martes, 11 de octubre de 2011

La Denuncia

Miércoles medio día: Mi sobrina se encuentra caminando fresca cerca de la casa de mis primos, una zona medianamente respetable donde el sol brilla igual que en otros lugares, muy cerca a una universidad medianamente respetable que concita la atención de taxistas y policías. Mi sobrina camina despreocupada, quiere visitar a la familia y llevar unos perfumes a sus tíos (tíos de mediana edad, también medianamente respetables). Cuadras antes de llegar la interceptan dos despreciables. Uno la sujeta por detrás, intentando retenerla y disminuirla; el otro cruza la vereda y la empieza a agredir verbalmente. Mi sobrina no entiende bien qué pasa, no entiende lo que el enano calvo le grita, no entiende por qué el tipo de tez blanca la sujeta tan apasionado. Reacciona, es un asalto, quieren su celular. Ella da un sobresalto y abre su bolso para sacar el bendito celular, no lo encuentra; hurga entre sus pertenencias y se topa con su billetera, con los perfumes, con su libro de marketing. Los zafios rateros advierten su billetera y sugieren se la entreguen también, por suerte no pidieron los perfumes, quizá y ninguno era de su agrado. Se van a paso raudo en sentido contrario al que interceptaron a mi sobrina, la cual corre a casa de sus tíos y se pone a llorar; le encantaba su billetera. Miércoles por la noche: Me entero, me parece terrible que esta ciudad se esté poniendo tan peligrosa. No tengo como llamarla, no tiene celular. Al día siguiente coincidimos en internet, le pregunto cómo está. Me dice que bien, está relajada, la juventud de ahora no se detiene para nada, la vida continua y si bien fue un contratiempo menor, parece que no le hubiera pasado nada. Le pregunto si ya realizó la denuncia por pérdida de documentos, que siempre es importante para que no te metan en problemas posteriores (eso dice mi mamá). – No – me responde, no sabe cómo se hace. La culpa de saberme ingrato y en especial con familiares me compromete a acompañarla, a ayudar a mi sobrinita (la cual he visto crecer, si, medianamente). Viernes mediodía: No voy a trabajar. Tomo mis clases de piano temprano por la mañana, me doy un baño y acudo a su encuentro. La veo parada en la puerta de una galería, sonriente, haciendo de lo sucedido sólo una anécdota. La invito a tomar desayuno, un par de juguitos para almacenar fuerzas; yo pido uno con frutas que desconozco y no está tan bueno, ella pide uno con fresas. Vamos un rato al banco, esa tarde no iba a trabajar y fui a revisar algunos papeles, saco dinero. Vamos a la comisaría de ese distrito (he averiguado un par de cosas para no caer en ignorancia y no me estén paseando). Subimos al taxi, hay un tráfico terrible: tráfico e inseguridad, no es buena combinación. Llegamos a la comisaría, también quería presentar una denuncia contra el taxista que nos trajo, nos cobró una barbaridad. Entramos, mi sobrina linda, yo con mis lentes negros y mi cabello algo largo. Nos quedan mirando, se nos acerca un policía y nos pregunta si nos puede ayudar. – Queremos presentar una denuncia por robo – le digo. Muy tranquilo él, empieza hacernos un par de preguntas hasta que se entera que fue hace dos días. Nos pregunta dónde fue. Después de responder nos indica que esa no es su jurisdicción y nos invita hacer la denuncia policial a la comisaria correspondiente; luego de su comentario se apiada de nosotros y nos designa una patrulla para que nos conduzca hasta dicho lugar. Mi sobrina y yo subimos a la parte posterior de la patrulla y ahora nos sentimos unos hampones descubiertos. Subir a la patrulla me hizo recordar mis quince años. La comisaria a visitar quedaba lejísimos, casi saliendo de la civilización, en zonas desconocidas para mi sobrina y para mí. Entendí inmediatamente por qué tanto robo, si las comisarias encargadas están prácticamente fuera de la ciudad. La zona no es nada segura, presiento que ni los policías se sienten a salvo. – Bajaremos, iremos presurosos a la oficina pertinente para hacer la denuncia, (más buscando protección y amparo que intentando asentar la denuncia). Terminaremos