jueves, 27 de septiembre de 2012

El amor de los amantes

Después de aquella tarde que la encontró por casualidad paseando con su enamorado nunca más la dejó de ver. Se encontraron por primera vez en la casa de un amigo y se encerraron en la cocina para conocerse un poco mejor. Se encontraban a escondidas por la noche en la penumbra del deseo. Pasaron años viéndose de vez en cuando, en ciudades diferentes, en épocas no planeadas. Antes de que terminara con su enamorado se ponían a conversar desnudos de él. Ella le contaba que lo quería mucho, pero que sentía que no era la persona que buscaba a pesar de cierta resignación a que la vida los uniera para siempre. Sonreía cuando rememoraba la vez en que le llevó rosas, en que lloró pidiendo disculpas; se enojó hasta ponerse roja de la ira cuando le gritó que era una puta y le levantó la mano. Y es que un amante no sólo sabe entregarse en las artes de la piel, sino que también tiene vocación de amigo. Se encontraron pocas veces para tantos años. Se entregaron muchas veces para pocas visitas. Se contaron cosas. Compartieron un juego prohibido que partió del deseo y terminó en confianza. No necesariamente cada vez que se encontraban en un hotel se envolvían en sudor; siempre amenizaban la situación con algún traguito que desinhibía la cháchara y convocaba a los duendes del placer. En esa espera, se ponían al tanto de lo sucedido de todos aquellos meses en que no se vieron. A veces se ponía tan entretenida la conversación que se olvidaban de lo demás y simplemente esperaban una hora prudente para despedirse. Él nunca pensó en estar con ella, le tenía una pizca de miedo. No sé si ella lo miró con otros ojos, pero supo engreírlo. Así como empezó todo, terminó; de la absoluta nada. No volvieron a coincidir nunca más en el cuarto de ningún hotel, nunca más. Ella entendió que habían mejores amantes. Él se enteró que se convirtió en mamá.




Cuando él la conoció no le llamó la atención. Tuvieron que sentarse próximos en el trabajo para conocerse mejor. Ella le contaba de su enamorado, que era un chico bueno y que pronto se casarían. A él le bastó escucharla una tarde para darse cuenta de que mentía y que no era tan feliz como predicaba. Cuando hablan mucho no hay que creerles todo. Ella se desvivía por algo que evidentemente era falso. No se coquetearon mucho, no hubo saliditas comprometedoras que avisaran un romance impetuoso. De pronto en una reunión en casa se besaron, se tocaron, se rozaron sin mesura. La chica buena, de las buenas acciones ahora se entregaba como la mujer que siempre fue. Pasaron muchas lunas entre besos y abrazos para que se convencieran de que eran amantes y de que debían hacer honra a su condición. Él se encariñó mucho con ella. Ella lo veía como un chico travieso que sólo se prestaba para la travesura, nada más. Fueron arriesgados en encontrarse en sitios donde no era necesario hacer gala de su locura. Tuvieron durante un par de meses la fiebre del placer y se volvieron locos; claro, todo esto sin que su enamorado se entere de nada. Ella se quejaba mucho de él, que era un hombre no tan caballeroso y que incluso se había sobrepasado de tosco con ella. No hubo conversaciones que no terminaran en sudor. Él la llegó a querer mucho, y cuando ella se animó a corresponder, él ya no estaba. Ella sigue con su enamorado de toda la vida, tienen los mismos problemas pero más experiencia para sobrellevarlos. Él no quiere molestarla, sabe  respetar la situación a pesar de todo; sólo espera que suene su teléfono y que ella enojadísima le diga que su enamorado es un animal.







Es su amiga, siempre lo fue. Jamás se imaginaría que entre él y ella podría pasar algo, pero pasó. Ella tiene un enamorado que la ha acompañado para bien o para mal casi diez años. No se imagina con otra persona que no sea él; ha vivido todo lo que se puede vivir en una relación y también ha probado de lo malo. Él siempre creyó que era una chica encantadora, de esas con las que se puede llegar a estar. Sólo pasó, no saben cómo ni porqué. Ella a pesar de las mil razones que tiene para abandonar al chico con el que está no se atreve ni se atreverá. Él espera que se llene de valor y que se anime a encontrar algo que en verdad merezca, mientras tanto le escribe cartas como un enamorado prófugo, cosa que nunca hizo. Todo en lo que piensa él está relacionado con ella y siente pena de las cosas que no le corresponden. Nunca le pasó algo así. Ya no podrá ser el mismo amigo que siempre fue, no le interesa ser su amante. Él no desea que se vaya como vino, y que su historia termine en adiós. Aparentemente todo es posible, menos ella.



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