miércoles, 26 de octubre de 2011

La danza de la mudanza

- Señora, me voy – le dije una mañana cualquiera. Ella me miró, abrió levemente los ojos y me dijo “ok”. Le expliqué brevemente que era por un tema de comodidad y que deseo comprarme un carro, por ende deseo una casa con cochera. – Ok- me respondió. Le comenté también que estaba preocupado por el tema de la mudanza, por movilizar mis cosas (que no son las pocas que traje) y el tema de contratar un vehículo que traslade todo. – Dile a tus amiguitas que te ayuden pues, no tienes pocas – me respondió y sonrió con una gracia que a mi no me dio gracia. – Ok – le respondí. Ahí entendí que ya era hora de salir de mi guarida, de cambiar algunas cosas, porque todo cambio es bueno, creo. Ahora estoy en el carro de Danilo (uno de mis más entrañables amigos en Arequipa), escuchando una canción del “Tri” (¡de México cabrones!) en camino a recoger las llaves del nuevo depa, el cual compartiré con un amigo de Tacna y su primo. Mientras el calor golpea, el tráfico agobia y la voz de Alex Lora retumba en mis oídos, pienso en los buenos momentos que pasé en aquel pedazo de casa que hice mía: ya no habrá graditas escuetas llenas de polvo y tierra que nunca supe limpiar. Ya no habrá un techo bajito, cementerio de las neuronas de mis amigos que se golpearon mil veces. Ya no habrá la necesidad de abrir la ventana (que era enorme) a media noche para que la señal de internet capte mejor. Ya no más reparos en meter a gente a mi casa en puntillas de pie para que la loca de la hija de la dueña no me esté tocando la puerta pidiéndome que en menos de quince minutos saque a todo el mundo incluyéndome. Ya no más tocadas de piano por la madrugadas. Ya no tanto remordimiento por no dejar dormir a la chica de abajo, quien seguro es la que más se alegra con mi partida. Ya no más tanta soledad. Salir de la primera casa donde viví solo no resultó tan dramático como creí. Bruno me llama, interrumpe mis remembranzas, dice que se apunta, que también irá a colaborar con el traslado de las cosas. Bruno es el que más visitó mi casa anterior, con él tomé litros de vino escuchando música corta venas y recordando algunos momentos. Comenzamos a eso de las dos (Bruno, Danilo y yo también hicimos el trabajo de mudanza cuando llegué a la casa que ahora dejo) Ellos hacen todo, cargan todo, agarran mis sábanas y frazadas y cual paisana meten todo y hacen un nudo, tengo mil bultos. Luego lo toman y lo arrojan por la ventana, sin mirar a dónde cae. Cuentan: uno… dos… y antes del tres las cosas están en el primer piso. Ruco, el pequeño perro de la casa se pasea entre mis cosas, temo que los muchachos lo envuelvan también entre mis pertenencia y lo arrojen. Ruco sin embargo, es al único habitante de esa casa que extrañaré. A ese perrito de bigotes lo he mal alimentado varias veces, y por esa muestra desinteresada de amistad, generé en él un cariño interesado que lo trae siempre a mi puerta. Es una lluvia de objetos la que cae desde mi balcón. Contratamos un camioncito que quiere cobrarme una barbaridad. He negociado con el chofer rebajando algunos soles, prometiéndole que no cargará nada, me siento orgulloso de saber negociar. Dicho y hecho, aquel hombre se para al lado de su camioncito y ve como sudamos la gota gorda cargando cuanto objeto es arrojado por mi ventana; Danilo y Bruno me dicen con la mirada que soy un burro y que nunca más me dejarán tranzar con nadie. El hombre no se inmuta, al contrario; sólo se impacienta porque nos demoramos mucho, porque llegamos gateando hasta su vehículo. Está todo, subo al camión y también me siento un bulto. El depa está algo lejos, en una zona totalmente diferente a la que dejo. Ya le he entregado las llaves a la dueña, que ha sabido despedirme con palabras afortunadas y agradeciéndome el tiempo que pasé en su casa. Al momento de devolverle las tres llaves que me acompañaron estos últimos años recuerdo el capitulo final de “Friends” y entiendo que yo también estoy terminando una serie de varias temporadas. Llegamos a mi nueva morada y ahora, después de bajar las cosas del tercer piso, hay que subir todo a un cuarto nivel. Danilo, que ahora me odia, le pide al maestro que nos ayude a subir el colchón, a lo que el maestro responde “yo no he nacido para subir colchones”; se sube al camioncito aquel y se larga. Me odian, cargamos todo como bestias y terminamos muertos, sin sentir las piernas, con los brazos adormecidos, con el estómago vacío. Armamos todos, acomodamos algunas cosas. El nuevo departamento les ha gustado, prometen hacer fiestones muy pronto, grabar una película porno en la tina de baño que tengo, venir a visitarme pronto. Yo les agradezco con el corazón, y les prometo que abriremos una empresa de mudanzas. Los cambios que he tenido, por cosas del destino, siempre me han favorecido, espero esta vez no sea la excepción. Tomamos una cervecita negra, brindamos porque sea así.

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