martes, 17 de mayo de 2011

Lo torpe del amor

“El que es celoso, no es celoso nunca por lo que ve; con lo que se imagina basta” Jacinto Benavente. Emma está muy muy lejos, tan lejos que a veces siento que por ahí no hay señal para el amor. El cerebro es una arma tan peligrosa que incluso puede hacer daños irremediables en nosotros mismo cuando nos ponemos a pensar; y pensamos en niveles a los cuales nuestra imaginación nunca llegó. La distancia fortalece cualquier hipótesis abstracta que nace de lo más venenoso de nuestras entrañas. Quién no ha renegado porque no le han contestado el teléfono pensando en qué estará haciendo, o peor, con quién estará. A quién no se le ha pasado por la cabeza la idea de que lo engañan, de que le ocultan algo, de que lo traicionan. Quién no ha sentido en algún momento la terrible sensación de perderlo todo, de saberse secundado y ver pasar por su cabeza la idea cobarde de hacerse a un lado, de tirar todo al tacho y empezar el trance interminable del olvido. Los celos son la manera más arcaica de demostrar amor, la manera menos refinada de proclamar cariño, quitarle la magia a lo único divino que se puede percibir en este ambiente tan mundano. Emma se vuelve loca desde su pueblito e imagina de que la soledad me va ha obligar a correr a las discotecas y buscar cobijo en mis amigos que están muy seguros de que debo distraerme con otras chicas. Yo pienso en todos los chicos que se le deben acercar (sabiendo que nadie se acerca a una chica linda con buenas intenciones) y gozar de su presencia con más frecuencia que yo. Las escenas más libidinosas circulan nuestras mentes y entran a tallar imágenes llenas de maldad. A Emma le explico el por qué de las cosas, cada paso mío está detallado al centímetro para que no quede rastro de duda alguna. Los fantasmas de Emma la atormentan y no la dejan respirar aire puro que ayude a circular la tranquilidad que hoy por hoy le hace falta. Mis malos pensamientos se apoderan de mí y me poseen con virulencia. La desconfianza de Emma no se puede disimular y trata de maquillarla con frases como: “no desconfío de ti, desconfío de los demás; o, es el temor de perderte.” El amor pasa a un estado prehistórico, a lo más impuro de este sentimiento. Los celos son el arte de arruinar todo, de inventar algo, de quedarse con nada bueno. Los celos son los demonios del amor que nublan el cielo más azul y permiten caer en torpezas que pueden definir el resto de tus días. Es la manera menos democrática de querer liberar algo. La verdad de las cosas uno tiene lo que mereces, y a veces, tiene lo ideal, lo perfecto y lo deja escapar. Los celos son los miedos de uno mismo vistos en el otro, es la desconfianza de saberse importante y otorgar ventajas a quienes no participan. Los celos son la manera más ciega de amar. El temor a que te engañen radica más en la vergüenza de perder que en perder a la pareja. Por eso me siento y me observo, y me doy cuenta de que el amor, en la máxima expresión, entiende de razones y posterga esos malos pensamientos que no hacen más que envenenarnos, a la larga es inevitable morir. Es normal que nos preocupe alguna presencia extraña, pero no hay que darle más importancia de la que merece. Si alguna vez las sospechas que nos envuelven en celos llegaran a convertirse en realidad, pues nos habremos librado de un alguien que en verdad no valía la pena, y ese hecho se convertirá en el más importante de los ocurridos. El amor se disfruta, incluso con algunos temores. Amar es la comunión de todos los sentimientos, algunos más sublimes que otros. En la balanza del amor no todo pesa igual, el pétalo de una rosa pesa menos que una sospecha. Un poema pesa menos que el silencio. El amor, a veces, parece pesar menos que la desconfianza. Allá, en el pueblo donde está Emma, la señal del amor llega con menos intensidad, y cuando el amor se va, sólo quedan los miedos, esos miedos que nunca se irán si no aprendes a decir Te Amo creyéndolo tú primero. Los celos deberían ser el pretexto perfecto para conquistarlo todos los días un poco más; así lo entiendo ahora. “De cualquier forma, los celos son en realidad una consecuencia del amor: os guste o no, existen.” Robert Louis Stevenson.

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