lunes, 27 de septiembre de 2010

Los ojos que me miran

Estoy sentadito, tranquilo. Nunca llego temprano a esa Comunidad a la que asisto sin mucha simpatía; aunque admito que rescato algunas cosas importantes que me hacen pensar. Lo importante en todo caso es que piense, porque no lo hago con mucha frecuencia. Él está ahí: taciturno, meditabundo; con un terno que lo hace ver importante. Se encuentra con otro grupo de muchachos que están también enternados, parecen los hombres de negro en una versión distorsionada y vulgar. Están en una esquina, en la parte delantera de esa especie de auditorio. Conversan disimuladamente mirándome de soslayo. Advierto que mi presencia lo ha alertado y me siento un advenedizo. Entonces lo descubro observándome con detenimiento. Mi camisa color ladrillo, mi jean viejo, mis zapatitos beach de príncipe (porque he descubierto que no soy un Rey, prefiero ser un príncipe. Los reyes están gordos, viejos y acabados; los príncipes por su parte, son jóvenes y tienen mayor grado de simpatía). Entonces en media charla me siento amenazado. No sé de qué hablan y por ahora no me interesa. He sido descubierto y empiezo a ver las vías de evacuación. Algún instrumento como una escoba o silla que pueda utilizar para defenderme mientras intento escapar. Él ha mandado a sus amigos que también están enternados para que me espíen sin complejos. Ellos se acercan sin levantar polvo y me miran de reojo y me huelen y presiento que no tardarán en lamerme. Yo no me inmuto y disimulo la tranquilidad de un buda bajo el árbol. Entonces de repente se acaba la charla dominical y todos se retiran. Intento confundirme entre la gente para despistarlo. Entro al servicio higiénico he intento cambiarme de peinado. Me pongo los lentes y salgo con pana y elegancia. Estoy caminando por la calle y volteó para cerciorarme. Veo que el viento flamea una corbata detrás de un poste y entiendo que es él y me está siguiendo; no quiere perderme de vista. He entrado a un restaurante chino y he pedido lo más barato: nada de arroz chaufa, quiero arroz blanco sin ningún tipo de carne y un vaso de agua, si es posible agua cruda. Entonces siento una risa sospechosa y es él que está en la mesa de al lado burlándose y se tapa rápidamente con un periódico que tiene dos agujeros; uno para cada ojo. Entonces anulo el pedido y salgo corriendo e intento sortearlo entre los vericuetos. Estoy jadeando en una esquina y me acerco a un heladero de carrito amarillo. Pido un Donito porque no tengo plata para comprarme uno más caro. El tipo me dice que son cincuenta céntimos. Antes de sacar la moneda advierto que debajo de su polo amarillo se encuentra una corbata fucsia con puntitos verdes. - ¡Maldición! – llego a exclamar antes de correr despavorido con el helado de lúcuma en la mano que no he pagado. Tomo una combi que me lleve a casa o por lo menos cerca mientras le doy lamidas desesperadas a mi heladito. Miro al cobrador para ver si no tiene algo sospechoso. Gracias a Dios no tiene ni terno ni tampoco luce una corbata fucsia con puntitos verdes. De pronto sube al vehículo un tipo que se para enfrente de todos, algo incómodo por el poco espacio ofrecido y empieza a decir: “Buenas tardes joven, señorita, señor, señora, amigo, amiga. Lamento fastidiarlos quitándoles unos minutos de su valioso tiempo, pero la desesperación me obliga a subir a este vehículo en particular para ofrecerles estos caramelitos de menta en forma de corbata. Tenemos una nueva presentación de deliciosos sabores y colores. Les recomiendo estos fucsias que son de fruta fresca y exótica con puntitos verdes que vendrían a ser como menta. Estuve en la cárcel hace años por matar a un joven entrometido que flirteaba con mi enamorada y no me colaboró con un caramelito. No quiero cometer el mismo crimen y por eso necesito su colaboración y su comprensión. Sólo cuestan veinte céntimos y espero su generosidad y alegría al momento de contribuirme. Gracias por su tiempo. A continuación voy a pasar por sus sitios y por favor… espérenme con sencillo”. Yo no interrumpí su breve reseña, por el contrario, mientras él hablaba terminé mi helado impagado y saqué precisamente aquellos cincuenta céntimos que me sobraban y se los di esbozando una sonrisa. Sólo le dije: - “¿Tres por cincuenta?” - y sentí de inmediato su mirada venenosa y logré escapar de la muerte saltando por la ventana de aquel vehículo sin pagar el pasaje y con tres caramelos en la mano. Estoy a unas cuadras de mi casa y apuro el paso, sé que él está cerca. No puedo entender la actitud de ese pobre muchacho. Sé que se siente amenazado por mi presencia pero no es necesario que muestre tanta aspereza cuando me advierte cerca de él o de su chica. De pronto un mendigo me pide una colaboración y yo le entrego los tres caramelitos que no pienso comer y le digo: - que Dios te cuide -. Él me da las gracias y me responde con un tono de voz rígido: - “Que te cuide a ti hijo de la grandísima -”. Yo ingenuo respondo “Amén” antes de advertirlo, luego corro nuevamente. Estoy en casa, con el pijama puesto y apunto de dormir. Me siento tranquilo y apago la luz. Antes de dormir doy una oración pidiendo por la paz espiritual de ese chico y por que guarde por mi seguridad. – Amén – escucho y estoy casi seguro de que no fui yo. Entonces duermo. En la madrugada siento unas ganas incontenibles de miccionar. Debe de ser por la ventana que está abierta y por el frío que ésta origina. Cierro la ventana y voy al baño. Él me observa debajo de la cama y cuenta cuantas veces sacudo al mono jojoy y apunta todo en un cuadernito que atesora. En el cuadernito ese tiene también horarios que yo manejo: “Doce del medio día, se levanta; almuerza en el mismo local. Se va a trabajar por la tarde y coquetea descaradamente con mi futura esposa. A la hora de salida intenta convencerla de salir a dar una vuelta. Como no consigue nada se va a su casa. Compra un sol de pan. Lo come con lo que puede. Se tira un buen pajazo (después de entrar en el internet y de que nadie le hable ni por Messenger ni por el Facebook y antes de dormir). También cuenta con un blog. Pienso dejarle un comentario” Yo regreso despreocupado después de sacudir al mono jojoy y vuelvo a acostarme en la misma posición. Me tiro una flatulencia criminal; me quedo dormido nuevamente. Él sale debajo de mi cama, se sacude el terno y se acomoda la corbata que casi casi brilla en la obscuridad. Se sienta a mi lado tratando de no despertarme. Me hace cariñitos en la cabeza y dice en voz bajita: - “Ni cagando me bajas a mi flaquita.”- mientras me mira dormir. Yo duermo sin saber el peligro que corro. Me muevo lentamente dándole la espalda a mi vigía nocturno y lanzo otra flatulencia mortal. - Amén - digo entre sueños.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por favor no te conviertas en otro gringo atrazador.