sábado, 23 de agosto de 2008

Papá no, papacito

No pretendo ser padre. Aquella idea me somete a un miedo profundo, pues viene con un cargo de “responsabilidad”, la palabra que menos me gusta. Soy un tipo que apenas puede con su vida para intentar si quiera encaminar otra. El problema de tener un hijo es que no viene solo, viene con una madre que confunde un momento cálido, apasionado, afectivo, con un amor irreal y por demás innecesario. Una madre que puede ser aun más preocupante que el futuro ser en camino; pues ella ya sabe hablar, reclamar, gritar e insultar; ya aprendió a caminar, corretear, acosar, perseguir entre otras cosas peligrosas. La madre a su vez viene con una suegra que pensará que su hija es una santa y que yo, azuzando la incrédula virginidad de su hija, soy el lobo feroz. También me hago acreedor de un suegro que vive puliendo algunas armas de fuego, buscando el momento justo para darles usanza y ser feliz. Posiblemente dentro de este terrible combo se incluyan unos cuñados busca pleitos, tías chismosas, criticonas y primas detestables. No quiero ser padre porque pierdo la libertad de la cual tanto me lisonjeo. Pierdo horas de sueño, tranquilidad y dinero. No quiero ser padre porque no pretendo serlo. Ponerle un nombre que no le va a gustar. Obligarlo a hacer actividades que yo tampoco haría. Prohibirle diversiones que yo no me perdería. Aprisionarlo también a él, o peor aún, a ella. Exponerlo a la familia de su madre, a la mía, a mí. No quiero tener una mujer y ocho hijos, quiero ocho mujeres y nada más. Quiero vivir solo y tranquilo, con dinero suficiente para vivir en sosiego y sin privaciones. Quiero escribir muchos libros, que ellos sean mis hijos, y si me aburro de ellos, los regalo. Quiero estar en paz con mi conciencia y no ser esclavo de nadie. Por lo tanto, la amistad con el condón es obligatoria. P.D: Dedicado a mis hijos, los cuales nunca tendré.

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