miércoles, 3 de noviembre de 2010

Cambios y despedidas

Recuerdo la imagen de mi madre llorando con un pequeño pañuelito en mano, agitándolo como bandera y despidiéndose de su hijito el cual parte de casa a vivir solo en otra ciudad. Recuerdo que miraba por la ventana del bus a esa pequeña señora repartiendo lágrimas de tristeza y resignación. Las despedidas sin duda alguna no son bonitas, las despedidas sin duda alguna afloran sentimientos de nostalgia y quizá hasta hacen valorar lo que estamos perdiendo. Y es que decir adiós es desprenderse, dejar de tener o ver partir, ceder un pedacito de algo que pudo haber sido tuyo. Un adiós está sujeto a un cambio y un cambio también muchas veces no es bien recibido, por algo el dicho “más vale diablo conocido que por conocer”; y es que en verdad las cosas nuevas suelen asustar. Estás últimas semanas han estado sujetas a cambios vertiginosos y también abyectos para este niño sentimental y exagerado. De un día para el otro me dijeron que me pasaba al turno de la mañana, sin más ni más. Por las tardes si bien el trabajo es un poco más arduo por lo que va supuestamente más gente al banco y porque está de por medio el cuadre al final de la noche donde tenemos que esperar por lo menos una hora y media para poder salir, también estaba la satisfacción de departir una buena charla con los chicos, y así, ponernos al día en los chismes. Yo tenía la labor de guardar los sellos hace casi dos años, debido a una pequeña discusión que tuve con mi supervisora la cual me juró que sería mi tarea hasta el último día de mi vida (mi supervisora no miente). Hace un par de días antes había recibido la buena noticia de que había accedido a un ascenso previa entrevista. Este ascenso lo estuve buscando hace un par de meses sin éxito debido a mi poca antigüedad laboral. El hecho de pasar a las mañanas podía significar entonces, que ya me estaban preparando para la partida. Pasé a las mañanas y no sólo me libraron de la tarea inmortal de guardar los sellos, también me condenaron a levantarme a las seis de la mañana porque mi conciencia cochina no me deja dormir más. Yo, el chico vago que duerme hasta el medio día, de un día para el otro, es el que espera ver salir el sol por su ventana ya no con insomnio, sino con temor de despertarse tarde. Ya al segundo día era una especie de zombi alegre que se apagaba a las dos de la tarde. En la agencia hay una ventanilla especial para gente especial que se dedica a contar monedas. Yo jamás había permanecido más de un día en esa ventanilla y si bien mis compañeros me odiaban por eso, todavía no me habían designado; no comprendían que los príncipes no están destinados a esas cosas. Con el cambio de turno me vi afectado a sentarme a contar monedas y a ver a los demás sonreír con mi nueva labor. Una buena tarde, tres días después del cambio de turno, mi gerente me llama y me dice que mañana será mi último día en la agencia porque mi ascenso se agilizó y me pedían en la agencia principal. Si cambiar de turno me dejó un pequeño sin sabor, salir de la que había sido mi casa durante dos años me partió el corazón así sea por un ascenso y mejora salarial, jerárquica y demás. Me quedé pasmado, sonreí un poco y empecé a morir de pena. Mi lado gay afloraba y sentí que salía de casa como hace ya más de dos años, sólo que esta vez sin la misma convicción. Salí con mis gafas negras y redondas de búho triste, llorando discretamente. Los cambios me golpean con fuerza, en mi lado más débil; no me dejan reaccionar como me gusta y menos si son tan improvistos, si no me dieron tiempo para prepararme. Salir de La Merced (mi agencia desde un principio), implicaba dejar de cohabitar con toda esa gente que veo desde que llegué. Me quita el privilegio de seguir compartiendo con ellos días enteros de trabajo y risas. Con ellos pasé todos mis cumpleaños, navidades, años nuevos y demás momentos especiales que no necesariamente están en rojo en el calendario. Dejaba algo más que compañeros, dejaba toda esa nueva etapa que comenzó tras otro cambio y adiós, a mi nueva familia. Mi último día desde el punto de vista laboral no tuvo mayores sobresaltos, y tampoco hubo tiempo para abrazos prolongados y besos tristes ni despedidas dramáticas que yo ya había preparado. No me dieron tiempo ni siquiera para creerme la idea de mi partida. He cambiado de turno, recibido el ascenso esperado y agitado mi mano diciendo chaucito a mi querida Merced. Los cambios son así, te llenan de melancolía y miedos. El adiós siempre es doloroso, más si se quiere. Incluso ya extraño la ventanilla de monedas.

No hay comentarios: