martes, 2 de octubre de 2007

Mi primera vez

A cierta edad, la curiosidad promueve el ejercicio de nuevas experiencias, de nuevas anécdotas que conllevan de una manera pícara y arriesgada, el contacto directo con el sexo opuesto. Leonardo siempre ha sido torpe con las mujeres. Desde sus inicios en el jardín, cuando andaba enamorado de Melanie, aquella niñita linda que corría feliz por el patio, luciendo esa carita dulce, aquella sonrisa encantadora, aquel cuerpecito libre de pecado que tanto le gustaba ver agitado de cansancio. Leonardo se acercaba tímido, sumiso, enamoradísimo a sus seis años de edad. Melanie muy traviesa y despierta, abusaba de la delicadez de Leonardo, correspondiendo a su amor, con los mejores golpes que su inocente repertorio permitía, los cuales aplicaba, como el más rudo de los varoncitos. Golpes muy certeros, arañones criminales, que dejaban hecho un mar de lágrimas al pobre Leonardito, que a pesar de todo, entre sollozo y sollozo, la quería mucho más. Leonardo terminó el jardín magullado, herido, dolido; no sólo por las zurras vigorosas que le aplicaba Melanie, sino también, porque se llevaba consigo aquel secretito que nunca pudo compartir con su aguerrida compañera, ni canjearle cada golpe por un besito igual de vigoroso. Ya un poco más grande, pero igual de torpe, Leonardo se ve invadido por el incontrolable deseo de besar a sus compañeras. Con once años de edad y aburrido de pedir “piquitos” bajo la suerte de una botella caprichosa que gira sin compasión, con la misión de otorgar poder; Leonardo experimenta su primer beso con lengua. El añejo Teatro Municipal guarda este secreto. Raptado por cuatro compañeras, sin resistencia ni oposición alguna, abusaron nuevamente de la delicadez del pobre niño. Se turnaron para besuquearlo sin piedad. Mientras una realizaba el facineroso hecho, otras dos cubrían a la pareja, dejando a la restante como “campana”, aguardando con paciencia su turno. Tres de ellas, debido a su comprensible inexperiencia, lo besaban dándole “piquitos” e intentando abrir sus boquitas de rato en rato. Eulalia, la mayor de las cuatro, introducía en su boca, algo que el ingenuo Leonardo ignoraba, desconocía, y lo movía con destreza y habilidad. A pesar de que Eulalia era un nombre horrible y ella una mujer poco agraciada, besaba magistralmente. Leonardo durmió invadido de temor. Debido a su ignorancia, creyó haber contraído el virus del sida, por el hecho de haber estado con más de una mujer. El tiempo siguió pasando, los besos que Leonardo robaba y se dejaba robar, lo convertían en un tontuelo picarón. A pesar de ello, nunca pudo besar a varias de las chicas que atraían su atención. Leonardo, entre beso y beso, experimentó el toqueteo, el rozamiento de su piel con la piel vecina. El ambiente, allá al sur de su cuerpo, empezó a agitarse, y cual volcán inactivo, despertó. Con un poco de suerte, Leonardo tocaba de una manera poco inocente a las chicas amables que permitían el acceso de su mano traviesa. Conoció así, de una manera natural, la preciosa anatomía femenina. Nunca pudo llegar a calmar ese instinto animal que invadía su cuerpo. Las chicas se negaban a sobrepasar los límites que Leonardo, muy anarquista, quería transgredir de todas maneras. Los amigos de Leo, contaban con entusiasmo, emoción y orgullo, sus primeras experiencias cóitales, de una manera detenida y detallada. Así, uno por uno, iban descubriendo aquel placer carnal que estremecía la curiosidad de Leonardo. Con diecisiete años, Leonardo terminaba el colegio, aún no conocía lo que era el sexo. Andaba desesperado, intranquilo, con un par de condones en la billetera que estaban más cerca de vencer que de ser usados. Había planeado de todo. Intento violar de una manera discreta a su enamorada de turno. Estaba descontrolado, ansioso y al mismo tiempo avergonzado de su comportamiento y en especial, de no lograr su prometido. Es así, que una noche de verano, en una fiesta por el onomástico de uno de sus mejores amigos, Leonardo conoció el sexo. Aquella especial primera vez, fue total y absolutamente catastrófica. Leonardo sabía que estaba a punto de perder la castidad, y parece que el pánico escénico lo invadió. En ese momento sólo se le paraba el corazón, lo demás parecía desentenderse del asunto. Aquel condón guardado en la billetera, fue prácticamente desperdiciado. Leonardo trataba de moverse, de hacer lo que tantas veces vio por televisión. Su organismo no respondía, no se le paraba por completo. La linda chica con la compartió aquel bochornoso momento, experimentaba también una de sus primeras veces. Ella no alcanzo ni la más ínfima de las excitaciones, pero igual gemía por una especie de obligación o simplemente por pena. Aquella desastrosa primera vez, genero una especie de trauma en Leonardo, quien pensó que no servía para esos menesteres carnales. Posteriormente, y con mucha práctica, llego a colmar sus expectativas, la de las mujeres, no lo sabe. La primera vez de Leonardo no fue como el imaginó. No fue con amor, como él de una manera cursi había soñado. No fue placentera, como de una manera algo morbosa había imaginado. No fue especial, como de una manera ilusa había pensado. Leonardo siempre fue y será torpe con las mujeres, torpe consigo mismo. Leonardo a vivido poco y cree saber mucho, se avergüenza de contar su primera experiencia sexual, esa que toco a su puerta a los dieciocho años (aunque él diga que lo hizo de una manera precoz). Se avergüenza de que no se le haya parado como debía, de haber desperdiciado aquel sagrado condón destinado a ser el primero. Todos aquellos bochornosos recuerdos, ahora de una manera irónica, le dan risa. Leonardo sabe que todo tiene su primera vez, que después habrá revanchas. Leonardo espera una próxima experiencia, la espera ansioso, impaciente; aunque con el sospechoso temor, de que tampoco le será favorable.

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