martes, 6 de octubre de 2009

Soy una cebolla

Soy una cebolla, una cebolla de olores fuertes, de aromas acuosos, de chúcaro carácter. Ellas me quieren y yo las hago llorar. Soy un culpable sin culpas. No me siento un dichoso ni para el amor ni para el sano flirteo, pero tampoco soy un desastre. Les converso con tranquilidad, les cuento todo con sosiego, como quien le cuenta un secreto a un amigo y ellas echan a llorar porque soy un cretino tonto y porque ellas no son mis amigas. Ellas quieren que las abrace, que les diga que todo está bien. No las abrazo porque temo partirlas, lastimarlas en verdad, y les digo que las cosas son así porque no puedo mentirles y ellas lloran más y tengo que buscar un flotador. Todas lloran conmigo pero ninguna se va, no me abandonan, no me desechan, no me largan de sus vidas. Soy una cebolla que es necesaria para condimentar, sazonar bien no sé qué cosa. Lloran con desesperación y no me llegan a desesperar. Soy un ser por demás insensible. Quiero que se desahoguen porque no es bueno cargar con penas ni exceso de sal. Quiero que se desahoguen aunque yo termine ahogado en sus lágrimas. Entonces entiendo que aquellas lágrimas son una forma desesperada de decir algo, quizá: “Te Quiero… escúchame”, y yo no llego a entender, porque creo que es mejor decirlo con una sonrisa. Todas lloran, lo hacen frente a mí y con diestra habilidad. Yo no me sé aquel canalla, aquel cobarde lastimero e intento frenar esta situación incomoda, intento liberarlas de mí, del dolor que produzco y cuando así se los hago saber, lloran más aun, encarnizadamente, y yo no atino siquiera a abrazarlas. Entonces les digo que no las dejaré, que pondré de mi parte para que dure lo que tenga que durar y… vuelven a caer en un mar de lágrimas, sollozos y moqueos. Entonces miento y les digo que esto nunca se acabará, que será eterno y maravilloso; y ahora lloran diciéndome mentiroso. Las abrazo y me apartan. Me aparto y me exigen compañía mirándome con rencor. Les regalo un beso probando la sal de sus mejillas y me miran con asco. Les digo si quieren descansar y me odian con vitalidad. Les ofrezco agua o algo de comer y presiento sólo desean un arma efectiva y valor para desaparecerme por estúpido. Entonces tengo ganas de llorar con ellas sin saber por qué, como por antojo o solidaridad. Ellas dejan de llorar, me miran con sorpresa y cariño; como teniéndome pena, algo satisfechas pero confundidas. Lloro desconsolado y abatido; derramando sal y alegría al saber que dejaron de llorar. Lloro de alegría mientras me deshidrato. Ellas me dicen que no debo de llorar, que nadie debe de llorar, que lo que hago es un berrinche, que las confundo, las inquieto. Se preocupan y no saben que hacer para reanimarme, para robarme una sonrisa o parar mi llanto. Yo no doy chance y sigo dándole al llanto, al sollozo. Así llego a la conclusión de que las lágrimas son dulces para el llorón.

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