martes, 18 de marzo de 2008

Uno menos

Viernes seis de la tarde: Las dudas, miedos y arrepentimientos visitan la cabeza de Edward; sólo tiene la certeza de comprar un par de zapatos nuevos para su boda. Sale meditabundo, recibe una llamada.

Sábado ocho de la mañana: Obdulia llama desesperada a Lucho, su hijo, contándole que su hermano Edward aún no regresa de comprar sus zapatos para la boda que se realizará en menos de cinco horas, no aparece. Lucho se preocupa, se ríe y piensa que sus hermano es muy exigente e indeciso para comprar un par de zapatos.

Sábado diez y media de la mañana: Ubican a Edward, esta totalmente borracho luego de una despedida de soltero sorpresa. Lo rescatan de la casa de su amigo.

Sábado once de la mañana: Edward es llevado a casa de su hermana Luz junto con su madre para alistarlo para la ceremonia: bañarlo, acicalarlo y cambiarlo. Edward se viste a cuestas, reniega porque el pantalón le queda ancho, deja en claro que así no se casa. Su madre lo observa y le dice: - ¡Sácate mi pantalón y ponte el tuyo! –

Sábado cuatro de la tarde: Adolfo recibe una llamada, una voz enrarecida nos invita a la reunión familiar. La boda de Edward es una sorpresa, nadie sabía nada.

Sábado cinco de la tarde: Adolfo y yo llegamos a la fiesta. Edward nos saluda efusivamente y yo me siento un ridículo con mi camisa rosada (agradeciéndole a Adolfo el que me haya impedido usar las zapatillas rojas) El novio está en evidente estado etílico. Lo abrazo, lo felicito y le pregunto: - ¿qué se siente estar casado?- Él me contesta: - Ahora no siento nada, mañana te cuento –

Sábado cinco y media de la tarde: Ponen una marinera para que Edward se luzca; él la sabe bailar. Dentro de sus posibilidades agita el pañuelo blanco e intenta sincronizar un par de pasos con conato. Edward está perdido, baila la marinera por inercia. Le ponen un vals, uno bonito; Edward sigue bailando marinera.

Sábado seis de la tarde: Un Pisco Sour estremece mi sosiego, calienta algo dentro de mí. Todos bailan. Las cervezas se hacen presentes una tras otra; Edward se mantiene en pie.

Sábado nueve de la noche: Van ocho cajas de cerveza y me siento feliz, alegre. Edward es un beodo carismático. En una esquina de la fiesta están cuatro señoras que destapan procazmente las cervezas, una tras otra y sin usar destapador; lo hacen de una manera ingeniosa y particular, con un estilo propio de barrio. Una de ellas baila como poseída, saltando con una energía desmesurada proporcionada por la cerveza, es la versión femenina de “Chapulín el Dulce”.

Sábado diez y media de la noche: Mi primo Adolfo se ríe conmigo de cualquier estupidez; Carlos, otro de mis primos, siempre está a mi derecha para recibir la cerveza; el alcohol nos controla y estamos contentos por eso. Conversamos con los invitados muchas cosas que no me acuerdo.

Sábado once y media de la noche: Adolfo y yo nos retiramos de la fiesta. No sé cómo salimos, cómo llegamos a casa. Un recuerdo deslucido recrea una imagen de Adolfo y yo entrando abrazados y contentísimos a casa, riéndonos del mundo; somos tan felices cuando estamos ebrios. Pienso rápidamente en Edward, espero que mañana se acuerde de algo, de que se ha casado y me diga que se siente.

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