miércoles, 16 de junio de 2010

Vacaciones

Es tarde, mi despertador me ha traicionado o yo soy un oso que inverna. Son las diez con treinta de la mañana y mi carro salía a las ocho. Ya no tengo mucho dinero, por eso compré mis pasajes en económico. Pude haberme comprado los dos (el de ida y regreso) en imperial o dorado, total, he vuelto a comprar el que perdí porque la señorita dice que no hay solución para los clientes que pierden sus viajes sin previo aviso, peor aún si se han quedado dormidos después de hablar por celular hasta las cuatro y media de la mañana. Compro un pasaje nuevo, también económico; tengo que esperar cerca de una hora para que salga el bus. No tengo dinero, no he tomado desayuno y tampoco pienso almorzar antes de viajar. Mi idea es seguir durmiendo las casi siete horas de viaje, espero poder hacerlo. Ya han pasado quince minutos de la hora prevista y mi carro no aparece, creo que lo he perdido otra vez. Leo “No se lo digas a nadie” y siento que yo también quiero ser escritor antes de ser terrorista y poner una bomba en esta empresa de transportes. El carro aparece, casi media hora después y yo tengo hambre. Subo mis cosas a la maletera con cara de “si quieren se demoraban más”. Me piden el boleto para subir y desglosan una parte del mismo, el tipo que lo hace tiene una cámara de video que no utiliza. Busco mi asiento siempre con mis gafas negras que me haces parecer un búho triste y éste esta ocupado por un viejito regordete que mira la ventana (porque me encanta ir a la venta) y se hace olímpicamente el tonto mirando melancólicamente el vidrio. No quiero pelear y me siento sin decir nada. El carro parte con otros minutos de retraso agregados a su llegada. Sin quitarme las gafas empiezo a releer mi libro y aparece un colombiano que empieza a hablar sobre una feria de artesanías, promete regalar algunas piedras o gemas que venderá en la feria, piedras que tienen la propiedad de absorber la mala vibra y limpiar el alma. Pienso en comprar una caja. Hace juegos, tiene facilidad de palabra; yo no lo miro pero tampoco puedo leer. Dice que rematara algunas cosas que tiene, que cuestan veinte soles pero lo dejará a diez e incluso, regalará algunos otros accesorios. La gente tonta compra sus cosas, cuando el colombiano vivo las vende al doble de precio pero dice que está de buen humor y quiere premiar al generoso público peruano. Sale como con cien soles en sus bolsillos y yo lo odio por ser tan vivo y odio a las personas que le compran por ser tan tontas; yo también quiero vender las piedras que encuentro por ahí antes de ser escritor y terrorista. El bendito bus económico hace una parada cada diez kilómetros y nos invaden un millón de ambulantes con su chicharrón de sol, sus papitas arrebozadas, sus empanadas, sus alfajores, sus humitas dulces. Yo me muero de hambre pero prefiero morir de hambre que con una diarrea endemoniada. La gente sigue gastando su dinero en comprar comida. Cada parada significa una gastadera de plata. - Con lo que gastan en comida podrían haberse ido tranquilamente en avión – pienso. Luego de unas horas el carro parece un mercado con los olores amalgamados entre comida, sudor y otros aromas desagradables; por eso antes de viajar me baño cuidadosamente para no incomodar a nadie con algún hedor propio. Debería haber una ley que restrinja el viaje de las personas sin previo baño, con una multa elevada para cuando falten a esta norma, o algún colombiano sapo que venda piedras que absorban el mal olor. El carro es un chiquero pero igual la gente logra dormir. Yo atino a lo mismo. Llego a Tacna y mi madre me espera hace una hora en el terrapuerto. La veo un poco más delgada y con algunas arruguitas más marcadas. Me abraza, me besa, me examina. Dice que estoy más flaco, que estoy con el cutis feo, que debo cortarme el cabello, que tengo cara de anémico. Voy a recoger mis cosas y describo mi maletín al señor que se encarga de la entrega de equipaje, este ni me mira y me indica que coja el mío (que puede ser cualquiera) y me retire. Llego a casa y empiezo a comer