martes, 24 de enero de 2012

Cómo ando

Antes andaba triste, pensando en la vida, en los pequeños problemas que a veces hacemos enormes. Andaba feliz, todo me causaba risa, la vida me sonreía. A veces andaba solo, metido debajo de mis sábanas todo el día. A veces paraba con la casa llena, en tertulias inmortales. Ahora ando igual, con días buenos y días malos, la única diferencia es que ahora, ando en carro. – Se llama Rolly – me dijo cuando acordamos la venta, me contó que sus hijos lo bautizaron así y prometí conservar el nombre. Al principio me sentí el malo de la película, puesto que me enteré que aquellos niños de imaginación mágica estaban tristes con la partida de algo que parecía alguien de la familia. Lo compré sin tener brevete (como muchos), y sin saber manejarlo (como pocos). Como todo niño, soñaba con el hecho de tener mi carro, de poder manejarlo con la ventana abierta escuchando una buena canción; al principio lo hice con el carro estacionado, porque todavía no soy hábil en el arte del manejo, estoy en el grado de “caña monse”; y ahora que lo hago a cuarenta kilómetros por hora, lo hago con cierto estrés. “Cuando conduces no sólo es tu vida la que manejas”, escuché alguna vez y ahora vivo con el trauma de hacerle daño a alguien, y más cuando he tenido algunos inoportunos choques. El primero fue estúpido, regresaba de dejar a una amiga sana y salva en su casa, orgulloso de sentirme un “shushumajer”. Como todavía no tengo noción de las calles y sus señales, intenté retomar el camino por donde vine; Mónica, que andaba obnubilada en conversaciones por el celular arremetió con un grito que me obligó a girar el carro cuando no venía ninguno del otro lado y fácilmente pude haber frenado y metido retro, pero no alcancé a pensar y despacito, de la manera más romántica y sutil, besé el poste aquel que se cruzó en el camino de Rolly, que terminó con una abolladura pequeña pero que todavía no me perdono. A veces creo que Rolly me odia, que del amor desmesurado que le tenía aquella familia que me vendió el carro, ahora tiene a un loco que no sabe manejar, que hace mal los cambios, que choca, que no lo lava muy seguido (porque ni eso sé bien), que al parecer lo tiene algo relegado. El choque fue estúpido pero fue. Llegué a casa después de manejar un rato, de manejar preocupado; llegué a casa y antes de intentar dormir, me eché un rezo y prometí no chocar con Rolly nunca más. A veces pienso que Dios tiene un sentido del humor un poco ácido conmigo, porque a la mañana siguiente, cuando me proponía darle un baño a Rolly, escuché el intercomunicador pidiendo que mueva el carro. Cuando me di cuenta no era mi carro el que tenía que mover, era el de mi compañero de departamento, que se encontraba de viaje. Entonces me propuse sacarlo de la cochera, un trámite tan sencillo como retrocederlo un poco y cuadrarlo hasta que salga el vecino. Lo hice bien, lo retrocedí despacito, y despacito me subí a la vereda del frente hasta encontrar reposo en una camioneta Hilux del año (y eso que el año llevaba tan solo veinte días) y desprenderla de la extensión del parachoques. Mi vecino partió como si fuera él el culpable. Llegué a guardar el carro de mi compañero y como un caballero avergonzado y lastimado en mi orgullo, fui a hacerme responsable de mis actos y a conversar con mi otro vecino, el que acababa de desgraciar. Estuvo algo enojado, como debe ser, pero alguna vez fue joven como me terminó contando por la noche cuando brindamos después de arreglar su camionetita. El chiste no me salió tan barato, pero lo asumí como debía ser, con responsabilidad y dolor. Ese día estuve terrible, y recordé la oración que elevé, conmemorando que fui explícito al decir que no quería volver a chocar a Rolly, no mencioné nada del carro de mi compañero, el cual no se hizo daño. Ya muy estresado, con la sensación de cuadrar mal el carro, con el presentimiento de chocarlo, de atropellar a alguien, de que explote por prenderlo mal, acudí (gracias a la amable invitación de David, un gran amigo) a la puerta de un cura para que bendiga a Rolly y si era necesario, me exorcice a mí. El cura hizo una misa antes de echarle agua bendita al carro y a los presentes. La pequeña liturgia me hizo recordar las palabras de mamá: “¡acércate a Dios!”. El padre fue claro al decirme que no estaba exento ni de choques, ni de que Rolly adolezca de algo, o de algún otro exabrupto. Me conmovió tanto que le di una propina algo elevada por lo que el padre no sólo debió baldear mi carro con agua bendita, sino que también pasarle un trapito y echarle un poco de cera; pero en ese momento pensé que a veces gasto el dinero en sonseras y que era mejor que aquel padrecito lo gaste quizá y en sonseras también por mí, total, Dios está de su lado. Rolly no prendió en llamas cuando le cayó el agua bendita, ni yo estoy libre de cualquier percance, sólo hay que tener cuidado. Ahora estoy esperando pulir no sólo el carro sino también algunas habilidades. Mi amigo Rolly se ha vuelto el primer carro creyente y reza para que lo trate bien. Si quieres saber como ando, pues igual que antes, sólo que ahora, ando en carro. (Si, teme)
Pd: Si tienes un carro del año y deseas conservarlo nuevo, aléjate de mí, tengo una fijación enfermiza y una envidia atroz.

1 comentario:

Anónimo dijo...

MUUUY BUENO MI FEL!!! JAJAAJAJA... siempre con cuidado :)