martes, 4 de marzo de 2014

Se llama Soledad

Calculé mi muerte para este año, lo calculé hace diez o doce años atrás. No sé cuándo decidí que sea en mayo, tampoco porqué; me parece un mes encantador. Me  gustaría que se después del veintidós, cumpleaños de mamá. También pensé en llegar con más ganas de vivir, y no es que me falten, pasa que en verdad no tengo idea del siguiente paso que daré y a dónde me llevará. También hace unos diez o quince años le perdí algo de miedo a la muerte, entendí que es un acto democrático, que a todos nos llega sin hacer ningún tipo de excepción o remilgos y que a pesar de tener el concepto de algo nefasto, despierta algún tipo de curiosidad (si eres optimista puedes denominarlo como esperanza) de oportunidad misteriosa. Le perdí miedo a la muerte y hasta he pensado mil maneras de organizar mi funeral: los colores (blanco, todo blanco), la música (siempre Fito Páez), las maneras (sin protocolo alguno) y un final con cremación incluida. Lamentablemente, como dije antes, la muerte es igual para todos y no creo que se me permita estar en mi velorio ultimando detalles y animando mi despedida. Lo cierto es que en vida he descubierto un temor que podría bien ser una futura fobia y que a veces también coquetea con la necesidad, con la adicción (ninguna adicción es buena).  Y es algo así como estar enamorado, planeas toda tu vida junto a ella, pero piensas en huir todos los días. Desde pequeño he sido un prófugo. No sé en qué momento decidí serlo, en qué momento me convencí de que la libertad es no aferrarse a nada ni a nadie. ¿En qué instante de sabiduría o necedad me aboqué a pensar que nada es indispensable? Entonces, en mi subconsciente trastornado decidí cerrar etapas, terminar libros, cambiar de rumbo. Soy un mochilero sin apuros que le encanta dormir una noche aquí y otra allá, sin complicaciones. Creo que es la única herencia que me dejó papá, ser inconstante, volátil, un loco del carajo; egoísta y caprichoso. Entonces a lo largo de estos veintisiete años que llevo a cuestas (edad fijada para abandonar este campo material), he dejado regados tantos buenos momentos que hoy recuerdo con melancolía y tanta gente de la cual quizá ni me despedí, he abandonado tantas buenas historias probablemente a la mitad del libro (y he aquí lo que me preocupa), he lastimado sin pensar a tantas buenas personas sin saber y sin la oportunidad de pedir disculpas que me asusto de mí mismo. Si yo tuviera que venderme, no me recomendaría. Soy un saqueador de buenos momentos, que confundido cree que está robando sonrisas. También entiendo que hay gente que maneja bien este teorema y me utiliza de forma espectacular hasta que se aburre y ya, se desvanece. (No los culpo ni los juzgo) Mi madre todavía vive enamorada del hijo bueno que la escuchaba y la hacía reír, es la única que no perderá la fe en mí. Aún se acercan con la intensión de compartir conmigo cosas de las que ya me aburrí, me cansé; y no por malo, es porque soy un ser humano y de vez en cuando también quiero que me escuchen (desahogo). Todavía me buscan por virtudes extraviadas, virtudes que también estoy buscando. Necesito ver gente para aburrirme y huir de ella, soy así. Este boleto me llevará tarde o temprano a una cama vieja, en un cuarto pequeño, bien modesto. Me hará uno de eso viejitos que tiene mil historias para contar pero sin público. Me hará reír y llorar en silencio perdido en algún recuerdo borroso. Pensar tanto en mis errores y avizorar un futuro tan macabro me adormece y me encanta, soy un drogadicto autodestructivo que consume sus miserias y se siente bien. Me encerraré en mi habitación, haré un fortín. Saldré a buscar gente para distraerme un rato, aburrirme de ella y regresar cansado, harto de todo. Esperaré mayo con fe, como se espera el amanecer después de la tormenta. (Lo bueno de morir ahora sería no pagar mis deudas, pensar en eso me relaja) Ayer muy por la noche, en un  conflicto interesante entre mi angelito de la guarda y mis demonios rocanroleros, escribí. Escribir es un buen síntoma, quiere decir que estoy desahogando, que me estoy purgando. ¿Cómo se llama todo esto? Se llama Soledad:
 
Y hay noches de Soledad,
de mi triste y añorada Soledad
en que soy feliz.
Y hay también,
noches de felicidad
de dulce y añorada felicidad
en que estoy solo
donde estoy lejos.
Hay noches de sueños largos
de vidas cortas
y mis ojos rojos.
Hay vacíos que llenan el alma
que mienten despacio
que te vuelven loco.
Y hay recuerdos tuyos
tan distantes
como yo contigo,
como yo sin ti.
Y es esta pena que me encanta,
que me hace regresar…
Tristeza dulce,
Soledad añorada.
Distante…
Como yo contigo,
Como yo sin ti.

 

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