Testimonios de un tipo que no recuerda nada y lucha por no olvidarlo todo. Rastros de un camino recorrido, historias mal contadas. Prueba irrefutable de que viví.
lunes, 17 de diciembre de 2018
El misterio de la soledad
lunes, 26 de noviembre de 2018
La celebración de todos los amores
No me gusta usar terno todos los días, me siento atrapado, prisionero, amordazado por una correa que somete mi vientre en expansión oprimiéndolo sin piedad y una corbata que ahoga mi libertad, que asfixia lo poco que me queda de juventud. Por eso mi look ligero, con una camisa blanca sport, sin corbata que la adorne y un blazer marrón que más sabe de discotecas que de misas. Tampoco me gustan los matrimonios, las nupcias. Siento nervios al escuchar el intro con el que lentamente la novia se acerca al altar, donde circunspecto el novio espera parado, cegado de “amor”, como un sentenciado al paredón. Rezando con la fe que el fútbol otorga, pido para que el partido de River y Boca se vuelva a suspender, no quiero perderme tal acontecimiento futbolero; rezo mientras ingreso por primera vez a aquella iglesia. Es inevitable no pensar en mamá cada vez que entro a una capilla, recordarme pequeño corriendo entre los santos pasadizos, siendo pellizcado en los cachetes por todas las señoras que conformaban el taller de oración de mi madre. Jugar a las escondidas entre santos y cruces, dormirme en la liturgia. Mamá siempre me dijo que me ganaba el derecho de pedir un deseo cada vez que ingresara a una iglesia nueva, claro está, mi deseo es ver el clásico argentino, la final de la Copa Libertadores, y como es mucho pedir que pongan una TV en aquel santuario mientras algunos se casan, opto por rogar que el partido se suspenda, que me esperen. Me ubico muy adelante, en la zona vip de aquel templo que hoy celebra no uno, sino cinco matrimonios. Es una ceremonia comunitaria, inédita para mí. Entienden que si ver a una novia entrando al ritmo del piano despierta mis alergias, ver entrar a cinco me invita a una taquicardia. Por el respeto y cariño que les tengo al Sr. David y la Sra. Antonia lo soporto. Ellos llevan en su haber más de cincuenta años de casados civilmente, dos hijos que ya les han regalado nietos y mil historias que juntos han sabido sortear. Ella de blanco, visiblemente emocionada; él con la sonrisa de siempre, la de un tipo bonachón. El cura es un italiano de sonrisa franca, de semblante sencillo y amigable. Su liturgia es una de las más bellas que he escuchado, una de las pocas donde no me he dormido. – Hay regalos que Dios nos ha dado, uno de ellos es la vida. Todos los días debemos dar gracias a Dios por tener una nueva oportunidad para ser felices. Como consejo, dejar las pantuflas debajo y en el centro de la cama, para que en las mañanas, en el ejercicio de buscarlas, nos arrodillemos y aprovechemos la oportunidad para orar. Otro regalo de Dios es el amor, el amor de verdad, no el de Disney; ese amor que te invita a buscar la felicidad del prójimo, con paciencia y desinterés. Y la familia, donde siempre estaremos cobijados en amor – predicaba. Felicitó a cuatro de las cinco parejas porque eran de avanzada edad y explicó que nadie debe casarse por compromiso, sino por amor. Y casarse a los setenta años no trae consigo ningún tipo de dudas, ningún tipo de carga que no sea la bendición de Dios y la promesa de acompañarse hasta el final. Dicen que nosotros los humanos tenemos dos fechas importantes que celebrar: el día en que nacemos y el día en que descubrimos para qué hemos nacido. Y para esto segundo, es indispensable hacer uso de los valores, o sea, de las cosas que tienen valor: amar por ejemplo. Disfruté cada palabra, porque no habló de religión, habló de Dios, de ese Dios que te quiere ver feliz, de aquel Dios que no castiga, un Dios muy distinto al del que habla la mayoría. Salí poco antes de que se terminen de tomar fotos, detrás de la primera pareja de esposos. Afuera todas las familias juntas (las de los cinco agasajados) esperaban con arroz en mano, bandas de música, serpentina, juegos artificiales y toda la hora loca anticipada. Fui premiado cual novio, felicitado, abrazado y salpicado por todo lo que me arrojaban. Nunca antes tan cercano al sacramento del matrimonio huí despavorido. Ya en la recepción y azuzado por