con el trámite, saldremos y en la puerta nos volverán a robar. Entonces regresaremos, presentaremos una nueva denuncia, volveremos a salir y quizá nos violen (porque ya no tenemos nada que nos roben) volveremos a ingresar, volveremos a presentar una denuncia, nos pedirán que describamos a nuestros agresores. Tomarán apuntes, quizá hagan un bosquejo del delincuente violador, tal vez sea uno de ellos, uno de los policías en guardia; se harán los locos: - lo buscaremos – nos dirán y por pena nos transportaran a nuestras casas. – Todo eso pasa por mi cabeza antes de bajar. Una vez adentro de la comisaria denominada “Simón Bolivar”, ubicada en la calle “Venezuela”, nos atiende el mayor teniente “Chávez”. No sé por qué pero no me siento cómodo, no me siento en casa, no me siento libre. El teniente Chávez dice que es inadecuado que presentemos la denuncia dos días después del siniestro. Muy alterado nos dice que regresemos a las cinco de la tarde, siendo recién la una. – No sé ni cómo regresar a mi casa y quiere que vuelva a las cinco – pienso y no pretendo regresar, dudo que ubique esta comisaría. Me indica que es mejor sólo presentar una denuncia por pérdida de documentos y no por robo porque es mucho papeleo, que tendremos que ir a la DININCRI, que nos tardaremos más en el trámite de duplicado de documentos. - Yo quiero presentar la denuncia por lo que es y no me interesa lo que se tenga que hacer, hay que hacer las cosas bien. – digo y en mi cabeza una voz me dice: “¡qué raro que quieras hacer las cosas bien Señor correcto!.” – Cállate –ahora digo en voz alta para mí mismo pero el teniente Chávez cree que es con él y ahora me mira con recelo. El crápula policía nos indica que igual tenemos que regresar a las cinco. Ahora soy yo quien está enfurecido, me parece terrible que haya horarios para hacer denuncias, que me reclame el hecho de habernos demorado dos días en sentar una denuncia si fue aproximadamente a esta misma hora y lo más seguro es que me hubiera pedido regresar a las cinco. - ¡Ah no! – reacciono. – Presidente Chávez – le digo. – No puedo regresar a las cinco porque mi sobrina tiene clases y porque yo trabajo – miento – Además conozco mis derechos, no he estudiado seis años derecho para que Ud. venga a decirme que tengo que regresar a las cinco cuando bien puede ayudarnos ahora mismo, es su deber. No me interesa si se demora, pero mi denuncia la hago ahora - sigo mintiendo pero ahora con más coraje y gallardía. – Muy bien me responde, entonces saque en la esquina fotocopias a estas hojas y regrese- me dice mirándome a los ojos y al parecer algo orgulloso al haberme equivocado y mencionarlo como presidente. Saco copias, lo hago rápido y agazapado para no ser víctima de ninguna de mis premoniciones. Regreso y el presidente Chávez no estaba, al parecer se fue a almorzar, está en el restaurante “Caracas”, que queda al frente. – Demórese lo que tenga que demorarse – recuerdo haberle dicho a ese policía pillo. Regresa después de veinte minutos, mi sobrina ya quería irse y no le interesaba ya mucho la denuncia, pero ahora es personal, era un conflicto entre el presidente Chávez y el abogado Dosantos. Toma la manifestación de mi sobrina, le pregunta al detalle la hora, el lugar, la forma y demás. Le pide que describa a uno de sus asaltantes. Ella descarga: - Era alto, delgado.-dice. – Alto, delgado ¿cómo? ¿Cómo su tío? – le pregunta. – Si – responde mi sobrina y el teniente anota en la hoja repitiendo en voz baja: “de mediana estatura y muy flaco”. - ¿Qué más? – insiste.- Era blanco, con aspecto desagradable, medio narigón - le dice segura mi sobrina- ¿Cómo tu tío? – repite la pregunta el policía mirándome de reojo. –Si - responde mi sobrina. El Presidente Chávez ahora me tiene como sospechoso y es probable que pase la noche en la carceleta. Terminamos el pequeño interrogatorio y siento haber salido de esa comisaria con libertad condicional. Al final el presidente Chávez nos trató con ciertos modales y nos resaltó que está para servirnos. - ¡Vuelvan pronto chico! – se despidió.

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