lunes, 10 de enero de 2011

Las voces

Se levanta tarde porque sabe que no tiene nada que hacer, ni nadie a quien visitar, ni nadie quien lo espere. Tarda una vida en quitarse de encima las sábanas que pesan como cemento. Camina arrastrando los pies hasta el baño donde se mira la cara al espejo y se asombra por lo viejo y feo que está, se sorprende con verse tan mal mañana tras mañana y casi-casi no poder hacer nada por detener ese cambio a peor. Sabe que se le hace tarde pero no le importa. Sabe que debe cuidar su dinero pero no escatima en tomar un taxi para ir a trabajar (fácilmente puede caminar al trabajo) Por ahora no hay nadie que le diga algo o le llame la atención. Come sin apuros y sin saborear la comida. Llega puntualísimo a su trabajo y el sólo hecho de saber que estará toda la tarde allí, lo incita al suicidio. La tarde se acaba, el trabajo llega a su fin. Quiere apurar las cosas para salir volando pero no tiene nada que hacer con apuro. No tiene a quien visitar, ni algún lugar que en verdad lo anime a ir solo ni ganas de hacer algún plan improvisado que seguro saldrá mal. Camina a su casa, camina como perdido, como inconsciente del tiempo y espacio pero siempre con un apuro injustificado. No sabe que va a comer; tiene un poco de todo en su frío bar pero quiere otras cosas. Entra a su cuarto, a su cueva, a su refugio; no sabe si ver una película, leer aquel libro abandonado o escribir sin saber qué. Prende la computadora, navega en internet pero sabe bien que es un náufrago. Prende la tele y ve como mueren personas, como unas otras son violadas, los accidentes, las desgracias. Cambia una y otra vez de canal intentando encontrar algo que le arranque una sonrisa o por lo menos que le dé sueño. No hay nada. Cierra sus ojos e intenta dormir; no puede. Se tapa la cabeza, le da esa pesadilla que lo persigue desde pequeño. Esa donde sabe que está echado en su cama, esa donde sabe que está dormido. Esa donde siente que alguien se sienta al lado suyo. Esa donde siente que le hacen cariño o que se le acercan al oído e intentan decirle algo o simplemente asustarlo. Él intenta despertarse, intenta despertar a su mamá que cree duerme a su lado; pero no hay nadie, sólo él que lucha contra su pesadilla. Despierta, un poco asustado quizá. Se para a cerrar la puerta del baño, a acomodar las cortinas, a tomar aire. Se acuesta, intenta dormir a como dé lugar. No puede, se coloca en mil posiciones. Ahora cree estar bien despierto y escucha voces, voces de amigas, conocidas, todas femeninas. Sólo dicen su nombre, una y otra vez, como llamándolo, como incitándolo a algo que no termina de descifrar. Tiene miedo, tiene mucho miedo. Cree que está loco o que algún demonio lo ronda. Quizá no se siente en paz consigo mismo o con Dios. Se queda horas imaginando escuchar voces y seguro de que no puede dormir a si se muera de sueño. Su cuarto está a oscuras. Son las cuatro de la mañana y no sabe a quién llamar para no sentirse solo ni indefenso. No quiere despertar a nadie en la madrugada y decirle que escucha voces y que tiene miedo porque no le van a hacer caso y lo van a creer un orate. Duerme con la lámpara prendida, y así duerma hasta la una de la tarde igual va a amanecer cansado. Camina a su trabajo, se conversa a sí mismo. Habla solo todo el trayecto. Piensa en mil cosas: en el libro que no puede seguir escribiendo, en su nuevo puesto que buscó desde el principio y que ahora también le da miedo, en la chica que cree que le gusta (como tantas) y a la cual no se atreve a escribir porque no sabe que decir y cree que molesta (como a todas). Quiere vacaciones. Quiere escapar. No sabe a dónde ni cuándo. No sabe de quién o de qué huye. Si tuviera mucho dinero no sabría que hacer. Si terminara de escribir su libro no sabría qué sigue. Sólo quiere dormir, estar solo en su cuarto, pero sentirse acompañado. Ya no quiere vivir solo pero tampoco a nadie que lo moleste. Ya no quiere trabajar pero seguir cobrando su sueldo. Ya no quiere escuchar esas voces insidiosas pero no puede evitarlo. Sabe que está camino a la locura y que su fin irremediable es ese. – Estoy loco – se dice convencido, mientras escucha una voz que le dice sí en su cabeza.

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