martes, 27 de septiembre de 2011

Volver

Como en los viejos tiempos: mi madre esperándome en la puerta de la casa de madrugada, como cuando llegaba de las fiestas, como cuando intentaba ocultar aquel olorcillo a alcohol; sólo que esta vez no encontraría merecidos reclamos ni llamadas de atención, no encontraría a esa pequeña mujer ofuscada por la inconsciencia de su hijo; encontraría a esa madre querendona que no siempre se deja ver, a esa madre que siempre estuvo preocupada por que le pase algo a su bebe de veinticinco años, encontraría a esa mujer que espera meses de meses para ver al ingrato de su hijo que promete ir todos los fines y no va nunca. Mi madre me recibe con uno de esos abrazos que siempre se extrañan, que siempre se echan de menos pero que a veces se olvidan. Mi madre me besa y en secreto agradece a Dios que haya llegado bien. Me mira de pies a cabeza, fiscalizando cada centímetro de mi ser, le saca una radiografía a mi persona y lo apunta en su memoria para comparar cuando nuevamente vaya a visitar, que sabe no será pronto. Me acompaña al cuarto (que ahora es de huéspedes, y ahora yo soy un huésped, uno ilustre, me hacen creer). Se sienta a mi lado, termina de oscultarme y luego de sumas y restas me dice que he engordado. Si lo dice mi madre es verdad, porque ella me conoce mejor que nadie y sabe cuando como y cuando me tiro al abandono. – Estaba más llenito - le digo mientras le entrego algunos regalitos y saco mis cosas del maletín que parece una bolsa de campamento. A parte de algunas cositas que espero le gusten, le llevo algo que nunca falla, que le gusta recibir y que si por ahí me atrevo a excluir o lo mantengo al margen, me obliga a generar: ropa sucia. Me lo ha dicho, se siente más que útil lavándome la ropa o cocinándome o llamándome la atención, cosas que por la distancia y mi emancipación díscola ya no hace con la frecuencia que le gustaría. Mi madre se siente más mi madre lavando esa ropa que la verdad, yo no lavo bien, y que en las manos de mi madre, vuelven a adquirir vida. (Presiento que mi ropa también la extraña). Me quedé conversando con mi madre hasta las cuatro de la mañana, una hora después de la que llegué a casa: me pregunta por el trabajo, por las chicas, por mis amigos. –Todo tranquilo – le respondo; creo que se preocupa más por el tema de las chicas. A las once, cuando yo aún me encuentro en estado de coma, uno por uno invaden aquel recinto donde yo duermo, entonces entiendoí porque no puedo quedarme mucho tiempo, porque extraño la soledad. Me levanté con sueño, comí como cerdo, el más feliz de los cerdos. Hablando de cerdos, Sabrina, la cocker que alguna vez metí en una cajita de zapatos cuidándola con el mayor de los cariños, ahora no entra ni en un ropero de tres cuerpos, es una bolita de pelos bien coqueta que se ha adueñado de la casa y se pasea con más derechos que el inquilino en el que me he vuelto. Como y duermo. Recibo muestras de cariño que me laxan y me dan hambre, por eso como y duermo todo lo que puedo. La comida de casa no tiene punto de comparación, ni Gastón Acurio me haría dudar de eso. Me voy a un matrimonio en calidad de advenedizo y la paso bien. Siempre hay gente conocida o que te reconoce. Quién diría que el fútbol me abriría tantos lazos de amistad. Me encontré con algunas personas que no dudé en saludar con cariño. Mi madre tenía ya planeado una pequeña misa a las nueve de la mañana de un domingo en el que yo no pensaba levantarme temprano, como era de esperar, no asistí porque dormí hasta la una y treinta de la tarde. Domingo de paseo por los sitios turísticos de mi Tacna pequeña, chismosa y putita, o sea, por los mercadillos; algunos encargos, algunos pequeños obsequios. Aquí todavía se puede caminar, el sol no pega tan fuerte por estas fechas. Mi madre me espera con más comida, para que la ingiera y vaya lleno y para llevar y no muera de hambre. Mi tía me ha engreído y mimado con aplomo. Mi tío me ha contado sus historias con confianza. Todos igual de lindos sólo que más viejos. Entonces recuerdo el sueño de la ola que siempre me amenaza. Si bien en Tacna estoy más cerca al mar, puede ser todo una metáfora y deba cuidarme más de la ola delincuencial o de algún miembro de la nueva ola que del propio mar. Regresar a Tacna es llenarme de amor, descansar y comer bien, es la buena vida un par de días, es regresar un poquito al pasado, es la humildad hecho amor, es el amor más puro. Si a alguien extraño en secreto, si mi corazoncito ingrato siente algo de nostalgia por alguien es por mi madre, por mi familia, y la tierra a regresar será siempre Tacna, así chiquita, chismosa y putita. Mi tierra es un edén de fantasías…

1 comentario:

k.G! dijo...

te falto mencionar el gran encuentro :D hahaha