miércoles, 11 de abril de 2012

La espía del sur

Sólo me preguntó la hora cuadras antes de llegar al terminal. Noté inmediatamente que esa chica de prendas ligeras que estuvo escuchando a todo volumen música variada y que se la pasó escribiendo en un cuadernito y mirando la ventana, era chilena. Subió rauda al bus de regreso a Arequipa y se sentó a mi lado, nunca más giró la cabeza a la derecha hasta que me preguntó la hora. De rato en rato sacaba un cuaderno y empezaba a escribir desordenadamente. Tuve la intensión de conversarle antes pero la vi tan ensimismada que dudé en hacerlo. Sólo la observé de rato en rato escribir, quedar pegada al paisaje y dormir. Sus prendas cortas llamaron la atención desde un principio, y la miraba de rato en rato para descifrarla, pero también cedí al sueño. – Una y media - le respondí torpe, sorprendido de que me converse después de que ignoró al mundo por casi seis horas de viaje. Se volteó nuevamente hacia la ventana y le pregunté de qué parte de chile era. Ahora ella volteó estupefacta y esbozó una pequeña sonrisa respondiendo con otra pregunta: - ¿Cómo sabes que soy chilena? – Conversamos esos minutos que faltaban para llegar al “Terrapuerto”, palabra que ella nunca había escuchado en su vida y de la cual se burló siempre. Me contó que viajaba sólo para conocer, que se estaba dando un descanso. No conocía nada ni a nadie, no sabía qué comer, a dónde ir ni dónde quedarse a dormir. Yo estaba aburrido y sólo, así que la invité a almorzar, a acompañarla para que no se pierda y no me deje perdido en la rutina a mí también. Jamás tomo la iniciativa, siempre he sido el tonto que sonríe y asienta, nunca incita nada. Esta vez intenté ser sutil y traté de inspirar confianza, porque la verdad, ya no se puede confiar en nadie. Ella sonrió y quizá pensó que quería ligar, quizá no se equivocó; no lo sé. César, mi amigo entrañable llegó con Mariela, su enamorada. Me visitaban como lo saben hacer cada cierto tiempo. Los llamé para que la chilena loca que viaja sola no se sienta incomoda con mi presencia. - Cota, así me llamo – nos dijo a todos. Cota se explayó con naturalidad y rápidamente nos hicimos amigos los cuatro. Fuimos a comer a una cevichería que dejó a la comida peruana muy en alto. Pedimos de todo, comimos de todo. Cota parecía peruana, comió todo encantada. Tenía el ritual de tomar una foto a cada plato antes de que no quede nada, y preguntaba con curiosidad de qué estaba hecho y cómo se hacía. Almorzamos delicioso mientras que Cota apuntaba todo en esa libretita misteriosa. Con César llegamos rápidamente a la conclusión de que aquella chilena de aires risueños, era una espía que estaba con la misión de robar información sobre uno de nuestros mayores baluartes, la comida. Ya en confianza Cota nos hacía referencia a los partidos de fútbol en que nos enfrentábamos, sacando lustre a los triunfos chilenos que son más que los nuestro. Poniendo el dedo el la yaga indicaba que el pisco es chileno, que el suspiro a la limeña es chileno, que el ceviche es chileno, que el maíz es chileno, y que todo lo que pueda creer que es peruano era chileno; luego me miraba y se reía. Salimos en la noche, intentamos que pruebe todo los tragos habidos y por haber y nunca se embriagó. Fue ella la que dictó la dirección a mi apartamento y nos traslado hasta nuestras habitaciones. Aquella espía inusual es la mujer mejor entrenada en las artes del beber; nunca mostró signos de embriaguez a comparación mía que estaba flotando en la atmósfera. Estoy tan metido en la rutina que hacer estas cosas: conocer gente desconocida y que desconoce de mi rutina, es genial. La compañía de César y Mariela, complementada con la de la espía hizo diferente este fin de semana. El domingo salimos fuera de Arequipa. Mi carro (Rolly) recién arreglado fue nuestro anfitrión. Probó otro poco de nuestra mágica arte culinaria y se maravilló con algunas cositas lindas que tenemos. Nos reímos, burlamos y conversamos como locos. Llegaron vientos del sur y alborotaron todo por unas horas. Ella partió el domingo por la noche, y la dejé donde la recogí, en el “Terrapuerto”. Se llevó mucha información valiosa que seguro procesará y nacionalizará. Comió todo lo que pudo y se fascinó más de lo que creyó. Vino como Cota y se fue como Rocota debido al gusto inquietante que le produce nuestra comida. Partió a Cusco, donde observará una pequeña maravilla de nuestro Perú, el cual intenta conquistar sin violencia. Es probable que nunca más no volvamos a ver, pero el favorcito que cree deberme, que se lo pague a cualquier peruano que esté perdido allá, por el sur del continente. A veces es mejor respirar, salir de viaje a lugares que no conoces. Hacer cosas que no imaginaste. Conocer a personas que ven diferente las cosas. Hospedar a viajeros perdidos. A veces es mejor dejar de lado rencillas tontas que no nos comprometen, confiar en que todavía hay gente buena onda, en reconocer lo bueno del vecino. A veces es mejor burlarse de las cosas, disfrutar de todo lo que esté a nuestro alcance. A veces es mejor confiar en que hemos venido para ser libres, para ser felices. A veces es mejor no tener miedo. A veces es mejor vivir.

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