domingo, 9 de mayo de 2010

Intento

Despierto de repente y veo todo con un miedo que parece haberme acompañado mientras dormía. Observo todo y sé que no es mi cama, que no es mi cuarto, que algo no está bien. Mi madre se acerca y veo su cara de preocupación, en sus ojos veo tristeza. Tengo una sonda en mi mano izquierda que no sabe explicar su presencia. Intento recordar y no tardo mucho en regresar un par de horas en el tiempo, a un pasado fresco pero esquivo. Entonces las imágenes visitan mi cabecita confusa: Llego tarde a casa, triste, muy triste; con una pena enorme en el corazón. Me he peleado con él, siempre me peleo con él y me da bronca que sea así. Llego a casa entre tristezas y rencores y recuerdo que he comprado hace un par de días un tequila que ahora, me puede acompañar. No lo dudo, lo saco de su lugar y lo abro con furia. No pretendo beberlo todo, sólo necesito emborracharme y quedar dormida, sólo necesito anestesiarme y salir de esta triste realidad unos minutos, caer noqueada y amanecer con una resaca que no me permita hacer nada más. Pienso tomar aquel tequila como se debe y preparo todo: sal y limón listo para acompañar. Estoy sola y empiezo: sal, tequila, limón y el ardor en la garganta, el respingo que provoca, el alcohol entrando en mis venas. Un shot, uno más; ya no me quema al ingerirlo. Un cuarto de botella, voy por la mitad. El tiempo se hace corto y el tequila disminuye pero no mis penas. Estoy ebria pero consiente de mi dolor y necesito más. La botella se ha extinguido. No me siento bien, pero es más el dolor por la tristeza que por el licor aquel. Quiero dormir, quiero dormir pronto y olvidar todo: mis errores, mis peleas, matar mis fantasmas, o quizá, liberarlos de esta mente que los aprisiona con recelo. Recuerdo mis pastillas, me hacen dormir al instante, son tan poderosas como esta pena, como este profundo hueco donde hoy me hallo. Las ingiero, no pienso en nada más. Alcanzo a acercarme a la computadora, entrar en línea, encontrarlo a él conectado, aprovechar el momento y las pocas fuerzas que ahora me quedan. Le digo que estoy ebria, que me siento sola, cansada y mal. Él dice que irá a buscarme, que no tardará. No recuerdo más. Los bomberos llegaron a casa y me encontraron inconsciente, tirada, como muerta. Estoy en el hospital y mi madre me mira tratando de ingresar en mi cabeza loca. El doctor le ha dicho que esto ha sido un intento de suicidio y me quiere internar. Son tres días que pasaré observación en psiquiatría. Mi madre acepta. En mi cuarto hay seis camas y la mía es la última. Lloro mucho, lloro porque siento que he caído bajo y porque no estoy tan loca. La chica de al lado me pregunta por qué estoy aquí. – Intento - le respondo. Ella dice que escucha voces. Yo tengo miedo de que le digan que me mate. Otra chica me dice que es la Virgen María y yo me persigno. No estoy tan loca, no intenté matarme aunque casi lo logro. No quiero estar aquí; el chico de al fondo me mira mucho. Le digo a mamá que no aguanto, que no estoy loca. Ella me cree y firma todos los papeles y me saca, me libera de estos tipos que se ven bien pero están remal. A mi me ven al revés, me ven mal pero estoy bien. Ya no más. Hay gente que tiene problemas mucho más graves y alarmantes que los míos y no están en una cama con cinco desconocidos que también deben sentirse solos. – Ya basta – me digo y me convenzo. Pienso que con mi edad, con tanto por vivir y con tantas cosas a favor: linda, inteligente, chistosa, con una carrera terminada, con una madre valiente que me adora, con un Dios que sabe perdonar, ¿qué hago aquí? Reacciono, no quiero pasar por esto otra vez. Lloro mucho y ya, me siento mejor, como si cada gotita de sal se llevara con ella un poco de todo lo malo que llevo dentro mío. No estoy loca, no tanto.

1 comentario:

Tu mamá dijo...

Me encanta tu manera de contar las cosas, deberías tomarte más en serio esto de escribir. Si sacas un libro, yo... lo compro. Un beso grande y ánimos, lo haces muy bien.