un par de piscos sours, me dejé llevar por aquellos dos tórtolos de avanzada edad y me conmoví con cada gesto de amor: con sus palabras que hablaban de la bendición de estar ahora sí en la gracia del Señor, del pequeño baile que prepararon de manera tan tierna y del bouquet que lanzaron para cumplir con las costumbres. Los músicos ingresaron al ritmo de boleros, interpretando todo con guitarra y cajón. Quién diría que Micaela me regalaría a un mes de su llegada la pieza de baile más linda de mi historia, cogiendo con su pequeña manito mi dedo pulgar y recostando su cabecita en mí regazo. Yo era el novio enamorado.No tenía ganas de ponerme el terno, y me vestí como quise. No quería asistir a otro matrimonio y disfruté de todas las ceremonias: La del cura italiano y su estupendo sentido del humor y la de dos gallardos amantes. No pensé bailar y Micaela me llevó danzando a las nubes. No quería que se juegue la final de la Libertadores y todavía no tiene fecha, ni estadio, ni garantías. Todos celebramos el amor a nuestra manera, y aunque no sea una de sus finalidades, también lo sufrimos.
jueves, 4 de octubre de 2018
El ángel en la nube
Tengo la fuerte sospecha de que los ángeles desde el cielo se sientan en una nube y miran a la gente pasar, tambaleando sus pies desde las alturas, como quien se sienta en lo alto de un muro a ver qué hay del otro lado. Con la misma suspicacia de la sospecha anterior, siempre he creído que en el paraíso se maneja un sentido del humor ácido, pícaro, particularmente pintoresco y que nos miran a diario como si fuéramos una serie de Netflix, una serie inspirada en la comedia, con la que se ríen, se pegan y no pueden con la curiosidad del qué va a pasar. Así también, como en las series que miramos, ellos escogen dentro del tumulto de gente que observan, a sus personajes favoritos, a esos que aparentemente son más simpáticos o todo lo contrario; y conciben en su imaginación los posibles finales y/o desenlaces que estos pueden ofrecer, que se pueden dar. Maquinan las posibilidades, las historias, los momentos jocosos que ellos pueden regalar. Bajo esta teoría, alguna vez me comentaron que estos ángeles curiosos, son quienes escogen a sus padres, a sus personajes favoritos dentro de la serie en la que ellos serán a posterior protagonistas. Sólo imagínense que esta teoría de que tu hijo o hija te haya seleccionado desde lo alto de una nube, te haya escogido con todos tus defectos y virtudes, haya aceptado heredar esos rasgos que puedes llegar a odiar y te haya confiado su estadía en este mundo terrenal: ¿no es halagador? Ahora yo, que soy en cualquier serie emitida, por lo menos un personaje secundario, es quizá el mejor reconocimiento que pueda recibir en mi discreto paso por este mundo, el más honroso de los reconocimientos. Mi instinto paternal, siempre desenfocado, desde mi tierna juventud ha querido tener entre sus brazos una rubia inspiración de cabello largo y risa celestial. Ha visualizado a aquella niña rubicunda correr entre los jardines regalando una sonrisa mágica, contagiosa, milagrosa. Quería una niña que me diga papá y me tome del dedo meñique antes de salir a pasear al parque y perseguir ardillas como cuenta el libro en que el personaje principal describía a su hija con dulzura. Que si se le antoja hacerme el peinado con dos colitas y gratis pintado de uñas, lo haga; que repita el cuento donde es una princesa y aprovechar el pequeño lapso en que me concederá el privilegio de que yo sea su príncipe y que piense en mi primero cuando se tenga que bailar la primera canción de la fiesta. Siempre he creído que mi imagen varonil sólo resaltaría con la presencia de una pequeña niña y que si me tocaba niño no iba a tener el temple, la condición, el temperamento de encaminarlo, de darle una formación con carácter para que sea un hombre de bien. En cambio a la niña se le podía criar siempre con besos y abrazos, con cariños, con mimos, con simple y puro amor sin mayores condicionantes. Por suerte lo del pequeño no es tan real, Ezio me ha ayudado a romper ese paradigma y me educa a diario con sus ocurrencias demostrando que todo es más divertido así y que no importa si es hombre o mujer, lo que importa es que se haga con amor. Un niño continúa en calidad de angelito sus primeros años. Bajo