domingo, 7 de noviembre de 2010

Me voy a morir solo

Yo he nacido sólo para joder, no para caerle bien a nadie y ni si quiera intentarlo. No me gusta mentir, menos a mí, por eso digo lo que digo, porque tengo una especie de promesa y tampoco me gusta faltar a mis promesas. Tengo muy pocos amigos, podría contarlos con los dedos de una mano, y tengo también pocas personas a las cuales quiero y no me avergüenza admitirlo. Pero son precisamente estos seres queridos, estas personas que me han conquistado con alguna cualidad o virtud, a las que más recelo les tengo y las que mayor cuidado me procuran. Creo no tener mucho enemigos, en verdad no me viene ninguno importante a la cabeza (los demás no deben existir). No tengo ningún cargo que resulte peligroso para otra persona ni tampoco creo ser una piedra en el camino de nadie. El hecho de encontrar este expediente de enconos y rencores en blanco, no es suficiente para permitirme estar tranquilo, pues es claro para mí que son aquellos pocos seres queridos los más peligros y a los que más cuidado les debo tener. De un enemigo puedo esperar que quiera hacerme daño, que quiera verme destruido o menoscabado. De aquellos tipos que me tienen envidia porque estoy en medio de su camino y no les permito alcanzar su propósito no espero nada más que ataques y amenazas. Pero son precisamente estos miserables, los que menos me preocupan porque al saberlos mis enemigos entiendo que debo de estar atento, preparado, en constante alerta por si su veneno mordaz intenta hacerme algún tipo de daño. De estos tipos malhechores y rastreros no espero más que odios y envidias, miradas frías y palabras virulentas. No me asusta ver su mano empuñada y en su cabeza la firme convicción de querer darme un golpe bajo. Aquellos que quieran ser mis enemigos sólo me procuran días de entretenimiento y de emoción constante. Sin embargo, los seres que en verdad me procuran miedos, los que en verdad me hacen sentir inferior, los que en verdad me hacen ver vulnerable, son aquellos a los que más quiero y pretendo hacerlos felices. Estos seres increíbles tienen la facultad de lastimarme con una palabra, de envenenarme con una mirada indiferente, de hacerme sangrar con una caricia hipócrita. Los seres a los que quiero representan para mí en verdad una amenaza en potencia porque ante ellos tengo mis defensas descubiertas. Mi madre, la mujer que más amo y sin duda el ser humano que más me importa ver feliz, es sin duda un arma letal y aunque me aferro a la idea de que no me hará daño y si lo hace será inconscientemente, representa para mi una paradoja. Yo quiero comprarle un castillo y tratarla como la reina que es. Llevarla a dónde se le antoje y comprarle lo que me pida, todo esto a parte de lo afectivo obviamente (besos y abrazos), pero no me pasa por la cabeza la idea de irme a vivir con ella a aquel palacio que le compré ni tampoco llevarla a vivir conmigo al departamento que quiero comprarme. Pretendo tenerla cerca y bien cuidada pero no conmigo y cuidándome. No concibo la idea de compartir mi espacio sagrado con otra persona, así sea mi madre. Por eso la idea de casarme la veo más lejano que Plutón. Puedo compartir una tarde de películas o una caminata agarrados de la mano pero tengo que dormir solo, en mi cama, con mi propia televisión y música. No pretendo que nadie me gobierne ni me diga lo que tengo que hacer (aunque acepto concejos de buena manera). No me imagino tener un perro al cual tenga que alimentar y bañar de vez en cuando como la más sagrada de las obligaciones. Pretendo ser el mejor papá del mundo pero siento que mis hijos imaginarios me van a querer más mientras menos me vean. Aquellos a los que considero mis amigos (que repito, son pocos), los quiero de una manera mucho más sospechosa. Para con ellos no tengo ninguna obligación de quererlos o tan siquiera tratarlos con cariño. No hay ningún apellido o lazo sanguíneo que me ate u obligue a soportarlos y tenerlos en consideración. Supongo que ese sentimiento es recíproco, por lo tanto, no tardarán en aburrirse de mí y dejar que el tiempo empolve sus nobles sentimientos para conmigo y dejarme al olvido. No tardará para que mis torpes maneras de querer los espanten y los obliguen a abandonarme por su propio bienestar. Alguna frase tonta, producto de este sentido del humor ácido e inapropiado, alguna actitud díscola que me caracteriza, alguna desavenencia propiciada por mis excéntricos hábitos, los harán recapacitar sobre la idea de tenerme cerca y los obligaran a dar marcha atrás. Por mi parte, el temor de verlos como potenciales súper enemigos me convierte en un ser tímido y aunque trato, no puedo desconfiar de ellos ni tampoco negarles todo lo que a mi alcance esté. Quiero vivir solo todo el tiempo que sea posible. Quiero charlas prolongadas y amenas que me hagan sentir vivo. Quiero fiestas y tertulias divertidas. Quiero viajes para conocer más gente y más lugares. Quiero un seguro que por lo menos me dé la seguridad de recibir una santa sepultura en un lugar digno (aunque prefiero que me cremen). Que evite los apuros de conseguir una buena funeraria para la persona que en ese momento tenga que velar por los restos que deje, que no procure gastos económicos innecesarios en post de mi comodidad mortuoria. Quiero querer todo lo que pueda en su momento a las personas que me encandilen con una actitud, virtud o sonrisa. Quiero ser un enemigo que esté a la altura de las circunstancias. Me voy a morir solo: por haragán y egoísta, por díscolo e imprudente. Me voy a morir solo una noche en que no quiera compartir mi cama con nadie y así moriré en la ley.

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