jueves, 13 de junio de 2013

Promesas

Le prometí que cuando tenga mi carro ella iba a sentarse de copiloto, a mi lado. Le prometí que la iba a sacar a pasear. Le he prometido tantas cosas que tengo que hacer un esfuerzo por recordar los pendientes e intentar cumplirlos. Lo último que le prometí fue viajar a Tacna, a visitarla. Se lo anuncié con semanas de anticipación. Ella, con todo el amor que la posee cuando se trata de mí, preparó algunos platos que engrían mi paladar. Como ya es costumbre, incumplí a la promesa y no viajé. Se quedó con los crespos hechos, con las ganas de verme. Se aguantó sus cariños, sus ganas de darme un beso. Se aguantó no verme una vez más y decidió, como pocas veces, venir a visitarme. Parada en la puerta de la empresa en que llegó, con dos maletas acompañándola antes que la recoja. Ella me espera como la más fiel de las novias y yo llegó tarde, con el desamor que últimamente me caracteriza llego tarde. Se sube como puede, se sienta a mi lado, de copiloto. Ella siempre recuerda la promesa de ser mi copiloto. – ¡Mira! – me dice mientras me muestra una sonrisa juguetona. Se ríe con dulzura. Me acaba de enseñar el trabajo final después de largas citas con el dentista, me muestra su nueva sonrisa y me obliga de la manera más sublime a sonreír también. Se queda poco tiempo, esta vez no quiere visitar a nadie que no sea yo. Ella ha venido sólo a traerme lo que no pude comer en Tacna. Me ha traído amor en forma de comida y no ha dudado ni un segundo en hacerme llegar su cariño. Una de sus dos maletas está cargada con potajes benditos, con aquellas cositas ricas que sabe bien que me gusta. Comemos. Hace un festival gastronómico en la casa y yo quiero comer un poco de todo. Me dice, una vez terminado el almuerzo, que no quiere salir, que no me preocupe por ella, que quiere dormir. Me echo a su lado, como en los viejos tiempos. No hay nadie en la casa, nos envuelve un silencio pleno que contribuye a que nos quedemos dormidos, juntos, como en los viejos tiempos, como en aquellos viejos tiempos. Dormimos mucho y he recuperado la felicidad que me invadía de niño, cuando dormía todas las tardes, cuando la tenía más cerquita. Me he olvidado sin querer de cualquier preocupación que me obliga a comportarme como adulto. Despertamos y la invito a pasear. Mientras manejo, mientras cumplo mi promesa al sentarla a mi lado, escribo mentalmente estas líneas. Me habla de todo, como si hubiera guardado sus historias para mí. A veces pierdo el hilo de la conversación y no sé exactamente de qué me está hablando. Me cuenta de las misas a las que acude, de los curas y sus anécdotas. Me cuenta de la familia, que todos están bien, pero más viejos. Cuando la recogí se demoró dos segundos en fiscalizarme y su conclusión es que estoy barrigón, con poco cabello y que me está saliendo barba, por fin me está saliendo barba. Ella no sabe dónde estamos, no sabe a dónde vamos pero es feliz porque yo, su único hijo, está a su lado. Mi mamá me ama sin dudas, sin complicaciones, sin quejarse. Nunca vi a nadie que ame con tanto desprendimiento. Mi madre me ama ciegamente. Es mi fan número uno, presidenta del club. No dudaría en dar la vida por este flaquito barrigón, con poco cabello. Mi mami sólo ha venido por dos días porque se antojó de verme y viajó a mi encuentro. Cada vez que la veo y me recuerda que fui alguna vez un bebé, su bebé, viajo en el tiempo. Recuerdo que de pequeño me enseñó entre muchas cosas, a apreciar la música, a escucharla. La primera canción que me hizo estudiar fue “Penélope”. Ahora, después de muchos años y sin que ella lo recuerde, me empieza a explicar nuevamente esa canción. La chica que se enamoró, el chico que se fue prometiendo volver. La angustia de la chica, una angustia que la llevó a la locura. El chico que vuelve después de mucho tiempo y ella que no lo reconoce. Yo soy la versión masculina de Penélope, el que inconscientemente  espera que vuelva, volver a verla. En su ausencia me olvido de muchas cosas, me gana la locura. Pero al verla recuerdo todo. Recuerdo las promesas pendientes, todo aquello que tengo que hacer para intentar devolverle el amor puro que sabe entregarme. Yo no hubiera conocido el amor si no fuera por ella. Yo no hubiera podido asegurar que fui amado después de morir si ella no fuera mi mamá. Me ha servido nuevamente comida, algo que ha traído para mí desde muy lejos. Termina de atenderme y se va a dormir, a descansar, a rezar por mí y dar las gracias por un día más de vida. A veces la vida no es justa, todos nos quejamos a favor nuestro. El peor de los hijos tiene a la mejor de las mamás. Soy feliz, cuando ella está a mi lado soy feliz. Yo amo a mi mami. Yo la amo porque ella, me enseñó a amar con el ejemplo. -“El amor de madre es el más cercano al amor de Dios”  - escuché alguna vez. Puedo dar fe de eso.

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