miércoles, 30 de mayo de 2012

Cuero viejo

Esperé más de seis años para darme cuenta de algo que sé muy bien. Esperé poco más de seis años para cambiar un poquito, porque la verdad, trato de no hacerlo mucho. Esperé demasiado para dejar ese sentimentalismo absurdo, ese romanticismo necio que me obliga a atesorar cosas que en verdad no tienen mucho valor. Aníbal me convenció para dar una vuelta, observarlos con cuidado y encontrar el mejor modelo para reemplazar ese par de zapatos viejos que me han acompañado tanto tiempo. Nadie me dijo nunca, nadie se atrevió a dar ese comentario que se caía de maduro: ¡cómprate zapatos nuevos! Me dio tanta vergüenza cuando Aníbal me confesó con discreción que ya era hora, que por más que me resistía al precio o al modelo, tuve que decidirme por uno y comprarlo. Es más, tuve que salir de aquella galería con lo zapatos puestos debido a que me acomplejé por tener los zapatos más añejos de la ciudad y tener todavía, la pana de pasearme por una galería que vende esta prenda en modelos modernos y jóvenes. Sentía que me miraban de reojo aquel calzado cansado. Sí, trabajo en el banco más poderoso del mercado, en el banco que camina a paso firme conquistando lo que a finanzas corresponde. Y yo, uniformadísimo camino con zapatos propios de un loco. Un par de días antes compré también una correa que sabrá desplazar a aquella que abraza mi cintura con endebles brazos. Una correa que tiene una connotación sentimental debido a que me la regaló un tío al que aprecio mucho. Debido a que este tío y sus estrictas costumbres militares lo usaron antes. Era como si me regalara un galón que antes lo adornaba a él. Entonces, cuando tenía que cambiarme en la agencia por motivos personales o deportivos, esta correa de mil batallas se mostraba desprolija, desaliñada, herida por tanto uso y la vergüenza me asaltaba. Entendí que a ese cinturón maltrecho, a ese pedazo de cuero viejo, teníamos que darle de baja. Compré cualquier otra correa que no tenga adornos huachafos o hebillas escandalosas que denigren más mi apariencia. Compré cualquiera que sea discreta. Compré unos zapatos que calzan con exactitud matemática mis piececillos. No compré ninguno que tenga adornos horribles, o expongas cruces o altos relieves que no sé comprender. No compré esos calzados modernos que rememoran a un viejo grupo español de música, los cuales bailaban con abanicos y pasos raros incluso para estas épocas. Y es que me encariño con las cosas. Me siento cómodo con lo de siempre y me cuesta cambiar algo que parece parte de mí. Fueron largos años los que modelé aquellos cueros viejos y obsoletos a la moda actual. Y es que me es difícil desprenderme de las cosas a las que le agarro cariño. Pero como todo, es cuestión de acostumbrarse, de vencer esas costumbres idiotas que nos atan a algo o alguien y emprender con cosas nuevas. Me he dado cuenta que he mantenido un vínculo innecesario con cosas y personas incluso que ya no son ni tan lindas o lindos ni mucho menos necesarias como al principio. Ha pasado mucho tiempo desde que calcé aquellos zapatos y desde que me dejé aprisionar a esa correa. Ha pasado tanto tiempo que no me he dado cuenta de que yo me hecho también viejo y anticuado con esos pedazos de cuero. Yo también soy un pedazo de cuero obsoleto que debería ser cambiado por otra versión más estética y moderna. Me doy cuenta que las arrugas han invadido sin piedad mi cara. Que mi cuerpo no responde con la misma vitalidad de hace algunos años atrás. Que las fuerzas han mermado y que el optimismo también ha venido a menos. No soy aquel modelo que se exhibía con entusiasmo en las vitrinas de la juventud. No tengo esa misma elegancia que parecía tener un día. Ya soy un tipo de mediana edad que va tomando entrada en aquella curva descendente que tiene una vida ingrata como yo mismo. Cuando despierte estaré más cansado, con menos cabellos, más barrigón, menos tolerante y algo desfasado para estos tiempos modernos. Le he dado de baja a aquellos zapatos con los que he visitado diversas tierras. He desatado aquella correa que adornaba mi cintura producto de un regalo valioso. Dentro de unos años la vida me dirá a mi también que es momento de que descanse y me propondrá sin chance a objeción a que seda mi lugar. El cuero está viejo y yo también.




No hay comentarios: