miércoles, 3 de agosto de 2011

Mis últimas semanas

Los fines de semana son violentos, volcánicos, agresivos. Salgo con un grupo de amigos que se han vueltos unos caníbales a la hora de divertirse, unos vikingos a la hora de libar, unos energúmenos a la hora de bailar. No somos muchos pero somos buenos y el público que hoy nos acompaña se ha percatado de eso y nos brinda su atención. Hay gente que nos mira de reojo, hay gente que nos mira sin temores, hay gente que nos coquetea, que nos pide con la mirada que las saquemos a bailar, que nos observan con asombro o con temor; hay mucha gente alrededor nuestro y no pocos nos prestan atención y la bulla nos confunde a todos. No somos populares pero al parecer parecemos y la gente nos cree así y nos alienta. Los fines de semana la paso rodeado de gente nueva, de gente desconocida, de gente que no se pierde una fiesta, con gente alegre que se desconoce entre el humo y la música. Yo me desconozco, a veces me posee el galán de discoteca trucha o el tipo ganador que nunca fui pero parezco y ya, soy otro. Los lunes son largos y cansados; después de tanto trajín juerguístico y fiestero, el cuerpo pide reposo, pero no hay tiempo, debemos de volver a la realidad laboral que nos esclaviza y nos da de comer: lunes, no llegues nunca. Los martes un poco más adaptados al hecho de trabajar, esperamos el final del día para poder jugar nuestras famosas pichangas, que cada vez son menos famosas porque poco a poco empiezan a desaparecer los participes y terminaremos jugando tres contra tres cualquiera de estos martes: “¡la pelota no se mancha!”. Miércoles y jueves debemos de recuperar el tiempo perdido y ponernos al día en el trabajo. Por las mañanas aprovechar y lavar toda la ropa acumulada de la semana, tratar de limpiar el muladar que es mi cuarto e intentar no gastar el dinero que más adelante me puede hacer falta: Dios, estos días no nos desampares, son los únicos en que intentamos producir. Viernes por la mañana: clases de piano. Mi profesor me cree una bestia, siempre tengo cara de sueño, toco por inercia y claro, siempre toco mal, él (mi profe), debe de creer que soy un pastrulo con conciencia artística. Por la tarde planificamos lo que será el fin de semana, dónde terminaremos, con quiénes saldremos. Los fines de semana se han vuelto agotadores y lascivos. No son los mismos sitios, no siempre la misma gente, no siempre los mismos horarios. Mi cuerpo sabe que dejará la actividad vital pronto y parece apresurarse a envejecer y deteriorarse. Llego siempre de madrugada, cada vez más tarde. Parezco no tener sueño y no puedo dormir si no está por amanecer. Llego a casa, desfundo el piano, y toco con los ojos cerrados por largos minutos; toco “Para Elisa” y seguro Beethoven me odia y también mis vecinos pero yo toco lo poco que puedo, lo poco que he aprendido, seguro mi profesor estaría fascinado con mis habilidades musicales bajo el efecto del alcohol. Me paro, hago una venia para un público inexistente y nuevamente coloco la funda sobre el instrumento. Me pongo lo que encuentro y me dispongo a dormir. Todos los domingos me enfermo, no es resaca, es una enfermedad crónica y dominical la que me aqueja. No salgo a la calle, generalmente no almuerzo, no veo a nadie, sólo duermo. Me despierto para ir al baño, prendo la tele y el sueño me gana nuevamente. Duermo cada tres horas y luego descanso. No toco el piano, no entro a internet, no leo absolutamente nada; sólo duermo y descanso. Me siento enfermo, siento que muero los domingos, extraño mucho a personas que están muy lejos, que no veo hace mil, me arrepiento de mis pecados, de las veces que parecí abyecto. Soy el único presente en mi propio velatorio y a través de mi ventanal veo el sol morir antes que yo. Las semanas transcurren con pocas novedades. Siento mi salud deteriorar cada vez más, algo en mi estómago no está bien. Ya no sólo creo que moriré en mayo, ahora creo que será un día domingo, un día domingo en que sólo quiera dormir, en donde sólo me interese descansar; y a tanta insistencia, encontrarán puerto mis ruegos y terminaré descansando en paz; un domingo, un domingo cualquiera (de mayo por supuesto). Los últimos fines de semana, al parecer, son mis últimos fines de semana.

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