miércoles, 26 de diciembre de 2007

Veinticuatro de diciembre

Escucho algunos gritos y risas que me obligan a levantarme. Es víspera de navidad, no quiero empezar el día fastidiándome aunque me fastidien los demás. Me doy un baño raudo, apuro mis acciones y me apresuro a la casa de Sofía, que quiere ir de compras. El inminente y despiadado calor carcome mi endeble espíritu navideño. Me sofoco a plenitud y me encuentro ofuscado entre el mar de gente, que como buenos peruanos, a última hora acuden a sus obligaciones. Sofía, como buena mujer, se demora una eternidad en comprar sus regalos, pienso que pasaré navidad en ese mercadillo plagado de gente. Yo no compro nada, no regalo nada a nadie, me declaro el más conspicuo de los tacaños. Al ver tantas personas enardecidas por comprar un futuro regalo, pienso que Papá Noel no está trabajando como debe, él, que sólo labora una vez al año, debería ser el primero en salir de compras. Llego a casa con un dolor de cabeza atroz, sabiendo que debo ir a trabajar, debo ser explotado también en vísperas de navidad. Llego a mi trabajo, me siento en el mismo escritorio esperando que el tiempo sea benévolo y transcurra de prisa. Inés, mi compañera de trabajo, vacía las vitrinas, vende ya trece celulares y yo la veo infatigable trabajar, repartir los folletos y repetir incansable el mismo verso del vendedor; es buena, es capaz de convencerme a mí de comprarle uno. Sólo vendo dos celulares, les di el doble de obsequios que debería dar, algo que no está permitido, todo sea por vender. Me siento satisfecho con eso, Inés también, con los veinte que vendió. Mi jefa nos regala un par de panteones respectivamente, me quedo sorprendido, reviso la fecha de vencimiento, aún son consumibles, me sorprendo más aún, con lo tacaña que es (casi tanto como yo), debe ser el efecto de la navidad. Camino por las calles semidesiertas, son las diez de la noche. Llego a casa, cansado, cansino. Mis primos llegan, la familia se reúne, algo me entristece, sé que no es como antes. La navidad no me gusta, me entristece, me pone melancólico. Para disfrutar de la navidad hay que ser niño, cada año que pasa me aleja de ese estado privilegiado. Los recuerdos me persiguen, mis karmas, mis miedos. Tengo ganas de llorar, no sé exactamente por qué. Ya no me emociona lo que me puedan regalar, menos lo que yo regale, porque no regalo nada. Reparten los obsequios llamando uno a uno a los integrantes de la familia. Por primera vez no me apetece abrirlos, los llevo a mi habitación y los dejo abandonados. Entiendo de pronto que basta con que estemos todos sanos y juntos un navidad más, ese es el mejor regalo. Los veo a todos y tengo temor de perderlos, miro el pavo y sé que me quedé con ganas de comer más, no lo hice por vergüenza. He llamado a todos mis amigos, temprano para que no haya problemas con la red, los saludo con cariño, no sé porqué. La navidad me pone susceptible. Abrazo a mi madre, quiero pasar a su lado un millón de navidades.

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