la premisa de que antes de venir al mundo ellos nos atisban desde una nube y nos escogen como dadores de amor, tengo un compromiso lleno de fe, tengo un compromiso conmigo mismo a quien no puedo mentir. Puedo fracasar en lo demás: como pareja, como jefe, como amigo, como compañero y hasta como hijo (porque los hijos no somos lo que nuestros padres quieren) pero como padre no me permito el fracaso, no me permito el fallarles, el defraudarlos. Mi fidelidad a ellos es tanta que a menudo soy infiel conmigo mismo. No pretendo ser el mejor padre del mundo, sólo pretendo que ellos me disfruten y yo disfrutarlos y aprendan lo que tengan que aprender en base al amor, no guardarme ningún beso, ninguna caricia y recordarles a diario que los amo para que no tengan ninguna duda para cuando no esté. Los milagros pasan a menudo y quizá ni nos damos cuenta; yo mañana tengo una cita celestial, una reserva vip con un milagro, el que me invita a cumplir otro sueño más: conocer los rubios cabellos de un ángel llamado Micaela.domingo, 23 de septiembre de 2018
Todavía hay tiempo
jueves, 6 de septiembre de 2018
Bésela ya compadre
La niña desaforada dice sí con la mirada bien puesta, e inmediatamente el cabezón Zavala hace un aspaviento gritando – ¡genial! – y la toma de la mano por sorpresa acomodándola frente a él. Yo me quedo a la mitad de la pista, con mi cara de tonto frente a su otra amiga, a quién no había observado desde un inicio. Cruzamos miradas y perdí. La niña de estatura promedio me envolvió con una sonrisa dulce y llegó a la conclusión de que nos tocaría bailar a los dos. En aquella discoteca cómplice, ella y yo bailábamos cuánta canción nos pusieran, en un coqueteo sublime y encantador, nunca tanto como ella. Compartíamos sin reservas nuestros mejores pasos sin escatimar esfuerzo: un poco de merengue, algo de reguetón, una pizca de “ashe” (música brasilera) donde Joaquín se descocía, una salsita para juntar nuestras manos. Se llamaba Violeta, y era hija de una ex miss Perú; me contaba cosas de su colegio: el Pío Pío XII, muy reconocido en Lima. Me habla de sus compañeras, hijas de políticos, militares y artistas del medio; todas mezcladas con púberes que no tenían ni la menor idea qué iban a estudiar en la universidad. Me hablaba de su perro Lucas, de las fiestas a las que iba y de su mala suerte para el amor. Ella y yo teníamos eso que llaman química, y sentía que toda la discoteca los sabía, porque no dejábamos de bailar ni cuando los demás se sentaban. Enrico San Martín sigue ensimismado en la misma esquina de toda la noche, de pronto es interrumpido por una rubia preciosa que con cigarro en mano le pide amablemente la ayude a encenderlo. Enrico regresa a la tierra de un susto y en el intento 106 por prender el encendedor, falla; el aparatito de porquería no prende. La rubia hermosa se ríe acompañando la situación y esperando un nuevo intento; Enrico desesperado prueba por segunda, tercera, cuarta vez y sólo chispas. A ella ahora no le parece tan chistoso y mira confundida. Rápidamente otro galán se acerca, le ofrece el fuego de su encendedor, el cual regala una llama fuerte y erguida y se la lleva a bailar. Enrico triste, desorientado, por inercia vuelve a accionar el aparato, el cual esta vez funciona sin problemas, una llama se mostraba burlona de la situación. Los profesores Ramiro y Emilio le ofrecen otro trago a la tutora del Pío Pío XII quien se ríe de manera sospechosa. Yo la miro, ella me mira y parece todo consumado; es cuestión de tiempo para compartir aquel beso soñado. Como si fuera obra del destino, empieza a sonar una movida canción de Bacilos que entre su letra pegajosa dice: “compadre no pierda tiempo y bésela ya.” Nos reímos juntos y nerviosos mientras toda la discoteca: las princesas del Pío Pío XII, los delincuentes de mi promoción incluidos los profesores borrachos, la Miss acosada y el pobre de Enrico viudo de su encendedor coreaban: “¡Bésela ya compadre, bésela ya!” Quizá y ese instante de algarabía arruinó todo, porque nunca nos dimos el beso. La siguiente escena fue verla recoger su saco y cartera, revisar que sus cosas estuvieran en orden, sus compañeras completas (incluyendo a la Miss) y partir tan elegantemente como entraron. No recuerdo ni siquiera el beso de despedida en la mejilla.
