martes, 10 de junio de 2008

El Príncipe, la Princesa y la BRUJA

El Príncipe no tiene caballo, no tiene palacio, no tiene garbo. Es díscolo y despreocupado, pero tiene una Princesa. El Príncipe sin reino tiene todo lo que quiere cuando la Princesa lo visita desde lejos, desde su reino de Cartón que alguna vez cobijo al Príncipe mendigo. El Príncipe mendigo escribe sus historias por necesidad, lo hace como una especie de terapia caprichosa y divertida, lo hace aun con cierto decoro que desearía dirimir. La Princesita de Cartón no lee lo que él escribe porque no quiere dejar de quererlo, porque quiere omitir información tóxica para su corazón noble y altruista. El Príncipe mendigo la extraña en secreto, no con locura ni desesperación, pero si con nostalgia; sabiéndose renuente e indócil, inútil para lo que ella espera. La Bruja malvada no soporta que la Princesita piense en aquel Principito que ciertamente no vale la pena, que habla sin pensar y que escribe aun más fatuo. La Bruja malvada es Bruja porque su príncipe se fue y hoy ama y seguro también toca apasionadamente a otra mujer; una decisión tomada no por maldad, sólo es cuestión de superación y buen gusto. La Bruja se hace pasar como amiga de la Princesita, se inventa su propio cuento, su propio reinado, y besa algunos sapos que cree son príncipes. La Bruja le pide al Príncipe mendigo que relate su historia (porque lee lo que él escribe por curiosidad), que hable de sus cualidades para que el buen hombre que felizmente escapó de ella, lea y sienta una suerte de celos. El Príncipe no escribe sobre ella porque no encuentra cualidades, porque no tiene buena imaginación para inventar algo, porque quiere que ella siga leyendo sus relatos esperando el suyo. La Bruja repasa sus escritos intentando encontrar algo cizañoso y envenenar el corazón de la Princesita de Cartón. El Príncipe no guarda muchas veces la compostura. Escribe lo que piensa, lo que siente, lo que sabe. El Príncipe no olvida que la Bruja tiene seis glándulas mamarias, que come por cuatro príncipes y que baila como vedette después de dos tequilas con yohimbina; pero la cordura que aún le queda, no le permite contar eso, porque a pesar de todo, es un hombre bondadoso y discreto. La Bruja se cuelga de la fama y el ángel de la Princesita, que inocente, intenta responder a todo con una sonrisa. El Príncipe a pesar de haber liberado a la Princesita de Cartón de su presencia, la sigue lastimando y se siente más miserable de lo que es. La Bruja seguramente dejará de leer lo que el Príncipe escribe después de este relato, y se siente triste de perder quizá a su lectora número uno. La Princesita seguramente no se enterará de esto, aunque al Príncipe le gustaría. El Príncipe mendigo no tiene caballo, pero si descaro; no tiene palacio, pero si un lapicero y un papel donde adquiere privilegios de rey; no tiene suerte, pero si a su Princesita de Cartón. La Bruja no tiene una olla donde preparar sus brebajes, pero si un cuerpo que llena ese vacío; no tiene cualidades (yo no las encontré), pero si seis glándulas mamarias con que sorprender al vulgo; no tiene un príncipe que la bese, pero si uno que le escribe. La Princesita tiene una penita en el corazón. La Bruja tiene malicia. El Principito sólo buen humor.

P.D.: Copiar con calma y entregar puntual. Besos.

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