Soy un ser asqueroso. Me levanto
a la hora que quiero, generalmente pasada la hora del almuerzo. Me levanto
siempre con el pie derecho y generalmente sólo para ir al baño. Me veo en el
espejo y reconozco a un tipo que está adelgazando, de greñas desordenadas y
faltas de champú. El poco ejercicio realizado en el gimnasio ha perdido valía y
se arrincona en mi vientre, haciendo de ésta la única protuberancia
considerable en su cuerpo venido a menos. Soy un prisionero sin defensa
pertinente, que pasa sus meses de sentencia en una cama desatendida, frente a
un televisor que sólo reproduce partidos de fútbol (muchas veces repetidos) y
acompañado por un libro tan gordo como él mismo. Libro que se posa en el suelo,
casi debajo de la cama. Usa su ordenador como la ventana hacia un mundo
diferente. Lee una y otra vez las noticias de su agrado, tratando de no caer en
política. Revisa todos los diarios deportivos para enterarse de alguna
contratación o noticia resaltante. También recurre a los “diarios chicha” los
cuales no atendía. Por ende, sabe que pasa en el fútbol nacional, los últimos
jales y las posibles contrataciones; las fechas de los partidos amistosos y sus
resultados. Los horarios de las diferentes ligas europeas y cómo va la tabla de
ubicaciones y qué se juega en cada partido. Por otro lado, está enterado de los
cambios en los programas de competencia en la televisión peruana. Quién sigue y
quién se va. Las señoritas que han sido acosadas por un reportero mañosón,
quién se sentará en un famoso sillón rojo esta semana y algún ampay de moda que
entretiene a todo el mundo un par de días. Desde su cama, reproduce alaridos
para que le lleven el desayuno, el almuerzo y cena. Lanza otro tipo de sonido
cuando desea que le acerquen alguna cosa o le apaguen la luz. No sabe qué día
es, desconoce la hora. Se ha hecho de su kit de herramientas y en momentos de
desesperación, toma el alicate para intentar liberarse. Mira por la ventana, ve
la lluvia caer inclementemente. Sus amigos entran en su habitación, en su
celda, en su cárcel improvisada tapándose la nariz por los malos olores que
emana, inmediatamente abren la ventana. Lo miran con el cabello crecido,
pegajoso. El los espera desparramado entre sus sábanas mugrientas, sin el
mínimo de vergüenza. Le preguntan cómo está, si se siente mejor. Él les
responde que lo maten, que acaben con su dolor. Se ríen creyendo que es broma.
Le preguntan si quiere que le traigan algo (un vaso con agua, un libro) y el
pide una sierra, un serrucho que facilite la idea de liberarse de ese yeso aguafiestas
que lo tiene postrado (el alicate no sirve). Ha salido un par de veces a pagar
algunas obligaciones o a la clínica. Todo el mundo le mira la pierna, lo hacen
sin un ápice de delicadeza y el si pudiera corretearlos y hacerles daño lo
haría, pero recuerda que pudo haber sido peor y respira profundamente. Vive en un cuarto piso y hacer el recorrido es un
vía crucis que prefiere evitar. Le faltan semanas, casi un mes para empezar una
rehabilitación necesaria si desea recuperarse del todo. Necesita un par de
terapias físicas y otro par mentales que lo ayuden a reponerse. Le va a costar
diferenciar los días de las noches, levantarse a horas adecuadas, bañarse. Va a
sufrir cuando regrese a su trabajo, si es que aún no lo han despedido. Tenía
sus medias ordenas, siempre bien emparejadas, ahora sólo utiliza una de las dos
y a divorciado aquella unión sagrada en su cajones. Se ha percatado del
desgaste en sus calzados, todos los pares derechos se encuentran en desventaja
al par izquierdo. Odia hacer el esfuerzo de levantarse para ir a la cocina y a
mitad del camino tener ganas de ir al baño y regresar. Roza la depresión al no
poder asistir a sus partidos de fútbol los miércoles por la noche. Se siente
más inútil, un miserable total. Entonces intenta recordar los días en que podía
caminar, en que podía transportarse a su antojo por los recovecos de la vida
sin pedir ayuda. Recuerda como era antes de aquel incidente y llega a la conclusión
que la única diferencia, es el yeso.
