, prácticamente estoy en el centro- alegué, ahora con nimia seguridad. Me despedí amorosamente. Volví a mirar el reloj, 12:30 a.m., -complaceré a mi madre- pensé. –Llegaré temprano para que no se moleste.- Logré distinguir algunos taxis estacionados, recordé que no es seguro hacer uso de esas móviles, así que decidí, de una manera sorprendente, ser responsable y tomar el taxi que detenido al frente, aguardaba la luz verde del semáforo. Levanté el brazo y el taxi se detuvo. Abrí la puerta (que estaba sospechosamente abollada) y me senté aún triste en el asiento delantero, con la cabeza bien gacha, ensimismado en mi melancolía. El recorrido era corto, diez cuadras a lo mucho. Revisé suspicaz mi billetera, tan sólo me acompañaban unas monedas (como siempre), respiré aliviado, bastaba para pagar la carrera. El corto recorrido me mantuve distante, sólo logré comentar con el taxista (con los cuales suelo conversar con confianza) que tener enamorada te deja misio, mejora el corazón pero perjudica la economía. Llegamos a la puerta de mi hogar, le di una moneda de dos soles, puse un pie fuera del auto, el taxista me detuvo: -flaco, es falso- dijo, me devolvió el dinero. Atisbé la moneda: -está buena-le dije desconfiado y comenzó todo. Un tipo salido de la nada, me empujó y se sentó sobre mí bruscamente, otros dos tipos, en segundos, se acomodaron en el asiento posterior y cogieron mi brazo izquierdo, me disminuyeron instantáneamente, dejándome más inútil que de costumbre. No podía creerlo, reía sorprendido, buscando alguna cámara indiscreta de Tinelli, -debe de ser una joda- pensé mientras el auto avanzaba. Reaccioné, -no me lleven lejos, aquí les doy todo lo que tengo- dije apresuradamente. El auto pasó por la comisaría, cerca al Teatro Municipal sin ningún apuro. El tipo sentado encima de mí, presionaba mi cuerpo contra el asiento, lograba ver incómodo como íbamos camino al hospital por aquella avenida testigo de mi secuestro. De pronto entendí que ni Superman ni Batman juntos me iban a salvar, era hora de apelar a su corazón, hablarles de amor, de morales, de Dios; cosas de las que yo también desconocía. –Brothers, las cosas no están fáciles para nadie, la situación nos perjudica a todos. No sean así pues brothers, yo tampoco tengo dinero y no ando echándole la culpa a otros, lastimando al prójimo, esa no es la solución brothers. Dios lo sabe, Él te está viendo, tengo una mamá que me espera (si es que llego, pensaba) ¿Uds. no tienen mamá?, vamos brothers, déjenme acá, les doy lo que quieran y no pasó nada,- argumentaba. Hablaba y hablaba. Ellos estaban callados, creo que no eran tan malos, que no pensaban hacerme daño, hasta que hablé y cambiaron de decisión. – ¡Cállate mierda!- dijo uno, aburrido de mi sermón político, moralista y religioso. –Revísenlo- indicó. Me sacaron la billetera, sólo tenía dos soles, sentí vergüenza. El celular que recién me había comprado estaba muy pegado a mi entrepierna y no lo detectaron. -¿Celular?- me preguntó. –No tengo- respondí inmediatamente. –Quítale el anillo- volvió a indicar. Era un anillo barato, algo usado, pero era regalo de mi padre, era “mi” anillo. –No- les dije. –Mi papá, me lo regaló, por favor, él falleció hace dos años y es un recuerdo suyo- mentí. –Ya, OK- dijo el ratero bondadoso. –Te voy a regalar el anillo concha tu madre, que se te pierda nomás huevón- me dijo. De pronto el que me revisaba halló el celular: -Tiene celular- dijo fuerte. – ¡Mentiroso de mierda!- me gritó, tirándome una bofetada. –Quítale el anillo por mentiroso- ordenó furioso. Yo reía sabiendo que definitivamente, no era mi día, mientras me quitaban el anillo por mentiroso. Llegamos detrás del hospital, un callejón oscuro de tierra, con una acequia casi vacía. Me bajaron, me revisaron rápida y efectivamente. Uno de ellos intentó derrumbarme, inexplicablemente no pudo. –Tu camisa- ordenó. Resignado le entregué aquella camisa negra que me encantaba, sabiendo que a ese cholo no le iba a quedar bonito. Mientras me despojaba de la prenda, enterraba mis zapatillas Vans, nuevas aún. No me pegaron, seguro les di lástima, además me había portado bien. Subieron rápidamente al vehículo, el chofer era cómplice. No logré ver la placa ni a ninguno de ellos, sospechaba convencido que eran cholos resentidos, a los que mi camisa no les quedaría bien nunca, así se bañaran. Salí corriendo desorientado. Cogí un taxi, lo revisé mil veces. –Concha su madre- dije lamentándome. –Llévame de frente a mi casa- ordené desconfiado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

...te sigues acordando?? ves?? todos tenemos cosas q nunk se olvidan, por mas tiempo q pase...