martes, 13 de marzo de 2012

El Sr. Zamácola

Escuché que golpeaban la puerta con cierta premura, con una insistencia innecesaria para las once y media de la noche. Salí cauto para atender al visitante nocturno. Abro la puerta y encuentro al Sr. Zamácola parado, con una bata que dejaba ver su pecho blanco; tenía cara de pocos amigos. Su mirada era fija, algo enfurecida. Sus canas conspicuas, elegantes. - ¿Estás clavando verdad? – me preguntó y yo puse cara de asombro, de estupefacto ante su pregunta mientras que me cercioraba de no cargar con el martillo antes de decirle “No”. - ¿Cómo que no? – me volvió a preguntar con una expresión parecida al del Sr Barriga cuando le cobraba la renta a Don Ramón. – No estoy clavando nada, sólo estoy arreglando el cable porque no se ve bien la TV – le respondí con una especie de nudo en la garganta. El Sr. Zamácola ya ha mostrado en algunas oportunidades su poco afecto hacia mi persona. La primera impresión que me dio fue la de un abuelo bonachón (y digo abuelo de la manera más fraternal y familiar posible), querendón, dulce. Juré que era el primo de Papá Noel o algo así de mágico y agradable. Recuerdo que me felicitó cuando me compre a Rolly, el carrito chocón. El Sr. Zamácola mostraba un aire de extremo respeto y amabilidad, dignas de esas canas que lo caracterizan. Pero con el tiempo las cosas cambiaron por pequeños infortunios que acepto gallardamente. El Sr. Zamácola fue el que llamó a mi intercomunicador aquella mañana que choque la Hilux del año de mi vecino al cual le mando saludos. Aquella mañana, un segundo después de producirse el infortunado impacto, el Sr. Zamácola arrancó su carro como si fuera él el culpable del impase. No se acercó a preguntar qué había pasado o si había alguien herido o algo en que pueda ayudar. Voló como vuela Santa en navidad. Eso ya daba muestra de ser un tipo al que no le gusta ganarse problemas ni asumirlos ni tan solo involucrarse. Aquella mañana me reí. Por el cumple de mi amiga Samanta, una chica de piernas finamente esculpidas, realicé una pequeña reunión que se dio lugar en mi habitación. Una tertulia que no estaba planeada puesto que la sala estaba ocupada e improvisamos en mi cuarto. El enamorado de Samanta, un pelado algo malcriado y al cual no le tengo devoción, no se le ocurrió mejor idea que tocar los timbres del intercomunicador después de haberse dado cuenta de olvidarse algo en mi sala, donde compartió un breve momento de lujuria con su enamorada. Tocó el intercomunicador del Sr. Zamácola y le dijo “tío”. Al día siguiente y sin saber lo sucedido tocó por primera vez mi puerta y me dijo con toda la razón del mundo que las fiestas las haga en la sala y que hubo un pelado malcriado que lo despertó por la madrugada y al cual si lo ve, lo mata. Me quedé callado, no sabía nada. Le pedí disculpas y tome las medidas del caso. Lalo ha venido de visita y me enseña lo que todo hombre debe de saber. Estamos dándole un mantenimiento breve a Rolly cuando aparece el Sr. Zamácola. Lo saludo con respeto. Me saluda escueto. Luego me bombardea con indicaciones que más parecen amenazas. “Que tienes que cuadrar bien tu carro, la vez pasada me estacioné más a la derecha porque no entraba”. “Sólo un vehículo por departamento. Si se da el caso tienes que sacar tu carro”. “¿Ya arreglaste la alarma de tu carro? Porque los vecinos están muy molestos y debes de tener una alarma adecuada para la zona” No recuerdo qué más me dijo porque ya en la tercera indicación empecé a mirar a Lalo como diciéndole este es mi vecino. Al parecer el Sr. Zamácola intentaba comunicarme que será el dedo sobre la yaga. Queda claro que no soy el vecino perfecto y es por eso que tantos me han dejado o han abandonado la idea de vivir conmigo. Ahora tengo al longevo vecino parado frente a mi puerta, con una bata que lo hace ver con cierto grado de ternura aunque su cara es el retrato del mismísimo infierno. Le repito que sólo estaba arreglando algunas cosas y él me dice que no es estúpido y yo le respondo que lo que le digo es con todo respeto y presiento que él quiere matarme o llamar a la policía como tiene acostumbrado cuando escucha que otros vecinos discuten o cuando ve que algunos jóvenes se estacionan frente a nuestros departamentos. El Sr. Zamácola me la tiene jurada y me parece que exagera un poco debido a que siempre se puede conversar. Como encargado de todo el ambiente habitacional tiene cierta jerarquía que encajan con esas canas admirables que al parecer no entienden de nada que asome con el desorden. Sr. Zamácola, todavía lo veo como familiar de Papá Noel y por lo tanto aún tengo esa imagen bonachona en Ud. Del respeto no se hable porque así continúe con esa actitud de capataz de barrio no dejaré de tratarlo con el respeto que se merece cualquier persona y en especial Ud. y sus canas. Por ahora no tengo nada más que decirle o contar. Regreso a clavar mi pared.

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