como loco. Mi madre me mira asustada y no duda en alimentarme, su propósito es engordarme en una semana. Durante la semana sólo como y duermo, tampoco quiero más. Mi prima me pide por favor lleve a mi sobrina de quince años a sus clases de inglés, yo acepto porque no tengo nada que hacer. Mi sobrina es una señorita guapa, alta, esbelta; seguro que tiene su grupo de seguidores y también ese público mañoso que está presto para molestarla. Caminamos rumbo a sus clases y hablamos un poco de todo. No puedo creer que haya crecido tanto y tan rápido, ya es una mujer y está lindísima. A dos cuadras de su instituto de inglés me comenta que se encontrará con un amigo para hacerlo entrar, puesto que él no cuenta con el carné del instituto. Lo ve de lejos, me dice que seguirá con él, que no es necesario que los acompañe. Yo asiento, le doy un beso, ni siquiera saludo al susodicho, sólo le di una miradita y pensé que mi sobri está para conseguir chicos más guapos. Entonces doy la media vuelta y me voy. Una cuadra después me doy cuenta lo despistado que soy, de que soy un irresponsable al dejar ir a mi sobrina con un desconocido (por lo menos para mí), que ni siquiera lo saludé; busco en mi celular nuevo (porque el otro lo perdí también por distraído) y no tengo el número de mi sobrina. Empiezo a rezar en la calle para que este tipo no sea holandés, para que no le pase nada a mi sobrina, para que llegue sana y salva. Tacna es tan chiquita que por cuadra te saludan dos personas y yo no sé quiénes son. Me encuentro con un amigo con el que compartí mi etapa pelotera, nunca tan titular como él en la selección de fútbol de Tacna, me confiesa que lee mi blog y por poco lloro. Me han dicho para ir a jugar una pichanguita y estoy concentrado en aquel partido, en hacer respetar la imagen de jugador de fulbito que aún conservo entre los menos allegados. Tacna siempre chiquita, puta y chismosa. Cuando veo los cambios, a los amigos, las promesas, la familia; quiero quedarme. Días después jugamos el partidito de fútbol, ya no es lo de antes pero aún conservo la magia. Salimos después de sudar un poco; tomamos unas cervecitas, se realiza una pequeña reunión de promoción sin pensar, todos están más gordos menos yo que sigo siendo un fideo. Nos reímos, chismeamos. Algunos han prosperado y me alegro por ellos, otros siguen igual de conchudos y pienso hacer un club. Llego a casa, casi a la media noche. Mi madre me espera con la comida caliente, avena y demás menjunjes que ayuden a cumplir su propósito de engordarme; no tengo apuros en bañarme, total, no voy a viajar. Llamo a Cristina quien habla con mi madre y se hacen íntimas, quedan en tomar un cafecito. Empieza el mundial. Me levanto más temprano para ver la inauguración pero igual me quedo dormido frente a la tele. Con el mundial ahora si no salgo a ningún sitio. Mi madre me alimenta, duermo toda la tarde, nadie me llama y si lo hacen, no contesto. Es suficiente, me tengo que ir. Recuerdo que dejé a mi sobrina en las clases de inglés hace un par de días atrás. Corro a buscarla a su cuarto y la encuentro feliz como siempre. Le doy un beso y le digo que no se me va a volver a escapar; ella no entiende. Le digo a mi madre que me voy, que tengo cosas que hacer. Me alimenta por última vez, le da pena que me vaya. Subo al bus económico otra vez, malhumorado por el viaje largo que me espera. En el carro me piden ayuda para llevar contrabando, me prometen una propina, debo de tener cara de corrupto. Todo el viaje lo hago solo, como nunca, sin compañero ni viejo ni gordo que me incomoden. Casi termino de leer el libro de Bayly. Tengo erecciones furtivas e imagino una situación comprometedora. Me he mareado como hace mucho no lo hacía; aguanto, no quiero pasar vergüenzas. Llego a Arequipa, cobro la propina, es ínfima; - vieja tacaña – pienso. Los días han pasado suavecitos pero no lentos, no sé cuando regrese a Tacna, quizá cuando vuelva mi sobrina esté más guapa, mi madre más arrugadita, mis amigos más gordos, mi Tacna más puta.

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