jueves, 6 de junio de 2013

El Insano

Primero voy al dentista. Hace mucho tiempo no visito una casa odontológica, puedo asegurar que son más de diez años que no reviso mi dentadura y la expongo a curaciones evidentemente necesarias. Abro la boca y empieza a introducir objetos en mi boca, empieza a indagar, a urdir entre mis dientes. Los dentistas tienen numerados nuestros dientes. Sólo dice el número de la dentadura y da un comentario, su asistente apunta. – La 36, hasta las huevas. La 38, jodida. La 28, hasta las patas. La 26, cagada. – Una por una empieza a menospreciarlas y creo que decidirá sacrificarme para que no sufra. Es así que hago el pago total del tratamiento, más de diez curaciones a realizar en mi boquita de caramelo. Recuerdo a un primo odontólogo, allá cuando tenía once años. Era de esos dentistas despiadados, de esos que te hacían ver a Judas calato (siempre me he preguntado por qué a Judas, por qué calato). Con unas herramientas lacerantes me hacía llorar del dolor. Luego me pedía que me enjuague la boca y yo escupía sangre. Supongo que por eso tengo recuerdos ingratos de los dentistas. Este es un doctor joven, en un centro odontológico decente. Me trata con sumo cuidado, siempre preguntándome si me molesta. Me coloca la anestesia que yo quiero para no sentir dolor. Yo le pido que no me coloque anestesia local, que quiero anestesia general para descansar. Ando muy fatigado, no sé qué me pasa. Mientras el odontólogo me interviene yo duermo, duermo con la boca abierta. Despierto con mis propios ronquidos y el doctor parece burlarse. Puedo dormirme en media maratón. He asistido como a cinco citas y mi boca casi está repuesta en su totalidad. El dentista muy amable me recuerda que me debo de lavar la boca seguido, que debo utilizar implementos que ayuden a conservar los huesos de mi cavidad bucal. Inmediatamente corro a medicina general. Tengo una tos matutina que me ataca con arcadas incluidas, que me hace lagrimear. El doctor me pide que abra la boca. Yo contento enseño mis dientes perfectos y obedezco.   Él es uno de esos doctores antiguos, de los que te revisan todo, de los que te toman el pulso con su reloj, de los que te revisa los oídos y te mete esa paletita de madera a la garganta para auscultarte. Me indica que tengo la garganta irritada, luego estornuda. Me río y le digo que debería asistir a un doctor por su tos, él no se ríe. Para cambiar de tema le comento que me duele mucho la espalda, que ya van varios días. Me revisa también la columna vertebral y me golpea de forma extraña, originando un sonido raro con mi cuerpo. Me indica que necesito muestras de los fluidos de mi garganta y que me haga una radiografía. Todas las muestras se toman a partir de las siete de la mañana. Al escuchar el horario de atención siento nuevamente que desfallezco y empiezo a sentir mareos. El doctor aplica técnicas de primeros auxilios para reanimarme.  En recepción me indican que para el cultivo con muestras de mi garganta debo de asistir sin lavarme la boca, y para la radiografía en mi columna debo de estar en ayunas y con el estómago limpio, es por eso que me aconsejan comprar un laxante para liberarme de residuos. Compro la pastilla, la tomo con temor. Yo no me medico así nomás, yo no ingiero pastillas muy a menudo; por eso tengo temor de los resultados, de lo que pueda ocasionar. Llego a mi casa, me lavo la boca como me indicó el odontólogo. Tomo esa pequeña pastillita y avizoro que me levantaré por la madrugada corriendo al baño. Me echo a dormir, dejo la puerta del servicio abierta para no encontrar obstáculos para cualquier evacuación inesperada. Son las seis y media de la mañana. Recuerdo que el doctor me pidió que no me lavara la boca. Recuerdo que le juré por mi mamita al odontólogo que me lavaría los dientes todas las mañanas. Estoy en un dilema, ambos doctores me comprometieron y a ambos les prometí que cumpliría. No me lavo, subo al carro con mi boca cochina para los análisis de escupe y manejo presuroso. Mientras conduzco se me cruza un taxi, me cierra la pasada y me da ganas de insultarlo, de arrojarle una grosería, total, no me he lavado los dientes por lo que cabe la mención de que soy un boca sucia. Llego al laboratorio, me atienden rápido. No me dijeron que me sacarían sangre, no me gusta que me saquen sangre. Pongo algo de resistencia pero cedo, siempre cedo al final.  Ahora abro mi boca y me meten un hisopo que me provoca vomitar pero no vomito, no tengo qué, no he tomado desayuno. Luego corro a que me saquen la radiografía. Me piden que me quede en paños menores y empiezan a tomar las muestras. Me toman especie de fotos en diferentes posiciones y algunas poses me gustan, espero que las suba al Facebook. Me visto. Presiento que algo se me olvida. Me voy a trabajar a penas salgo de la clínica. Mientras laboro hago remembranza de lo acontecido, de lo venido a menos que está mi salud. Ya estoy viejo. Paro cansado todo el día, con achaques múltiples que se han ensañado conmigo. Con pérdida de memoria, escalofríos.  Son las doce del mediodía y esa sensación de que algo se me olvida queda descubierta con una flatulencia inesperada. El laxante recién hizo efecto.
 

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