martes, 7 de octubre de 2008

Las palomitas no volaron

No sé si ver la película, a ella que está lindísima o al impertérrito recipiente de palomitas que en un acto de mezquindad invertida me atreví a comprar. Hace buen tiempo que no salía con nadie, hace tiempo no iba al cine, nunca me gustaron las palomitas. Tenía tremendas ganas de ver aquella película cursi, novelesca que sólo se disfruta a plenitud con la compañía adecuada (no con un amigo que parezca tu pareja). Ella es una loca guapa, que sin temores se desenvuelve por el mundo con una naturalidad única, metiéndose donde no debe, actuando sin tapujos, con un brillo pícaro en los ojos. No hablamos mucho porque la película amerita un silencio medianamente intransigente. Pedí el embase más grande de palomitas de maíz para engreírla, para tratar de sorprender, para sentir que estaba a la altura de la circunstancia. Ella se sorprende un poco prometiendo acabarlo sí o sí, cosa que nunca cumplimos. Empiezo a atisbar de vez en cuando, la miraba de reojo en la sala de cine, ahora con su cabello recogido, a media cola, cayendo de una manera coqueta, con unos lentecitos hechos para ella, tan parecida a una secretaria moderna con la cual cualquier jefe estaría dispuesto a escaparse. Miraba la película (que no supero mis expectativas) con ternura, porque hay algo dentro mío que me obliga a querer y ser querido, un sentimiento de amor reprimido que aflora en circunstancias como ésta. La veo calladita, sonriendo y adivinando un posible final. Como y como las palomitas que nunca se acaban, como por inercia y siento que ya no puedo, pero sigo comiendo. Ella come delicada, sin apuros, ya olvidando su promesa de terminar todo. Nunca había comido tantas palomitas en mi vida. Mi boquita me quemaba por la sal y mi estomago reñía a muerte por mi obstinación de seguir comiendo. Ya no podía, paraba de comer y ella traviesa me miraba y decía con la dulzura que la caracteriza: - come Leíto, tenemos que acabar-. Yo sonreía como un tonto metiéndome un puñado de palomitas a mi boquita quemada. Veo el recipiente y no disminuye nada y la película no se acaba y pienso que ni viendo cinco películas de larga duración terminamos. Concluyó la peli y nosotros esperamos que la gente se pare y retire. No sabemos que hacer con todas las palomitas. Ella vuelve a mirarme, se ríe y coge un puñado de palomitas y las tira haciendo una lluvia de maíz, yo me lamento por ser tan pavo y no tener el coraje que ella tiene y hacer lo mismo mientras observo encantado. Vuelve a repetir l a travesura, se mata de risa y decide concluir. Aún quedan muchas palomitas que llevo a casa. Ella me habla de sí, asombrándome mucho más, no sólo es linda, también muy inteligente. Me recuerda al tontuelo cursi que fui alguna vez, y es que es muy fácil enamorarse cuando hay chicas como ella. La dejo en su casa, le doy el besito respetuoso que se merece en la mejilla y me siento un niñito chúcaro y tímido. Regreso a casa con mi boquita quemada por la sal, ilusionado con su mirada, encantado por la noche, con un principio de intoxicación y la esperanza de volver a verla.

1 comentario:

Anónimo dijo...

BASUUURAAAA!!! TE KIEROOO!! ACUERDATE DE MIII!!! LEII VARIOAS VECES TU PAGINAAA!! BESOS!!PERRROOOOOOOOOOOOOO!!!! JUAJUAJUAJUA! BAI AMIGO!