Quince años después, con un espíritu festivo algo más endeble, inyectados por la alegría de unas copas de ron; con el gordo Joaquín todavía más gordo, la escena se repite. Frente a mí la chica más linda del lugar, con su sonrisa radiante, la respiración acelerada, la complicidad en el ambiente, mi mirada puesta en la suya y esa bendita canción, esa bendita canción como maleficio perpetuo, pidiendo que la bese y arruinando toda otra vez…
domingo, 29 de julio de 2018
La voluntad de los años

(Carta escrita el jueves 16.11.17, un día después del Perú 2 - Nueva Zelanda 0)
¡Perú vuelve a un mundial después de 36 años… 36! Cuánto tiempo ha pasado para volver a celebrar, 36 años es mucho tiempo. Generalmente consideramos datos cronológicos y de tiempo para resaltar malas rachas. Yo no tengo registro de algo que haya hecho más de 10 años, más allá de existir. Y puedo asegurar que la mayoría de Uds. tampoco. Ahora mismo no hablo de los años, hablo de la voluntad de hacerlo, de la vocación, de la pasión. Ayer llorábamos todos porque nuestra principal motivación estaba arraigada a un sentimiento, a común denominador que tenía que ver con el orgullo de sentirnos peruanos. Eso, eso es pasión. ¿Se imaginan hacer algo todos los días con esa intensidad? ¿Sentir a diario ese orgullo? Quizá y entonces, duraríamos 29 años con la camiseta bien puesta sin importar el peso del tiempo, porque no estoy hablando del conjunto de calendarios, estoy hablando de lo especial que nos sentiríamos teniendo un registro tan contundente.
Don Lucho, no se pasa tanto tiempo de casualidad en un sitio, y como dice la frase: no se cumple 27, 28, 29 años todos los días. Y otra vez no estoy hablando del tiempo, estoy hablando de la historia que encierra cada día. Las mil anécdotas que lleva consigo, los logros, los ascensos, los amigos. No puede pasar desapercibido un día así, porque no es cualquier cosa; sobre todo si hablamos del Banco, porque como bien dice Ud.: “lo único constante en el Banco, son los cambios” y cuántos cambios habrá experimentado Don Lucho. Si mi matemática no es mala, incluso tiene menos años de casado, lo que quiere decir que estos 29 años de Banco involucran temas personales: como el nacimiento de su hijo, formar una familiar, crecer como persona. Entonces, ya no son sólo 29 años: es parte de su vida, de su historia.
La grandeza de la empresa en la que trabajamos no tiene argumentos materiales y/o económicos más importantes que la calidad de personas que la conforman. Ud. Don Lucho, es un claro ejemplo de lo que digo, con esa ascendencia particularmente paternal, de cómplice de la situación cuando amerita y poniendo las cosas en orden si es necesario.
