martes, 31 de agosto de 2010

La Fiesta y Mollendo

Estoy de copiloto en el carro de Javier. Siempre que viajo, así dure dos horas el recorrido, creo que voy a morir, que voy a perecer y de esta manera, dejar mi cuerpo regado en las carreteras, desmembrado. Primera vez que viajo de copiloto en un auto particular. Ignoraba que se debía tener un mínimo de conocimiento para de esta manera, socorrer o advertir al chofer de algunas cosas. Entonces mi temor se extiende y comprendo que he comprometido a los demás pasajero. Llegamos temprano y sin problemas. Hemos viajado al Hotel de Bruno, mi querido Bruno. Su papá nos ha invitado ahora en invierno porque en verano no quiere que nos asomemos sin pagar (bueno, eso creo). Hemos salido de Arequipa huyendo del tedio del día a día, del trabajo agobiante y duro, de la rutina esclavizante que nos somete. Hemos partido el mismo grupo de siempre: Bruno (¡Larga vida al Rey!), Mónica (mi única amiga), Lalo (quien me pidió que no lo mencionara y al cual le mentí), Javier (que sale poco con nosotros porque como buen pelotero, sale con vedettes) y yo (que soy un tonto). No venimos solos: Gerardo, mi gerente, ha manejado el otro vehículo y ha traído unos choricitos espectaculares; Buba, el gran Buba; Victoria (mi Supervisora) y su esposo, el popular “Gato” también están con nosotros. Mollendo en invierno no es lo mismo; no hay tanta alegría, tantos forasteros, tanta diversión violenta. Entonces paseamos como desubicados y todos nos miran. Las niñas advierten que hay gente nueva y empezamos a caminar como modelos. Me acerco a unas chicas (aprovechando el impacto) y les pregunto en dónde mis amigos y yo podemos beber y bailar. Ellas me miran coquetas y me señalan una esquina: - En la fiesta – me dicen ahora tímidas. – ¿Y de quién es la fiesta? – les pregunto (porque no me gusta entrar de advenedizo a ningún lugar). - De nadie - me responden – así se llama el local: “La Fiesta”-. Me rio avergonzado y me retiro. Nos acercamos a aquel lugar y miramos de reojo y son muchos púberes borrachos frotándose unos a otros al ritmo de un perreo. Nosotros no estamos para esos trotes y nos acomodamos en otro local que parece para adultos. Comemos canchita picante, tomamos una cervecita helada, todo mientras vemos King Kong en el plasma. Conversamos de una u otra cosa, una lluvia de fotografías. La música mejora un poco. King Kong muere. Las cervecitas empiezan a hacer efecto. Me escapo, quiero bailar y me voy a la Fiesta sin saber de quién es. Pago cinco soles y entro con Buba, el buen Buba, quien me ha animado a acompañarlo. No tarda mucho para que unas niñas nos hagan ojitos. Me llaman, me dicen que me acerque donde están ellas. Me preguntan mi nombre. Una de ellas me dice que a su amiga, a una gordita alegre, le gusto. – Abrázala – me pide. Yo la abrazo con cuidado no llegando a cubrir su cintura. Ella avergonzada se ríe y me pide disculpas por el estado etílico de su compañera. – No hay problema – le respondo esbozando una sonrisa conciliadora. Me llevan de aquí para allá y me hacen bailar. Me preguntan cómo me llamo: - Pepito – respondo lo más convincente posible. Entonces Pepito para todos. – Diecisiete se cumple una vez nada más - me repite la más ebria mientras grita y baila un reguetón malcriado cerquita mío. Es suficiente. Salgo lento, con pana y elegancia. Salgo pensando que si algún día tengo una hija, no va a conocer Mollendo. En el otro local de adultos la fiesta se puso buena. Bailamos salsa con todos. No interesa si es de otra mesa, si sabe bailar o si quiera, si tiene ganas. Hacemos lo que queremos y nadie se queja. Mi cabeza está en otro lado, pienso en aquella chica que me ha intoxicado y no me deja ser el conato de puto que todos creen que soy. Llegamos al hotel solos y me siento bien por eso, no quiero ir a la cárcel porque “diecisiete años se cumplen una sola vez”. Al día siguiente salimos a pasear. Me pongo mi sombrero preferido con una camisita veraniega que en invierno no se ve tan mal. Paseamos por las playas. Me encanta caminar por la orilla del mar, sintiendo la arena entre los dedos de mis pies. Recogemos dos chicas de la noche anterior y las llevamos con nosotros. Una de ellas tiene una colita linda y la otra está hasta la colita. Uso mi short guerrero, el que me acompaña desde hace ya más de seis años. Entre las rocas encuentro cangrejos y voy a molestarlos. Levanto mi pierna derecha para subir unas rocas y el short se abre a la altura de los cojones. Nadie se ha dado cuenta. Regreso con una abertura pronunciada en la entrepierna y se ríen y les digo que un cangrejo me atacó pero nadie me cree. Terminamos el paseo ya entrada la noche. Acudimos a un local de comida italiana y yo muestro mis carnes pálidas de la entrepierna al público en general. Llegando al hotel lamento el final de mi short y termino de destrozarlo no sin tomarme fotos. Mónica está un poco mal, se le ha cerrado el pecho. Bruno está con dolor de cabeza porque no quiere que tomemos en su hotel y porque anoche durmió sin ropa. El buen Lalo es una locomotora y fuma un cigarrito más. Comemos como cerdos. Yo no puedo ir al baño porque sólo cago en casa. La chica del culito lindo quiere con Javier. Javier quiere que yo lo apoye con la que está hasta el culito. Siempre me toca bailar con las gorditas, y no tiene nada de malo, sólo quiero variar. Buba se ha ofrecido a acompañar a Javier en la salidita con las chicas culito. Yo quiero descansar. Me echo en la cama que tiene la ventana hacia la calle y la luz de la publicidad del hotel no me deja dormir. Mi jefe, Gerardo, que está en el cuarto contiguo ronca con más violencia que un senderista. El monaguillo de la iglesia de enfrente es empeñoso y sale a tocar las campanadas correspondientes a la media noche. Tengo pesadillas. Me enredo entre las sábanas y no puedo dormir. Las dos de la mañana y la luz me jode, el monaguillo no descansa y dale que dale a la campana. Javier llega sin haber cumplido su objetivo tan bien como la chica que está hasta el culito, quien no dejo de vigilar a su amiga (la del culito bonito) en ningún momento. Javier empieza a mandar mensajes de texto. Yo le mando uno: “Duerme mierda”, escucho su risa. El jefe no deja de roncar y yo quiero meterle la campana por el culo al monaguillo cabrón. Me despierto a las nueve de la mañana porque escucho unas campanadas y salgo por la ventana y le grito a ese pequeño mequetrefe. No tengo short para esa mañana. Es hora de regresar a Arequipa, de dejar en Mollendo lo que le pertenece a Mollendo. Subo al carro de Javier. Ponemos “Desnúdate” en una versión cantada por Huey Dumbar. Esta es la canción del viaje. En el camino agradezco la amistad de estos buenos chicos y pido llegar vivo y pronto para ir al baño. El aire golpea la tez de mi cara y me siento vivo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tambien yo agradezco cada minuto a su lado, los quiero, a cada uno de ustedes mis queridos amigos con nombres hasta hoy escondidos.
Monica.