miércoles, 23 de julio de 2008

El sacrificio de un buen lector

Ingresa sobrio, dudando de lo que busca, de lo que quiere leer; con aquella sonrisa dibujada en la cara casi a la perfección, con un peinado, seguramente, distinto al del mes pasado. Christian visita aquella librería frecuentemente. Su forma de caminar, con aquel par de piernas cambas, distanciadas, advierten al joven que atiende y lo obliga a saludar con un cierto grado de confianza. Christian tiene el dinero necesario para comprar sólo un libro, uno de Jaime Bayly. Conoce la ubicación de las obras y consiente de eso, va sin prisa en busca de ellas. Ojea un par de libros más, los mira con curiosidad, convenciéndose cuál será el próximo en comprar. Siempre sin prisa. . Encuentra el libro que buscaba, cualquiera de Bayly que aún no haya leído. Se percata de un libro de Vargas Llosa: “Las Travesuras de la Niña Mala”, recomendada por una amigo de promoción con el cual conversa por internet. Se da cuenta que está solo, que no hay nadie más en aquel ambiente. Se siente malo, perverso, abyecto. Toma el libro de Llosa, lo observa con vehemencia y se siente un criminal. Goza con aquel instante de peligro, de duda, sumergiéndose en el mundo del hampa. Abre aquella mochila que siempre lo acompaña, ceñida a su espalda, saca una casaca que tampoco le pertenece y con ella, envuelve el libro que está a punto de hurtar. Atisba a diestra y siniestra. Aquella sonrisa dibujada se hace presente en su rostro con una pizca de malicia. Lo envuelve bien y lo guarda, ahora si con apuro, en aquella mochila cómplice del delito. No está acostumbrado a esto, a la emoción de sentirse un criminal avezado, frío, calculador. Siente algo sospechoso en el pecho, una especie de triunfo, de victoria. Se acerca con inmaculada tranquilidad a aquel chico confiado que siempre lo atiende. Christian con el libro de Bayly en la mano, saca el dinero y para no levantar sospechas, pide la rebaja acostumbrada. Aquel joven sabe que esto es parte de la venta y acepta sin mayores aspavientos. Christina vuelve a sonreír, nuevamente sin prisa. Cuenta bien el poco vuelto que le queda, tratando de no ser sorprendido, sabe que no se puede confiar en nadie. No siente ningún tipo de execración hacia su persona, por el contrario, se admira, es su propio héroe. Se retira de la librería como ingreso: con aquel par de piernas descoordinadas entre sí, como reñidas una de otra, con su andar pasivo e inofensivo, con la misma sonrisa, ahora victoriosa. Tiene la seguridad de que ha sido un acto que va en contra de la ignorancia y no se sabe culpable. Christian disfruta de sus diez minutos de fechoría y promete regresar pronto. Se ríe nuevamente. Promete regresar o con más dinero, o con una mochila mas espaciosa.

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