Volviendo a temas deportivos, si nos pone felices y contentos romper una mala racha de 36 largos años sin ir al mundial, y le damos una connotación melancólica por tanto intento fallido, porque no festejar 29 años de buena racha, regalarnos un abrazo y compartir una chelita. Darle la importancia que se merece a esta parte de su vida donde coincidimos todos nosotros.
lunes, 23 de julio de 2018
For once in my life
Cuando te recibí en mis brazos y sin tener mayor referencia de quién y cómo fui, sentí verme recién llegado al mundo, no te lo cuento por vanidad, es algo que todavía no entiendo. Aún tengo guardado tu particular llanto con el que te presentaste ese domingo por la mañana, confieso nunca había tenido en mis brazos algo tan puro, tan tierno, quizá y tan mío como tú tan cerca y es importante que sepas que fue el momento más mágico en mi vida hasta ese instante y que lloré acompañando tu llanto. Entonces puedo interpretar que tuvimos complicidad desde el primer minuto en que nos vimos, ese es un buen comienzo. No podía creer que fueras tú, porque no había tenido una epifanía tuya, mi imaginación nunca fue buena a pesar de ser un soñador. Intentaba descifrar tus ojos de gatito enojado, pues tenías dibujado el ceño fruncido como yo cuando me despiertan sin necesidad. Nunca te vi como mi menor, siento hasta hoy que eres ese amigo de toda la vida con el que siempre la pasamos bien, ese con el que estudiaste desde chiquito y le contaste tus más ínfimos secretos, y al que no traicionarías ni en un juego de mesa. Así te veo hasta hoy, que corres por toda la casa rayando las paredes, rayando los
cajones, pintando mi mundo de colores. Entiendo que el tiempo pasa muy rápido, y no recuerdo en qué preciso momento empezaste a caminar y a decir papá o mamá reclamando por que cambiemos de canal, dejemos pasar al perro o no te quitemos tus crayones delictivos. Quizá como esos ejemplos después no recuerde tu primer día de clases, tu graduación de primaria, tus primeros goles y alguna travesura tuya que logró desquiciarme. Es que disfruto tanto el hoy que no me permito distraerme con cosas del pasado o preocupaciones futuras. Prefiero divertirme bailando contigo canciones de Bruno Mars y saber que no sólo intentas copiarlo a él sino también a mí y mis intentos de copiar a Brunito. Cada pasito nuevo que lanzas me llena de un orgullo caprichoso, de eso que incluso me hacen envidiarte con todo el amor del mundo porque nunca vi nada más lindo. Quién imaginaría que algo tan pequeñito iba a conquistarme al mejor estilo de Napoleón, que algo tan celestial iba a domar este corazón renuente, indócil, impuro, que parecía destinado a latir con fuerza pero sin sentido. Te apoderaste de mis noches haciéndome más viejo por dormir un par de horas. Que no contento con eso te ibas a adueñar del lado derecho de mi cama, del control remoto para ver a Luna o a Pepa. Que pasaría a ser tu copiloto cuando intento manejar el carro rojo que a veces me prestas para ir a trabajar. Mis libros secuestrados por tu curiosidad, mis zapatos y zapatillas divorciados entre sus pares. Mis cd’s de música vapuleados en mi ausencia y hasta te harías dueño de mi tiempo, el que malgastaba a mi soberano antojo. De todas las dictaduras que he visto, eres la primera que sufro y sabes qué, no tengo ganas de huir, de abandonar esa realidad. A pesar de tener sueños, no soy un hombre de metas. De hecho no tengo asignado para ti ninguna obligación que no sea la de ser feliz. Intento forjarte alas lo suficientemente fuertes para soportar los vientos más ariscos y chapuceros en tiempo de tempestad. Seguro que tendremos que caer un par de veces, pero verás que hasta ese dolor pasajero se convertirá en una gran carcajada después, como las que me regalas cuando no me aguanto las ganas y te bombardeo de besos sometiéndote a mi descoordinado ataque de cosquillas. Entenderás por lo antes expuesto que mis propias expectativas como guía no son auspiciosas, puesto que mi rigor es más endeble que una pluma al viento. Me he entrenado en el arte de congelar mis sentimientos, de gestionar mis emociones, pero contigo es imposible. Te cuento que este infame personaje ahora cruza la calle mirando por duplicado a ambos lados. No quiero perderme esa fascinante evolución de la que sigo siendo testigo, y menos de una manera tan tonta. Si me descuido y parto por un desliz, quizá mis cartas te convenzan de que sigo a tu lado, que hasta donde logré acompañarte estuve orgulloso que fueras tú y que me honrará hasta la eternidad de que me hayas escogido; sinceramente, yo nunca fui tan generoso, y mira que estoy en base tres. Por ahora guardo el privilegio de tenerte como amigo y que a mi estilo, del cual me disculpo porque entiendo no es el más ortodoxo, te acompaño emocionado, tú agarrando mi índice derecho como cuando vamos a la calle. Siempre he necesitado de motivos para reencontrarme, hace mucho tiempo no sentía la necesidad desaforada de entregarme a las letras, creo que poco a pocos volveré a soñar que soy un escritor. Tengo ahora “el motivo” para retomar la terapia con la que me hacía menos insensible. Igual te seguiré conversando, contándote lo mismo que dejo plasmado en esta misiva cursi, porque sé que me entiendes, pero no quiero que te olvides en el tiempo que me haces feliz, muy feliz.Puedo dar fe de que el amor a primera vista existe, que hay príncipes azules no sólo para las chicas románticas, y que los milagros se dan sin necesidad de que el cielo se abra y una luz te ilumine.