Empezar el 2014, el nuevo año,
con el pie derecho es sin duda lo ideal. Sin el afán de convertir este deseo en
cábala, todos los días, y sin equivocarme, amanezco con el pie derecho. No
puedo evitar cumplir este ejercicio y es que hasta puedo darte el truco
infalible para que comiences el día, la semana, el mes y (en mi caso) hasta un
nuevo año con el pie derecho. El secreto está (y si quieres toma nota) en
enyesarte el pie izquierdo. No tengas duda, todo lo harás con el pie derecho. Y
es que en el primer día en pisar mi ciudad natal (22 de diciembre), con el afán
de pasar unos días en familia y pasear mucho, producto de un partidito de
fútbol, una fractura inocente e inesperada me sorprendió antes de navidad. No
juego una pichanga con mis compañeros y también amigos de promoción hace más de
ocho años. En el colegio alguna vez fui reconocido por mis regates y gambetas,
una habilidad natural con la pelota de fútbol. Entonces, por la fecha, por el
hecho de encontrarnos reunidos un buen número de conocidos y afianzando nuestra
unión ante el paso del tiempo, decidimos rendir un homenaje discreto
simbolizado en este partidito de fútbol. Empezamos bien. Mi equipo saca una
buena ventaja y yo me siento cómodo. Intento no quedar mal y respaldar aquellos
años donde era uno de los mejores en el arte de la pelotita. Corro mejor que
mis compañeros debido a que se han engordado sin complejos. Javier, el cabezón
Javier, quien es uno de mis mejores amigos del colegio junto a Paulo, quien no
es menos cabezón también han asistido. Paulo juega en mi equipo y se muestra
como un defensa aguerrido. Javier debido a la recuperación de una de sus
piernas decide tomar whisky desde la tribuna desde donde da gritos con
indicaciones que nadie entiende. Javier siempre fue una promesa para el fútbol, a sus veintisiete años lo sigue siendo,
siempre una promesa. Desde su trinchera se sirve uno tras otro vasos de su
licor preferido mientras observa con aspavientos de rato en rato, el partido de
fútbol que parece resuelto. En un momento de euforia deportiva y con los bríos
por los cielos (y también su nivel de alcohol en las venas), Javier decide
participar para el equipo contrario y en particular, decide hacer frente a mis
piruetas oxidadas. Lo veo bajar de las gradas y con el vaso de whisky en la
mano izquierda y zigzagueante, con la mirada extraviada irrumpe en la cancha y se
acerca comprometido con la idea de frenar mi ataque a como dé lugar. Yo lo veo
de soslayo e intento proteger el balón girando levemente. Él hombre embalado
(literalmente) me da un ligero empujón, esto sin asomarse al esférico. En mi
afán de resguardar la pelota, y al girar antes del impacto, no escatimo en
algún choque y de pronto pierdo el equilibro y en el intento natural de no
caer, piso de manera desafortunada y siento mi tobillo doblarse y escucho un
ruido desalentador antes del impacto con el suelo donde me tomo el pie
izquierdo. Trato de reponerme incluso volviendo al partido pero es en vano. No
puedo asentar el pie y es mejor retirarme del cotejo. A Javier también lo
botan, como sacándole la tarjeta roja indirectamente y se sienta conmigo, me
invita un vaso de whisky y se defiende repitiendo que no es su culpa y que el
alcohol lo cura todo. Veo como nos remontan el partido y perdemos. No te
preocupes cabezón, sé que no fue adrede, pero admito que condicionaste mi
navidad y año nuevo. Entonces después de algunos vasitos más me retiro y subo
hasta el tercer piso de mi casa y duermo hasta el día siguiente. Por la mañana
mi pie está más hinchado y es precisa la visita al hospital. Esguince de
segundo grado a simple vista y tras la radiografía, fractura (leve) en la parte
izquierda del quinto metatarsiano. Seis semanas me dice el doctor mirándome
ligeramente a los ojos, como diciéndome te jodiste, no hay año nuevo ni verano compadre.
Yo me río y confío en que serán diez días. Pero no, incluso puede ser un poco
más. Paso navidad sentado en la sala, todos acercándose para saludarme porque
saben que estoy indispuesto. Me llevan todo a la cama y como reyes magos me
visitan y me dan regalitos y atenciones que me hacen sentir más inútil de lo
que normalmente soy. Recuerdo que inconscientemente pedí unas vacaciones en mi
cuarto, en mi cama, sin pararme. Nuevamente Dios ha acudido a mis pedidos y me
ha concedido seis semanas bajo estos requisitos. Año nuevo en mi casa, siempre
en buena compañía, algo bebido y mal bailando impedido de acompasar debido al
yeso. Primer día del año, me levanto con el pie derecho. Segundo día del año
igual y será así hasta mediados de febrero. He vivido de mi suerte toda la
vida, sin cumplir mayores cábalas. Haciendo uso a los artilugios azarosos,
debido a este acontecimiento de levantarme con el pie derecho siempre, no dudo
en que este año será un buen año. Me dedicaré a reencontrarme, a abandonarme a
las letras. A Dios le seguiré confiando mis oraciones y en mis peticiones seré
más detallista. Reconoceré a las personas que me estiman. Dormiré delicioso
todo el día. Y no puedo despedirme sin mandarle los saludos correspondientes a
la mamá de Javier, a quien llevo en mis pensamientos últimamente. ¡Feliz Año
para todos! ¡Empecemos el 2014 con el pie derecho!