domingo, 2 de mayo de 2010

Cuando Mayo llega

Mayo se aproxima y siento el olor a muerte acercándose, rondándome, mirándome de soslayo, como coqueteándome. La muerte se acerca a paso lento y es como un ángel asesino. Siempre he creído que mayo es un muy bonito mes para morir, es más, creo que moriré en mayo, un mayo cualquiera. He sufrido un pequeño asalto, en los últimos días de abril, en el preámbulo de mi muerte. No quiero cruzar y él me espera. Es alto, fornido; es un hombre de peligrosas facciones, con una cicatriz que le cruza toda la cara, con una cicatriz que le recuerda que la vida del hampa, del alcohol y las drogas también están marcadas en su piel. Yo sé que me espera, que al frente, en la vereda de al frente, lo espera un moreno espigado listo para saltar encima de mí aunque sea por una moneda, aunque sea por escuchar un grito que satisfaga esa vanidad asesina que lo corroe. El hombre alto y fornido se para frente mío, me mira como diciendo que sé que es lo que viene. Le sonrió, y Dios se pasea por mi boca y reproduce un provocador - ¿qué pasa primito? – que deja sorprendido al criminal borracho, quien me da pase haciéndose el loco, haciéndose el desentendido, haciéndose, tal vez, la misma pregunta que yo. ¿Por qué le dije eso? Lo vi a los ojos, lo vi sin miedo, sabía que en su mano izquierda empuñaba su cuchillo que lo hacía más fuerte, casi invencible. - ¿Qué pasa primito? – y ni el cuchillo lo alentó a seguir, a creerse la farsa de que en verdad es invencible. - “No te tengo miedo” - eso debió descifrar. Y la muerte susurro a mi oído, sólo por unos segundos. Me siento mal, estoy enfermo, con enfermedades que no he descubierto aún, con enfermedades que intento descubrir. Me han salido manchitas en el vientre, creen que es sarampión, rubeola o viruela. ¡Es la muerte muchachos! Que se ha disfrazado nuevamente. Estoy débil; últimamente no he tratado bien a mi cuerpo. La muerte es mujer, y se ha encaprichado conmigo, tanto como yo con ella. Este mayo me convierte en un suicida cobarde, en un hipocondriaco vanidoso y pesimista, que no busca remedios ni es tan melindroso a la hora de defenderse de sus enemigos asesinos. Mayo es un mes delicioso para dejar este armazón de carne y hueso y partir hacia dónde todos tienen miedo de ir, o no llegar. Me seduce la muerte todos los días, todos los meses, entiendo que mayo es el indicado. La muerte, sin dudad alguna, es lo más importante que te pasará en vida. Yo estoy ansioso de partir, de dejar un poco más de aire para aquellas personas que lo usarán de una manera más útil. Mayo, otoño. Me pongo idiota estos días porque quiero estar listo, porque quiero que me tomen la última foto sonriendo, como agradeciéndole por todo a los que quiero y burlándome de los que no me quisieron nunca, pues la verdad, no los conozco y por lo tanto, no hay rencores de mi parte. El veneno para mi muerte lo suministra mi cerebro, mi corazón lo celebra. He tomado pastillas que me hacen dar sueño y me pregunto si despertaré, si volveré a ver el sol entrar por mi ventana, si tendré la oportunidad de regalar un beso, de recitar un te quiero, de sentirme vivo con cada pasito, de llegar por la noche a casa y a pesar de todos lo pretextos para no querer seguir, dar las gracias. Pastillitas mediocres, cuánto me hacen pensar. Y es que mayo me pone así: sensible, suicida, melancólico, poeta. El amor y la muerte son una combinación letal. La muerte te acerca al amor más puro. Un soldado, al morir, no pide que los salven, piden que cuiden de su mujer y sus hijos, que lleven como sobreviviente el mensaje de amor, de yo los amé, de yo los amo y amaré siempre. Cuando sientes a la muerte posar su mano sobre tu hombro, lloras por amor, son lágrimas de amor que limpian tu alma de todos los errores que cometiste, que baña tus últimos minutos de perdón. La muerte, en las últimas palabras que regala a tus oídos, confiesa el secreto del amor, del amor que puedo salvarlo todo, que puede lograrlo todo, que puede hacerte inmortal. La muerte en su fase más sublime se convierte en tu cómplice y te enseña a amar. No quiero partir sabiéndome culpable de nada, no quiero dejar este mundo material con pendientes que luego no pueda subsanar. Mayo se acerca y siento, moribundo, el olor a muerte; entiendo que se acerca el ángel asesino. Mayo se acerca y esbozo una sonrisa, listo para la última foto. Mayo se acerca y la espero con ansias, pongo mi mejilla para que me regale un beso. Mayo se acerca y estoy sentado leyendo un libro. Mayo se acerca… y me iré con ella; y al partir, seré feliz.

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