“Por una vez, puedo tocar/ lo que mi corazón solía soñar / mucho antes de que conociera / Ooh, ooh, ooh, alguien como tú / jamás se me hubiera ocurrido que hiciera mis sueños realidad” (For once in my life / Stevie Wonder)
miércoles, 28 de febrero de 2018
La narración de un hincha
Eras
quizá, tan popular como el mismo fútbol, pero ni tú lo sabías. Y tu voz ya era
la voz de la selección, sin que nadie lo proclamara. No recuerdo una pena
compartida tan grande como ésta, que le duele hasta los que no saben nada de la
pelotita y sus encantos. Ese corazón
inmenso con el que palpitabas cada partido, te falló a ti, y nos falló a
nosotros. Convocado con exclusividad a un equipo santo, con partidos que no
transmite ninguna cadena, sin repetición alguna que comentar. Somos tan de
Peredo como tú de Farfán y quizá, no lo sabíamos. Y es que la noticia duele más
que la propia eliminación por diferencia de goles, en la mejor versión de una
selección que recuperó la fe. En un país de pocos buenos ejemplos, no sólo
fuiste uno, sino que fuiste el mejor. Cada nota, cada enlace, cada recuento que
te hace honores, es una patada a la canilla sin pelota. Veo tu foto, siempre
con una sonrisa, y no puedo creer lo inmortal que te habías hecho, lo querido
que te habíamos hecho, lo mucho que te echaríamos de menos si es que partieras
a otras canchas. No me imagino un partido de Perú sin tu voz. Ya me dolía que
el canal para que el que trabajabas no tenga los derechos para Rusia, y sentía
que era una obligación patriótica que te prestaras a la causa de seguir
acompañando a la selección a si fuera en otra casa televisiva. Créeme que tenía
la seguridad de que iba a ser así y que ningún otro relator hubiera puesto
objeciones, porque tu no transmitías partidos, transmitías emociones. El partido
que nos llevó al repechaje lo vi desde otro país, donde no pude escuchar tu
grito de gol, el: ¡La tocó!, ¡La tocó! que ahora repiten intentando minimizar
el vacío de tu ausencia. Ese simple hecho de no saberte en la narración me hizo
sentir de alguna manera incompleto, como un equipo con diez jugadores. Como cualquier
amante de fútbol no se imagina un mundial sin Messi, un peruano no se imaginaba
un mundial sin ti. Creo que más de uno escuchó la narración futurista, esa que
no será, donde con la emoción
acostumbrada comentas que tuvieron que pasar muchos años para darte el gusto,
para darnos el gusto de gritar un gol peruano en el mundial. Lanzando para el
recuerdo una frase con el regreso de Paolo (que seguro ya tenías pensada), para
invocar a la Mamacita de Jefferson, para pedirnos que paremos las orejas, para
abrazarnos los más de treinta millones de peruanos a través de tu relato, a
través de tu voz, a través del tiempo.
Con tu empuje, con tu corazón, con tu pundonor Daniel.


