martes, 8 de noviembre de 2011

Lavando la ropa sucia

El sol entra por mi ventana con vehemencia, con astucia, esquivando sin mayor problema la débil resistencia de mis cortinas empolvadas. La ventana lleva mi mirada a la cancha de fútbol de un colegio, veo partidos en vivo y cuando me distraigo le grito al arquero por el score y sin desconcentrarse me responde ayudándose con los dedos, aunque no sepa quién está ganando. Si logro eludir aquel sol rabioso que malacostumbra despertarme, los gritos de los niños del colegio vecino, se arraigan en mis oídos y terminan por alejarme del trance romántico del sueño matutino. A pesar de todo he encontrado algo de paz en este recinto ubicado en zona residencial donde hay gente de costumbres pintorescas, de manías excéntricas, de curiosidades sutiles y elegantes. He encontrado las ganas de quedarme en casa, de disfrutar de una peli que nunca termino de ver, de conectarme a la computadora y revisar mil veces las fotos de mis amigos. He encontrado compañía: el hecho de conversar de vez en cuando con alguien y contarle detalles curiosos de los días que pasan. Me estoy acostumbrando a escuchar bulla, a que entren a mi cuarto intempestivamente con el riesgo de encontrarme en situaciones bochornosas. Estoy adiestrándome a caminar por el pasadizo largo y algo tenebroso que tanto miedo les da a algunos conocidos. Es otro orden, un cambio de costumbres, un cambio de horarios y de placeres. Pero entre todas las cosas buenas que pudiera traerme esta mudanza intempestiva y arrebatada, es el hecho de haber encontrado y conocido a la máquina más asombrosa, al aparato más encantador que he tenido el gusto de tratar; le he agarrado cariño, un cariño especial, y la acabo de bautizar otorgándole incluso, el premio de convertirse en mi mejor amiga. Ella se llama “Dora”, y la quiero mucho, “Dora” la lavadora. Es una maquina encantadora que deja mi ropa percudida brillante. Sólo le doy de comer un poco de detergente, aprieto uno que otro botón que al parecer le dan cosquillas y empieza a hacerme gracias y a sorprenderme hasta el delirio cuando escucho las gárgaras que hace. Ensucio todo lo que puedo, nada ahora está lo suficientemente limpio para Dora, quien me pide que le dé de comer detergente para que ella con renovadas energías empiece hacer gárgaras con mi ropa que también se ve engreída. Ella es fantástica, sólo me pide que la acompañe treinta y tres minutos, mientras le cuento las cosas que me suceden. Dora me escucha paciente, sé que mis secretos morirán con ella, que no se atreverá a contar nada de nada; y cuando ya casi acaba el tiempo, hace pila sobre el lavatorio y entiendo que quiere que saque las prendas que con tanto cariño ha lavado para mí y la deje a solas. Las depone casi secas y oliendo delicioso, no como yo las dejaba cuando lavaba a mano. Mi ropa también se siente feliz y protegida con la presencia de Dora, quien ahora es mi mejor amiga. Mi cuarto está ubicado en lo más profundo de ese pasadizo tenebroso, al final del camino. Tiene el armario más grande que he visto, el armario más gay que alguien podría tener y me siento orgulloso de eso. Tiene baño propio, con una bañera que incita a grabar películas “XXX” con velas y esas cosas lindas que tiene la vida. El decorado es muy parecido al del cuarto anterior, bastante objetos de los Simpson, mil gorros y sombrero y mi piano celoso porque no le he puesto nombre y porque converso mucho con Dora. No sería mala idea presentarlos bien y que ellos pudieran tener algo en el futuro. Él cantándole una de las mil canciones que tiene grabadas y ella con mariposas o ropa interior en su estómago. No sería mala idea, pero primero le pongo nombre para limar asperezas. Escucho más música que antes, retomo poco a poco la costumbre de la lectura, de despertarme un poco más temprano, aunque ahora como menos porque todavía no encuentro un buen refugio culinario que satisfaga mi paladar mustio. Mil planes, mil visitas, pero siempre falta algo, siempre hay una ausencia misteriosa que por ahora Dora la lavadora sabe llenar. Es época de lavandería, de limpieza extrema. Es tiempo de renovación, de blanquear no sólo la ropa percudida, sino también algunos pasajes largos, oscuros y tenebrosos como el que lleva a mi cuarto. Es hora de librarme de esa suciedad adherida a mí. Me veo dentro de poco renovado, motivado y por supuesto, lavando ropa al lado de mi amiga Dora.

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