martes, 31 de mayo de 2011

Antes era más fácil

Cuando niño me encantaba dormir hasta tarde, todo el día si era posible; no había nada peor que ese sueño cándido e inocente sea interrumpido. Lamentablemente era así, se turnaban entre mi madre o mi tío el militar que de un solo grito me ponía de pie con la mano a la altura de la sien haciendo un saludo militar. Cuando niño no había nada mejor que salir una tarde de verano a jugar con los chicos del barrio; estar sentados en la vereda, pateando una pelota o mojando a las chicas del barrio o de otros barrios que pasaran por nuestro territorio, no había nada mejor que mataperrear y llegar a casa a dormir hasta altas horas de la mañana. Cuando niño no había nada mejor que llegar a casa a la hora del almuerzo y encontrar en la mesa un plato de comida; ya sea lentejas, hígado o algún otro potaje desagradable, no había nada mejor. Cuando niño era genial ensuciar toda la ropa, caminar descalzo, sudar como loco; sabía que yo no iba a lavar nada de lo que ensuciara y tampoco conocía lo jodido que era. Cuando niño era feliz sabiendo que tenía una camisa nueva, unas zapatillas nuevas; era feliz usando las mismas combinaciones en las fiestitas y reuniones, total, ni eran muchas ni me importaban tanto. Cuando era niño no era tan trágico que te gustara alguien, simplemente lo mantenía en secreto, la miraba de rojo y cuando conversaba con ella, la misión estaba cumplida. Cuando era niño un juguete nuevo me ponía en verdad feliz. Cuando niño tomar gaseosa o comer en la calle me parecía el mejor de los premios. Cuando niño con dos soles era millonario. Cuando niño bailaba lo que sea, andaba sin preocupaciones, nadie me señalaba con maldad ni tampoco me exigían nada que naturalmente no pueda cumplir. Cuando niño veía el mundo de otra manera, todo más sencillo, menos complicado; todo extrañamente más fácil, más divertido. Cuando niño sólo me importaba el amor de mi mamá que me amaba sin descanso. Recuerdo a mi primo siempre gracioso, siempre cómico, llegar a sentarse solo en el sofá de la sala, abstraído; sin ese brillo en los ojos y con la mano en la cabeza, sosteniendo algo más que un pedazo de su cuerpo. Hay algo que nunca se detiene, y que tampoco perdona. Los años pasan y mi niño interno me ha abandonado poco a poco, se ha ido a jugar a otro lado a pesar de que éramos muy buenos amigos. Ahora no puedo dormir hasta tarde con la misma alegría, porque siento que he perdido tiempo para hacer algo productivo sin saber qué es. Ya no es tan sencillo salir una tarde a distraerme por las calles donde ya no hay muchos barrios, sin temor a que me pase algo o sin la seguridad de divertirme tanto. Hay días en que ya no me tienta tanto regresar a casa porque sé que no habrá nada listo para comer, ni siquiera el plato de menestras o hígado que tanto discriminé. Soy un tipo sumamente cuidadoso con la ropa porque no quiero que se ensucie ni se malogre porque si no me mato lavándola, reniego comprando una nueva. Ahora tengo en la cabeza la estúpida costumbre de escoger mi ropa para salir pensando en no repetir combinación o intentando sorprender a no sé quién cuando en verdad lo único que quiero es que me quieran como soy. El amor con los años se degenera y nos obliga a no sólo sentir amor, o sea, ya no es un amor tan puro como el de niños; porque la vida con el tiempo te complica las cosas y te enseña que no siempre se es feliz mirando a alguien de reojo, dándole besitos o en el mejor de los casos, manteniéndolo en secreto. Ahora tenemos que mantener un comportamiento discreto para que nadie hable de nosotros porque la gente hablas hasta por los codos y aquellos que no se sienten bien consigo mismos no pueden vivir tranquilos. Ahora somos víctimas del dinero porque el que no tiene dinero no es feliz y estoy seguro que el que lo tiene en cantidades copiosas, tampoco. Ahora uno piensa más de la cuenta y por ende se equivoca más. Yo tenía mi niño interno, el que ahora se fue a jugar no sé a dónde. A veces, en absoluto silencio, escucho su risa llegar a mí, entiendo que le he aburrido y no va a regresar hasta que yo deje de envejecer. Con el pasar del tiempo debemos entender que nos queda cada día menos y que es necesario sonreír todo lo que se pueda, amar sin escusas y llorar si así lo queremos. Las oportunidades de ser felices son escasas y las probabilidades de que seamos todos unos infelices son altas. La vida es una sola y los niños son quienes tienen un secreto desconocido para vivir con sabiduría. Uno nace con y de amor, con el tiempo lo único que hace es conocer la maldad y desencantarse. A pesar de todo, todavía hay escusas poderosas para ser feliz. La felicidad aún depende de nosotros. Sé feliz

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