martes, 25 de agosto de 2009

Niña vieja

Está inmensa, grandota, una señorita buena moza y guapetona. Asiste a todos los quinceañeros (que ocurrentemente llama quinos) que hay en esta agitada ciudad. Asiste a concursos de belleza en calidad de público por ahora, porque a futuro y según sus predicciones no muy desfachatadas, ella será la reina de belleza en los próximos años librándonos de las últimas candidatas que no están a la altura del concurso. Me enseña sus invitaciones para las fiestas; los pases, las parafernalias de los cumpleaños a los que asistió. Todas las tarjetas de invitación que tiene son novedosas, creativas, lindas; no como las de mis épocas que parecían de bautizo: plateadas y con escarcha. Usa un cerquillo medio “punk”. Flaca, patilarga, con aires de princesa. Habla hasta por los codos, repitiendo palabras inusuales e irreverentes; con aspavientos energéticos y novedosos. Chatea sigilosamente, a la defensiva, no queriendo que se inmiscuyan en sus conversaciones de púber rebelde. Tiene catorce años y una vida social envidiable. Mi princesita ha crecido como las flores en primavera y a una velocidad incontenible; es una señorita remilgosa y guapetona. No le interesa reprobar matemática ni biología a pesar de que su mamá enseñé ese curso en otro colegio; a ella le interesa estar lista en la próxima temporada de verano para bajar a la playa con un millón de kilos de pintura, betún, harina y cualquier menjunje que garantice humillar al enemigo. No tiene bandera, ni partido político, ni le interesa; se junta con chicos y chicas de otros colegios, de otras promociones, haciendo de las rivalidades tontas un buen grupo de amigos. Viste lindo, me habla del tecktónic y electropop (bailes de moda), sonriendo sin complejos ni problemas. Tiene su cuarto desordenado pero las ideas claras. Cuenta sus anécdotas con una chispa única mientras pienso que el tiempo es cruel y ya estoy viejo. Quiere pintar la puerta de su habitación de blanco para rayarla toda. Quiere un iphone a como dé lugar y no sabe que haría con él. No usa tacos porque los chicos le llegarían al cuello y no pretende incomodar a nadie, menos a ella. Juega fútbol en su colegio y es arquera por protestar contra la anterior que no paraba ni un taxi. No para en la casa y cuando lo hace, todo el mundo se da cuenta. Es alegre, callejera y loca como antes yo lo había sido, aunque no tan loca. De bebé me decía maestro. Mi princesa a crecido y yo gozo viéndola fresca y feliz; gozo como su tío, como su compinche, como su súbdito. Mi princesa ya es una reina y su reinado es eterno.

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